enero 21, 2019

Elogio a la biblioteca pública





Una biblioteca es un lugar que nos puede ayudar a no sucumbir. Para medir el quilataje de una ciudad debe empezarse por revisar los estantes de su biblioteca. Oír el silencio que la resguarda. Ver el techo lo suficientemente alto para que las ideas salten y vaguen figurándose que lo hacen en la bóveda celeste. Ver el catálogo de libros que se han fraguado en la tradición de los clásicos y el estudio de las ciencias liberales. Contagiarse del espíritu que no se conforma con lo terrestre y lo material.
Cuando una biblioteca cierra, cuando sus libros son destruidos o dispersados por desidia, cuando una biblioteca está en manos de personas, no digamos que no le tienen amor a los libros, sino que no entienden y no  se explican cómo puede haber un espacio con libros arrumbados y amontonados, pudiendo ocuparse ese espacio para otras cosas más entretenidas o productivas; cuando lo anterior sucede, el mundo se detiene, el día se oscurece, y no hay inteligencia, ni sensibilidad que ayude al hombre en su paso atroz. No sabe que hay algo más allá de la cotidianidad, algo que permite desterrar el aburrimiento: el libro, un instrumento que nos permite enchanchar la imaginación para enfrentar nuestra realidad.

enero 14, 2019

El león




Hace tiempo yo visitaba a una familia de Buenavista, un rancho con recuerdo de huertas de mangos y limoneros. La familia la componían un matrimonio joven con cuatro hijos, el mayor de ellos era un adolescente, y los abuelos: unos ancianos que todas las mañanas buscaban huevos de gallinas en los nidos, y que se dedicaban al comercio de servilletas y manteles en la ciudad.  Sus rodillas con reúmas, sus manos laboriosas y sus palabras que hablaban de un pasado mejor recordaban sus vidas en los trabajos del campo.
Buenas horas entretuve escuchando sus pláticas. Pero yo llegaba con Martín, hijo de los viejos; y con su mujer: Catalina. Eran personas amables, buenos anfitriones y nunca los miré con dificultades para conseguir sus alimentos. Y eso que servían sabrosos platillos, cada comida era un banquete. Habían hecho su casa en dirección y a unos metros de la casa de los abuelos. Así es que siempre que visitaba a Martín, esperaba las buenas horas de charla con los viejos.