Hoy como nunca la gente necesita fingir que lee… porque lamentablemente hay profesiones donde se necesita aparentar ser lector.
“Hoy la literatura tiene
pocos defensores”, dijo recientemente la poeta Ida Vitale (Montevideo, 1923).
No es novedad decir que la literatura es de una minoría, y, tal vez como nunca,
de una raquítica minoría. Grupos que secularmente eran lectores, y que
cualquiera pensaba que con la facilidad de edición y circulación de libros, más
aún con la llegada de la Internet, crecerían y se extenderían, han disminuido
su fuerza e influencia para dar paso a la incultura y al desprecio a la
lectura. Estos grupos se han replegado a la academia y la especialización. Y
los entes de la cultura libre andan por ahí, desperdigados, a merced de la marginación
y el resentimiento.
En
nuestros roles de ciudadanos modernos no tenemos tiempo para leer. No nos
educaron para leer ni tampoco para disponer de dos horas de soledad para pensar
y leer. Ver a las nuevas generaciones pegadas al celular, siempre conectados,
atentos a las redes sociales parece ser la consumación de que la imagen
instantánea ya sepultó a la palabra bien escrita.
No
obstante, hoy como nunca la gente necesita fingir que lee. Porque se supone que
es el medio para cursar los grados de la escuela, porque hay que conseguir el
título universitario, porque hay muchísimos conferencistas, porque a diario se
escribe en los diarios, porque lamentablemente hay profesiones donde se
necesita aparentar ser lector. “Por eso estudié libros caros”, dice el vulgo en atroz ironía. Porque aparentar que se lee es importante para
la fachada, aunque esta no corresponda con el edificio. Después de todo leer no
sirve de gran cosa. Es un modo de escape, una iniciación lúdica que ya pasó de
moda. Con las nuevas tecnologías se tienen tantas cosas nuevas que la
literatura, palabra ya extraña para la inmensa población, fue de otros tiempos.
Y
sin embargo, así como la gente necesita para su currículum y prestigio
aparentar que lee, los programas del gobierno no pueden dejar libre este
flanco. Por eso hay apoyos, constantes convocatorias para que no se diga que
los escritores no tienen apoyo oficial. Las dependencias de cultura, los
funcionarios, ya porque lo sean y por la inercia de sus antecesores, ávidos por
aparentar que los pueblos fluyan en armonía, constantemente hacen trabajos de saltimbanquis
para apantallar a los incautos. Ya es perversa costumbre de nuestros gobiernos,
y esto es en todas las áreas, en emprender programas donde lo que importa más
son los beneficios publicitarios de la dependencia. Están más cerca de la
demagogia, de las salidas simples que en construir algo fuerte y duradero. Algo
así pasa con las dependencias de cultura que tengo para mí, lo repito, por
inercia, por cálculo, por confort, siguen al pie de la letra programas que en muchas
veces están diseñados para el desplante y el lucimiento. Dar a conocer la
cultura de nuestro país y nuestros estados es una fiesta de apoyos, que el que
no recibe algún beneficio, o es muy mala pluma o está auto-marginado.
Me
voy a referir a los premios, ya de novela, de cuento o poesía; y a los
estímulos para la creación. Cuando leo las convocatorias de los primeros me da
tanto entusiasmo como reticencias cuando leo que el fallo será en dos o tres
meses. Más aún cuando me entero que al dicho concurso llegaron 200 ó 300
manuscritos. ¿Cuántos libros puede leer al año un lector honesto? Menos de la
tercera parte. Sé que hay trucos de buena fe, como el de ponerle al respetable
jurado a los finalistas nada más. Tal vez por esto no tengamos una gran obra literaria
premiada en algún concurso como estos.
Lo
mismo me produce el leer los requisitos para los estímulos. Choco con tanto
formalismo. ¿Cómo escribir las ideas e intuiciones para una obra literaria en
un formulario de proyecto de tesis? Se puede, y para eso el mismo programa
ofrece un curso intensivo para la elaboración de proyectos. Mil veces yo
prefería salir a caminar rumbo a la puesta del sol o ponerme a cocinar porque a
final de cuentas estas cosas, como las otras, son extraliterarias.
Antes
de saber que de los textos que uno escribe hay que esperar por respuesta
silencio y soledad como los que se necesitan para escribir, hace nueve años yo
envié a un concurso mi primer manuscrito de relatos. Perdió. Y hace un año, por
marzo, cuando me encontraba escribiendo otros relatos, me llegó la convocatoria
del FONCA y envié mi proyecto. No pasó nada. Pero terminé mis cuentos y andan
por ahí como mi primer manuscrito. Con esto quiero decir que el escritor saca
su obra más allá de las becas del gobierno. No hay que amilanarse. No desprecio
la auto-publicación, antes bien quienes lo hacen reciben de mí mis mejores deseos porque se va
a chocar al muro de la ignorancia y desprecio que la sociedad tiene por la
literatura. ¿Cuantos buenos libros nos han llegado por iniciativa propia?,
muchos mejores que los que pasan los sesudos dictaminadores de las editoriales
trasnacionales.
Independientemente
que la obra que surgiera de los premios o de los estímulos sea buena o
demerite, me parece que dichas convocatorias y programas están tramados para el
lucimiento de los funcionarios, los primeros en no tener tiempo para leer.
Ellos saben que van de paso, como la vida misma. Les interesa la mención, la
exhibición, la pose; el escritor va haciendo sus textos en medio del fracaso,
pesadillas y penurias. Al funcionario le interesa ampliar su currículum,
permanecer o escalar otro cargo. El escritor se enfoca en los libros capitales,
más aquel que apenas dispone de dos horas para sus ejercicios literarios. El
escritor está más cerca de la vida del artesano que de la turba y las grandes
ligas.
No
hay quien defienda la literatura. La poeta uruguaya se refería a: “debe estar
teñida de sociología, estudios de género y otras ajenidades” (Letras Libres, 211). Pero también se
refería a la insensatez política, a la incultura, al estar pegados a los
celulares inteligentes. Los premios y becas no deben ser malos. Pero el
escritor debe sacar su obra adelante sin detenerse en esto, sin deshacerse por
conseguir el estímulo porque esto a final de cuentas constituye “otras
ajenidades” de la literatura. ~