¿Por qué no se cambia el sentido del tramo Ignacio Zaragoza y Lázaro Cárdenas? Un retorno al desorden vial. |
Hay una aparente
tranquilidad en Ciudad Altamirano. Más allá del carácter atrabiliario y rudo de
sus habitantes, de sus excesos, en las últimas semanas no ha habido hechos
violentos.
Cuando
un gobernante, un pez gordo acabe y barra con los cabecillas de las bandas de
la mafia, ya por poder, ya por obligación moral, tal vez la sociedad tenga un
periodo de paz auténtico. Algo bueno tendrá que venir después de una década donde los ciudadanos han estado a merced del crimen organizado. De la irracionalidad y la ambición incesante de dinero de sus cabecillas.
El
presidente municipal puede informar, orondo, que las fiestas septembrinas se
desarrollaron sin incidentes. En este pueblo no hay ladrones, como el sugerente
título del cuento de Gabriel García Márquez. No hubo ningún cristalazo. Ningún estéreo
robado. El presidente puede informar que gobierna una pequeña ciudad pujante y
próspera, donde no hay policía municipal desde hace años, donde la Policía Federal,
que un tiempo tenía la enmienda de la seguridad pública, hace meses se marchó;
y, no obstante, el agua corre tranquila.
En
efecto, el crimen organizado está viviendo sus mejores tiempos. En su
trayectoria obtusa, hombres sin ideales y con ideas despreciables, abriéndose
paso en medio del horror, han dado con su estado ideal: la suplantación del
poder. Afuera y contra la ley, se han vuelto la ley. Hay que ver la
tranquilidad de nuestra ciudad, hay que leer entre líneas los cambios de la
administración para saber al Estado en que hemos llegado. En mal tiempo Daniel
Basulto de Nova es presidente de Pungarabato. Si no sabía los vaivenes, ha
subido a las tablas del escenario dispuesto a interpretar los movimientos del
titiritero. Riguroso ha optado por el silencio. Ningún guiño, ninguna palabra,
ningún indicio sobre la realidad. Como si nada pasara, como si no nos hubieran
matado a un presidente. Como los anteriores alcaldes, que se han hecho de la
vista gorda cuando no muestran oscura simpatía, ha optado por el silencio para
no comprometerse. No hay valor civil que permita vislumbrar y esperar una
política no entreguista.
Por
lo demás fue triste cómo dio al traste con una disposición del presidente
extinto para mejorar la vialidad, el cambio del sentido del tramo de la calle
Antonio del Castillo entre Lázaro Cárdenas y Reforma. Soto Duarte sabía que los
cambios que benefician a una ciudad a veces deben hacerse muy a pesar de los
intereses de unos pocos. Basulto de Nova, desatento a las elementales prácticas
que dicta el sentido común del estadista, de modo apresurado, frívolo e
irresponsable, cedió ante las quejas sin mayor fundamento de unos cuantos
locatarios del mercado.
Ni
en los más remotos sueños de los cabecillas de los Zetas y los Pelones que
empezaron la guerra en 2006 –unos dicen que desde el 2004- aparecía la
suplantación del poder. Las disputas, los descabezados y encajuelados, eran por
el control de Ciudad Altamirano, por ser el corredor de paso de la droga y por
adueñarse de su potencial mercado. Ya con el río revuelto, se dio con la veta
del secuestro y la extorsión a grandes y medianos empresarios y comerciantes. Poderosos
y ávidos empezaron a merodear el edificio del ayuntamiento para exigir los puestos
de la dirección de seguridad pública y obras públicas, y, aun, negociar tajadas
del presupuesto público.
El
referente de los alcances del crimen organizado es la muerte del presidente
Ambrosio Soto Duarte. O es un designio fatídico del destino o el gobierno es un
Estado fallido o, sin ser un anti-sistémico y sin hacer caso siempre de la
maledicencia, hay un funcionario, un grupo del poder que manda y da luz verde a
las bandas delictivas. Vivir en una ciudad pequeña hace prescindir de las
cifras de las estadísticas, y si hablamos de desaparecidos por la mafia, no
vamos a pararnos a decir números sino nombres de vecinos y conocidos. Así
también se saben noticias del modus
operandi de las bandas. Es sabido que con los comandantes de la Policía Federal
llegan a pactos de simulación y libre tránsito por medio del soborno. En algún
tiempo se supo que la gente de la maña
nada más le tenía miedo a los militares. El crimen organizado ha impactado tanto
en la estructura social que maniobra con una red impensable de personas que les
guardan simpatía y que actúan como informantes. Además de que ha acallado la
voz pública. Se guarda riguroso silencio si no es para hablar de cosillas y
hechos pintorescos que la fama corre de los narcos. No ha dejado espacio ni
para la ironía y creatividad para hablar, aunque sea por debajo del agua, como
ocurre cuando hay represión de la libertad de expresión. Las cosas atroces que
la sociedad debe erradicar siempre se deben hablar.
‒¿Qué
va a pasar? ‒le pregunté a un hombre que según él mismo en algún tiempo fue
sicario, pocos días después de la muerte de Ambrosio Soto Duarte.
‒Nada
‒me contestó de inmediato‒. Esto sirve para que la gente ande con miedo. Pero
no va a pasar nada.
La
idea de que la violencia y el enseñoramiento de las bandas es parte del sistema
crece más tanto como una muerte álgida queda impune y en la opacidad. No
olvidemos que el presidente extinto le comentó al senador Armando Ríos Piter, cómo
Renato Sales, comisionado nacional de seguridad, le llamó la atención por
denunciar a la mafia abiertamente.
¿Qué
pez gordo, funcionario pesado de la administración de Enrique Peña Nieto está
al tanto del entramado del crimen organizado y dispone de él como una pieza de
ajedrez? En otros tiempos otros delincuentes han azotado a la población al
margen de la ley y a la sombra del gobierno. En los años treinta, Isaac
Alvarado, el Zopilote, era un personaje
rapaz de los caminos rurales de la tierra caliente. La fama lo trascendió y el
gobierno lo aprendió y fusiló. No hace mucho, en los ochenta, Chuche Borja se paseaba, con ostensible
pistola en la cintura y, sin serlo, se decía comandante del pueblo de San Lucas.
Su negocio era el tráfico de marihuana pero también asesinaba y robaba. Algo
cometió que ya no le valió la protección que recibía por parte del gobierno y
lo aprehendieron para desaparecerlo echándolo en el pozo Meléndez.
Hacer
como hacer las cosas. Dar discursos manidos de que las investigaciones se
realizarán hasta hallar a los responsables. Es parte del folklor de nuestra
clase política. A veces tienen éxito, como con la muerte del presidente de
Ciudad Altamirano, que ya se ve que quedará olvidado e impune. Pero a veces,
no; como el caso de los estudiantes de Ayotzinapa, lastre del gobierno de
Enrique Peña Nieto. No tenemos de otra que el azar, o la llegada de un nuevo
pez gordo que, tal vez por razones ajenas a la justicia, desmantele y barra con
el crimen organizado. ~