Todo
comenzó entre 1420 y 1440, cuando los Mechhuaca, Phorhépechas o Tarascos, al
mando de Hiripan, Tangaxoan y Hiquingaje, consolidan el imperio que llega hasta
la Tierra Caliente. “Es la Tierra Caliente penosísima (…) porque, fuera de ser
el calor demasiado, es muy enferma y llena de malas sabandijas”, escribiría,
dos siglos después, el Visitador Diocesano Francisco Arnoldo de Yssasi Mier.
Además de indicar que en sus ríos caudalosos hay “muchos caimanes y lagartos
feroces que despedazan y se tragan a los hombres”. Pero fue por aquellos años,
que los phorépechas colonizaron y repoblaron el ancestral: Phunguari-huato,
Pungaravato, Pungarahuato, “como se le conoció e identificó en el transcurso de
los siglos”. La expansión del imperio, no sobra decirlo, tenía “la intención de
asentarse permanentemente en el sitio, de practicar su cultura, de hablar su
lengua y de adorar sus deidades, destacando Punguarancha”, Dios de la guerra, y
que el doctor Carlos Arias Castillo (Altamirano, 1957) sostiene que de tal
nombre se desprende el topónimo de Pungarabato.