A
pesar de la carestía y del callejón sin salida en que nos encontramos, el sazón de nuestra cocina ha resistido. La comida regional recibe influencias, recibe
embates pero no pierde su línea, antes al contrario, se transforma para
acompañarnos con sus mejores sabores.
El
pozol, diré esta palabra porque fue la primera que escuché: pozol servido en poche de barro; con las variedades que
nos han llegado de otros lugares (aquí lo comíamos en rojo y de huesito y todos
los días lo podíamos conseguir), lo podemos encontrar los jueves en fondas y
restaurantes. El pozol blanco, verde o rojo, con sus tacos dorados, las
tostadas, el aguacate, un pedazo de chicharrón y todos los aditamentos que se
le pueden agregar (aquí lo comíamos con cebolla y chiles serranos rebanados,
además de orégano despolvoreado y con su jugo de medio limón) es una muestra de
los buenos tiempos que pasan nuestras mesas.