noviembre 23, 2018

Enemigo que vas en caravana



Detente, detente, enemigo mío.
Detén el paso de tu mala estrella.
Va tu caravana con rudo brío.
Insolente, provocando querella.

Detén tu caravana que marchita
la tierra que tu sueño pisotea.
Quiero regodearme de tu cuita,
humillarte por muy feo que sea.

Beberás de mi vaso envenenado.
Toparás con mi puño rencoroso.
¡Pobre de ti! ¡Pobre insubordinado!
Huyes de tu destino pavoroso.

Amigo, es broma; amigo mío, es broma.
La broma que se le juega al amigo
que triunfante sale de la redoma,
donde fue pobre, donde fue mendigo.

Tu palabra, amigo, me ha removido:
Caravana, corcel de tempestad.
Caravana del fuego prometido:
Reverberación de necesidad.

Yo también voy, amigo, adonde tú vas.
Yo también creo en mi negro destino.
La onda de tu paso turbio, voraz
llega a mí como designio divino.

Me levanto pobre y desconchinflado.
¡Ey, tú de la caravana emigrante!
Veo pasar mi porvenir quebrado.
Ten mi puño. Brinquemos adelante.




septiembre 09, 2018

Un libro de nuestra región calentana




El muerto que nos llegó de Estados Unidos atrae por el sufrimiento y la tristeza de sus personajes. Es parte de la región calentana. Hay en este libro historias donde nos podemos reconocer. Es lo fascinante de la literatura: sentirnos que somos parte de los personajes. Los finales de los relatos sorprenden totalmente. El autor supo dosificar de manera adecuada cada palabra, cada frase, por ello, al leer cada historia supones o imaginas un final, pero, en un giro inesperado, y esto es auténtico y cautivante, el autor le da la vuelta a la historia. El amor, la perseverancia, por un lado; la envidia, la violencia y la muerte, por el otro, cruzan los escenarios de estas historias, escenarios que son las tierras de nuestra región.
Paloma Cabrera Carachure.

A este libro: El muerto que nos llegó de Estados Unidos, yo le pondría como subtítulo: "Las dieciocho formas de la derrota". Porque justamente tiene que ver con eso. Noé ha encontrado una ventana o una rendija, por decirlo de algún modo, donde no solo es importante la versión de los vencedores, sino también la de los vencidos.
Josimar Galíndez Rojas.

Foto: Presentación del libro en el Centro Cultural de Ciudad Altamirano, tierra natal del autor, el 5 de agosto de 2018.



septiembre 08, 2018

Un libro que se las jugará contra el olvido


Hay pueblos que desaparecen y, acaso, queda algún registro para recordarlo. La palabra escrita, mediante la historia, está para conservar la memoria de los pueblos. La literatura está para embellecer (relatando el sufrimiento, los sucesos y los destinos más crueles) la vida y la memoria. La poesía se dirige a otro punto inasible, pero no desconoce de aquello. Todos nos encaminamos hacia la extinción y el olvido. Hay pueblos que desaparecen escandalosamente; otros, calladamente se van sin dejar huella. Cuando visitamos una ciudad luego solemos preguntar: ¿Qué es de su historia? ¿Hay algún registro de sus inicios y de la traza de su gente? Comburindio y Huetamo tienen con el libro: Native León, un hombre de Comburindio (2015) un artefacto que se las jugará con los futuros aires del olvido que vengan a asolar a esta región.

Ángel Ramírez Ortuño (San Marcos, Guerrero; 1948) parte de la muerte del personaje cuyo nombre da el título al libro para dejarnos un registro de la cultura terracalenteña (gentilicio que es del gusto del autor) en las nociones más vastas de la antropología. En este libro confluyen la historia, la vida cotidiana, las costumbres y, claro está, la vida del personaje que fue muerto en el jardín de Huetamo el 19 de febrero de 1982 cuando contaba apenas cuarenta años. La vida y el entorno de este hombre de caballo, de pial y mangana, prototipo del ranchero de la segunda mitad del xx, es la imagen que Ángel Ramírez requiere para sus digresiones y de este modo nos hable de Fray Juan Bautista Moya, el agustino fundador de los pueblos de Tierra Caliente, la Independencia, la Reforma, la Revolución, que en estos pueblos llegó para derrotar al ejército de Victoriano Huerta; hasta las visitas del General Lázaro Cárdenas, de quien no escatima para incluir una cita que critica, contra la versión popular, que fue un error su decisión de expropiar el petróleo y los ferrocarriles.

Ángel Ramírez ha sido un huésped distinguido de Huetamo. Es cronista oficial de la ciudad y, lo que más le vale, escritor de notas excelentísimas en los diarios donde ha publicado. He sabido de personas que compraban el periódico Despertar del Sur con la uncioncita de encontrar alguna de sus crónicas. Jovial e inquieto, predispuesto a la charla y al asombro, llegó a la ciudad de Huetamo a observar y a investigar, a hurgar el paso de los días para sacarle a la cotidianidad las palabras que alienten la memoria. Esto porque sabe que a los pueblos nada más les sobreviven algunos edificios y unas cuantas páginas.

A partir de la vida de Natividad León, el malogrado hombre de Comburindio, el autor ha compaginado un caleidoscopio de la historia y el presente, de la vida del campo y la urbana. Aparecen referencias de la cultura popular, el deporte, la cocina, oficios y todo lo que atañe al atraso y el desarrollo de la Tierra Caliente. En las crónicas y entrevistas que incluye el libro, el autor traslada su experiencia del trato con distintos personajes, su paso por los ranchos más apartados de la cabecera. Es notable la narración que hace del viaje en carro que Elías, hermano del muerto, emprende luego de enterarse del suceso aciago. Amante de Michoacán, hace gala de su conocimiento del Estado y de sus personajes históricos. También, al caer la tarde solferina de la región del Balsas, hace la descripción de sus caminos y brechas y el contraste de las tonalidades de los paisajes de secas y aguas, trasfondo del contraste y desigualdad de la gente de estos rumbos.

Acucioso, refiere el duelo, los magníficos funerales, los ritos que no son otra cosa que ese diálogo que se hace con fin de encaminar el alma al eterno reposo y para que tome su asiento en los lugares más vivos de la memoria. Muestra la contraparte de la asechante venganza, muy requerida por aquellos años, donde para salvar el honor o porque la sangre de un muerto clamaba más sangre, se acababan familias enteras. La venganza no sucedió, pienso yo, porque la muerte de Native León fue un mal movimiento de ese juego de cartas que es la vida, es decir, murió antes de la hora porque ese día la muerte no era para él, y sin embargo, por un movimiento en falso en una fracción de segundo yacía muerto en el jardín de la ciudad de Huetamo.

El libro se empezó a escribir en 2001, por el tiempo en que los pueblos de la Tierra Caliente bullían por el regreso de los emigrantes que vivían en los Estados Unidos. Atento a la realidad, Ángel Ramírez deja ese testimonio de fiesta y desparpajo. Tal movimiento se acabó después del derrumbe de las Torres Gemelas y más aún por la violencia impuesta por los capos.

La vida de los pueblos y las ciudades transcurre en sus plazas y jardines. No por otra cosa Ángel empieza el libro con un recuento histórico de la plaza de armas, después jardín de Huetamo. Ahí donde bajo un lejano y misterioso tamarindo finisecular se ve el espectro de Vicente Riva Palacio escribiendo los versos del “Gusto Federal”.

Yo no sabía, este libro está lleno de cosas curiosas que llaman al estudio, que en Charácuaro, en el lugar que le llaman “Loma del Encanto”, quedó sepultado “Characu”, un descendiente de un Rey purépecha, y que en ese promontorio, una Yácata, “aparecen con frecuencia grandes vasijas de barro, cuentas de piedras tipo esmeraldas, hachas de jade y otros fragmentos diversos de pedernal.”

A Ángel Ramírez lo imagino “en las charlas junto al fogón donde se calienta el café y se escuchan bellas narraciones”. Yo lo conocí a fines del 2006. Había dado una charla en la Unidad de la Universidad Michoacana con sede en Huetamo. Después lo vi departiendo en el restaurante Casa Vieja. Muy amable y cordial. Yo dije, recuerdo: “Este señor pudo haber sido boxeador, tabernero, pescador, corredor y vendedor de caballos; pudo haber tenido cualquier oficio, y sin embargo, los hubiera abandonado para ser cronista de Huetamo.

 



Native León: un hombre de Comburindio
. Ángel Ramírez Ortuño. Oro, Lirio, 2015. Págs. 207.
Foto: El autor con su libro. Archivo del diario Cambio de Michoacán.





septiembre 03, 2018

¿Dónde está la literatura?




No está en los programas de televisión que hablan sobre escritores. No está en las series de televisión ni en documentales ni en el cine. La literatura, esa gran ventana para observar y leer el universo, presta su palabra, pero al empezar a correr las imágenes vuelve a su sitio; presta sus oficios, pero al prestarlos se escabulle, aunque se le quiera retener con el sofisma publicitario: “Una imagen dice más que mil palabras”.
No está en la discografía del cantante de rock más estrambótico y trotamundos. No es que reniegue de la memoria y la palabra hablada, pero es fiel a la palabra escrita donde encontró su estado ideal.
La literatura está en los libros clásicos y los que se han fraguado en esta tradición.

agosto 31, 2018

Recorrido por la comida de Tierra Caliente





A pesar de la carestía y del callejón sin salida en que nos encontramos, el sazón de nuestra cocina ha resistido. La comida regional recibe influencias, recibe embates pero no pierde su línea, antes al contrario, se transforma para acompañarnos con sus mejores sabores.
El pozol, diré esta palabra porque fue la primera que escuché: pozol servido en poche de barro; con las variedades que nos han llegado de otros lugares (aquí lo comíamos en rojo y de huesito y todos los días lo podíamos conseguir), lo podemos encontrar los jueves en fondas y restaurantes. El pozol blanco, verde o rojo, con sus tacos dorados, las tostadas, el aguacate, un pedazo de chicharrón y todos los aditamentos que se le pueden agregar (aquí lo comíamos con cebolla y chiles serranos rebanados, además de orégano despolvoreado y con su jugo de medio limón) es una muestra de los buenos tiempos que pasan nuestras mesas.

agosto 25, 2018

Vanitas vanitatum omnia vanitas


Obeth de la Paz. Tlalchapa 2018.



Mi buena estrella se quedó por ahí…
Triste y desperdigada en mi camino.
La última vez que la vi yacía
macilenta… Yo creí, pobre de mí,
que refulgente subiría al cielo.
Que todavía me quedaba gracia.
Desde entonces, con mirada torva,
muestro mi puño a los viandantes.
Y ellos, después de una risita, dicen:
“¡Ándale, gandul, atente a tu santo!”
Destilo savia de resentimiento.
Con mi savia curo la disipela.
Soy un hombre fuerte, de buena cara.
Vago callado, atento a las palabras…
Comienzo a platicar conmigo mismo:
El fracaso se ha adueñado de mí.
Fue derecho a mis mejores facciones.
Usurpó la brisa de mis rubores.
El mohín y mis gestos no son míos.
Yo no soy yo. ¿Quién, si no él, puede ser?
El fracaso, amigos, me ha inventado.
Al fracaso también le muestro el puño.
Me aparto de los vicios, gana el tiempo…
Bendigo en este valle de lágrimas
al hombre trabajador, brilla el afán.
El trabajo es una idea, un instante.
El trabajo es todos los hombres muertos.
Trabajo es un susurro de billetes.
El trabajo es poner la cara perro.
El trabajo es humillarse al fracaso.
La luz, la libertad se oyen afuera…
Salgo a la calle para descubrirme
más mísero y necesitado que antes.
Vanitas vanitatum omnia vanitas.
Futuro mío: pisé mala hierba.
Embaucador impulso de alegría
hace crecer diablescas esperanzas.
Y mi destino duro y despiadado
hechiza mi vida con sueños de oro.
Entonces imagino la mañana:
las nueve, hora en que llega la alegría,
espejismo feliz evanescente.
Envilecido voy por mi camino.
Callo. ¿Dónde quedó mi buena estrella?
Desperdigada por ahí, por ahí…
en briznas refulgentes de agonía.

 
Obeth de la Paz. Tlalchapa 2018.

agosto 18, 2018

Palabras que insuflan vida


Presentación del libro: "Relatos de luz y sombras" en Tlapehuala. De izquierda a derecha: Roberto Ventura, el autor José Francisco García González, Ángel Ramírez Ortuño y Josimar Galíndez Rojas.  



Hay libros que se escriben para saldar los recuerdos de la infancia, las historias oídas, las palabras que palpitan… Hay libros, el fin duradero de la literatura, que trasudan vida, y es cuando se dice que un libro es bueno. Y ¿quién no tiene algo que contar? De ahí que el vulgo suela decir: “Con mi vida yo escribiría un libro”. Sin embargo, no todos escriben. Se ha dicho que la literatura la hacemos todos, nada más que unos cuántos escriben. Y muchas veces muy a pesar de los escritores. “Todos escribimos, todos tenemos apuntes en alguna libreta…”, recuerdo haber oído decir a José Francisco García González (Tlapehuala, ¿1965?) durante la presentación de su libro: “Relatos de luz y sombras (Trinchera, 2018) hace apenas unas semanas.

junio 24, 2018

El encanto del día de San Juan




Hay una vieja leyenda que se cuenta en las faldas del cerro Chuperio. La cuentan los campesinos cada día de San Juan, ya en la tardecita, cuando regresan de sembrar maíz en sus bajiales. Por el camino han visto cómo se remueven las nubes, cómo se cargan para dejarse caer en grandes aguaceros. Ven cómo el ambiente se llena de ese viento suave que los campesinos saludan como buena señal. “Este año será bueno”. “Todos los días de San Juan llueve, así se acostumbra por acá”. "No hay como este día para sembrar". La mortificante calor, las congojas quedaron muy lejos. Los breñales secos, la resolana del mediodía, la resequedad de las grandes calores, quedaron muy atrás, para otras temporadas de secas. Ahora los montes y los cerros recobran el haz de la esperanza. Los días y el trabajo son más llevaderos. Para donde se voltee todo es vergel criollo y primitivo. Y los campesinos cuentan la misma historia cada año. Sus palabras llenan los ámbitos. Y se ven muy bonitas enmarcadas por aquella vegetación. Van oyéndose por el camino, hasta llegar al cerro. Suben y bajan... Hay un instante precioso de encanto por el lado sureste del Chuperio, mero en la Cruz. Ahí aparece un arco esplendoroso. Y quien lo ve, entra. Ahí te encuentras una feria. Hay músicas, hay el bullicio de los comerciantes, se juegan barajas y se canta la lotería. Quien ha entrado dice que lo que sobresale son los chiquigüites copeteados de pan de baqueta. Un aroma delicioso, que pareciera fatídico, hace acercarte a estos chiquigüites y tienes que comprar una pieza, dos piezas, ¡afortunados los que compran tres o más piezas! Mujeres que apenas mascullan los precios del pan atienden con la fulguración de los sueños que anuncian la felicidad. Y sales de la feria. Te quedas admirado de tantas cosas que viste. ¡Qué extraño ‒dices‒, nunca había escuchado de esta feria! Son las novedades ‒sigues diciendo‒ que nunca dejan de llegar a este pueblo. Entonces llegas a tu casa. Y encuentras una velación de cabo de año. Se hace el tumulto. Y tus familiares no lo pueden creer. Piensan que tu aparición es cosa de hechicería, cosa del demonio. Se acercan, te palpan, te abrazan, no dejan de llorar de alegría. Los concurrentes van sacando sus conclusiones. Aquella velación va tomando rumbo de fiesta de canelas con alcohol. Entonces te explican que desde hacía un año no sabían de ti. Te dieron por muerto y por eso era la velación. Para pedir por tu eterno descanso. Tú les platicas que nada de eso es cierto. Juras que te metiste a la feria, la nueva feria que llegó al pueblo. Pero apenas un ratito. No te dio tiempo ni de tomarte un refresco. Todo es confusión. El tiempo se trastocó. Te juran que la noche de hace un año te fueron a buscar y que no vieron ni supieron de ninguna feria. Entonces les dices que traes una prueba. Compraste cinco piezas de pan de baqueta. Pan bueno y grande. Y agarras el morral y sacas un pan. ¿Qué te pasa? ¿Por qué ese rostro resplandeciente? Tus panes son oro puro y precioso. Eras una persona pobre y desde ahí serás un Don Dinero. La fiesta sigue. Se surten las canelas cargadas. Todos festejan tu regreso al mundo de los vivos. Tú festejas el oro que en el origen de la riqueza te estaba destinado. Esto platicaban, no hace mucho, algunos campesinos de aquellos rumbos. Esto tendrá unos veinticinco años. Desde ese tiempo nunca he ido por aquellos lares. Pero estoy seguro que ahorita, hoy 24 de junio, día de San Juan, un campesino recordará esta vieja leyenda. 


abril 03, 2018

Amiga mía, ven, amiga mía




Amiga mía, ven, amiga mía,
que yo soy aquel amante extraviado
que tu pie breve, impaciente esperaba
sin avistar ¡oh! que tienes la magia
de las que al final derrotan al tiempo.
Tus labios rojos de frugal espera,
tus labios pálidos de la amarga hora
ven llegar al caballero moreno;
tus ojos, dueños del agua castalia,
venme llegar de aquel país lejano
que ni despierta ni en sueños pensaste.
País del ensueño de tu corazón.
Amiga mía, ven, amiga mía,
maravilloso sueño de esmeralda,
recuerdo de días llenos de infancia,
olvido, alivio del remordimiento…
El armazón marchito de tus lentes,
tu cuerpo bello, levemente arqueado,
tu piel suave, inquieta que sabe esperar,
oyen decirte un "te quiero" y tú lanzas
una sonrisa luciente, fúlgida.
Tu sonrisa que tiene algo de triste,
lugar que escogiste para esperarme:
tu sonrisa sincera de soledad.





marzo 29, 2018

De electrónico a libro de papel





No me quedaré a hablar de un solo libro. No abusaré de la autopromoción. Yo daba por cosa del pasado mi libro El muerto que nos llegó de Estados Unidos. Hice lo que tenía que hacer: lo auto publiqué en la Internet, lo difundí apenas a mi alcance. Tuvo sus lectores, pocos, como es de esperarse; pero eso no importa porque el escritor tiene mucho que leer y poco tiempo para escribir lo que tiene que decir. Este libro, electrónico y todo, representa algo especial para mí porque fue mi primera publicación formal. A parte de mis textos que empecé a publicar en mi blog desde enero de 2014. Antes de eso yo era un escritor con cuatro manuscritos a cuestas. Y cualquiera que ha cargado con un manuscrito varios años sabe de la carga, de las vueltas, de la esperanza y la duda , de la inquietud, de ese ir y venir de la vanidad, de ese ¿qué hago con este mamotreto? Dos sucesos coincidieron para que yo eliminará engargolados y archivos de mis cuatro manuscritos que aún recuerdo sus títulos con cierta ternura: Las flores de San Nicolás; El amigo, el diablo; Los herederos y Recuerdos del alma. Los dos sucesos fueron la creciente del río Balsas en 2013 y mi lectura de Dinero para la Cultura de Gabriel Zaid ese mismo año. Los manuscritos se fueron en la serpiente devoradora de la corriente y los textos de Zaid fueron muy inspiradores y motivantes para empezar a publicar mis textos en mi blog.

marzo 06, 2018

Pasante



¿Por qué deja de sonreír?
¿Por qué ha mudado su rostro?
Yo lo tengo por alegre.
Algo ha pasado con usted.
Diga, cuente qué es eso
que atraviesa su corazón.
Mire que apachurrarse así,
así por así. Nada más
de repente, cuente usted…
Ya me está poniendo a pensar.
Díganos si usted ya sabe,
si ya dio con su tristeza,
si ya el tal remordimiento
lo deja hablar, diga, cuente…

No hay tristeza, no la siento.
Tampoco remordimiento.
Hablaré un rato nada más.
Me inspira confianza ¿sabe?
Aunque debo decírselo:
Muchos ya saben mis cosas.
En principio no decía
ninguna palabra. Pico
cerrado, como quien dice.
Mas toda gravedad pasa.
Y nos queda el vacío, sí,
el vacío que es más triste
que toda la tristeza, sí,
que todo el remordimiento…
Confesión de desdichado:
No soy ningún licenciado.
Por eso me ve como me ve:
universitario pobre.
Soy pasante, fui pasante.
Mi título se apolilló,
se rompió en lejanos
sueños suaves, frugales
de una caminata por la
Costera. Sueño de mar.
Sueño de oro. Sueño del
joven de diecisiete años.
Ahora bien, yo no acostumbro
a decirme licenciado.
Pero aquí me hicieron decir.
Preguntan, dígame, señor:
¿Último grado de estudios?
Mentiras no puedo decir.
Licenciatura les dije,
pero de pasante nada.
Por descuido o por lisonja
alguien dijo licenciado.
A ahí me traen, viéndome
de pies a cabeza, como
queriendo adivinar, medir
mi camino de infortunio.
Y usted pide mi cédula.
Y yo callo. Siento llegar
el vértigo del vacío.
Eso siento, por eso callo.
Su cédula es reluciente.
Dice que le comentaron
que con ella ganaría
dinero, mucho dinero…
Ya me imagino a sus padres.
Ellos estarán conformes.

Titúlese, no se pierda.
Es usted desperdiciado.
La soledad lo conforta.
El sueño azul del ensueño
lo mantiene vivo, feliz.
Pero prepárese a morir
lleno, sin mortificación.
Con su cédula consigue
trabajo, también prestigio.
¡Mire sus zapatos rotos!
¡Levántese! No se pierda.
Hágalo por su familia.
Deje de arriesgar su vida.
Lo azul es inalcanzable.
¡A quién no el mordimiento,
la tristeza luego llega!
Pero usted se está perdiendo
por una cosa que es nada.

Es tarde para mí, joven.
Antes el remordimiento
enterrábame su estaca
porque en mí, como marea,
iba y venía mi sueño
áureo, terrestre, feliz.
Depósito de esperanzas
había dentro de mí,
seco ahora, ya olvidado.
No más el puro vacío
se remueve, me consume.
Y cuando oye de títulos
estrújame las vísceras.
He podido replegarlo
con trabajos de ocasión,
con pérdidas y congojas
que empujan a uno a la vida
a sufrir junto al hombre.
He conjurado el vacío
con algunos cuantos libros.
Una hora leo, y ya después
observo, platico, escucho
al hombre, inmenso misterio.
Una tarde, niño, sentí
miedo, perseguidor  miedo
porque supe del desastre:
año cruel que despide
la edad de oro y da comienzo
la temible edad de hierro.
Unos libros, mi ventana
con vista al azul del cielo
han detenido mi miedo,
han refutado al vacío.
Sin embargo, soy infeliz.
Sin título ni prestigio
paso desapercibido.
La desdicha y la amargura
antes me daban guantadas
y mi rostro lo sufría.
Pero ahora se desvanecen
cuando se llegan a mi cuerpo
sin violencia ni alteración.
Piérdense en la misma cosa:
la primigenia fuente gris.



febrero 19, 2018

Cuando derroté a la Muerte en duelo tan desigual


A Yadira, con amor en este su día.




De mí se puede decir
que tuve un duelo con la muerte
y que la derroté.
Yo estaba muy sentado, muy confiado
cuando llegó a mí.
Descarnada, ávida, con su paso atroz.
No le gané por fuerza ni por ingenio.
Fue algo… una palabra… un algo que se me escapa.
Nueve mil pesos me costó.
Y aunque salvé la vida y todo,
arrancarme tal suma me puso amarillo.
Era una mujer alta, de facciones comunes,
con un vestido color verde pálido.
La acompañaba una muchachita,
de rostro mudo y gesto misterioso,
a quien reprendía por no soltar un celular.
La muerte no da tiempo de nada.
De ninguna palabra, de ningún suspiro.
Yo presentí la mala hora
Pero ¿qué podía hacer?
Era un hervor de sangre.
Mi sangre se alebrestó,
sumisa ante la fatalidad.
Era un mediodía de principios de febrero.
Las cabañuelas se habían atrasado
y el cielo estaba emborregado.
El cielo, como los perros,
saben de las desgracias humanas.
Yo nada más pensé en los nueve mil pesos.
Caminé unas cuadras a una casa de empeño.
La muerte se quedó esperándome.
Después me habrían de decir unos comerciantes
que ella estaba muy parada, muy inmóvil,
pero que ellos se pusieron muy impacientes,
inquietos, como si trajeran el cuerpo lleno de ahuates.
Uno de esos comerciantes,
que sabe que tengo mujer e hijos,
me dijo: “Ya no vuelva a ver a esa mujer,
lo llevará a la ruina”.
Yo creo que me dijo esto
cuando vio que le daba el dinero.
“Rectifíquese”, le alcancé a decir.
Mi sangre era un potro indomable.
Entonces la muerte me vio con lástima,
y regañando a la muchachita del celular,
más que regañándola, diciéndole palabras,
que tenían un eco de estrago y soledad;
se puso a contar el dinero.
No tenía necesidad, pero lo hizo.
Yo he visto los dedos de las cajeras.
Esbeltos y aperfumados.
Vanidosos e indiferentes
Precisos e implacables
¡Benditas casas de empeño!
No quiero recordar qué empeñé,
que aún me voy a poner más amarillo…
Y la Muerte contó el dinero.
Con sus dedos escrutadores.
Con sus uñas descarnadas.
Eran billetes sucios y pringosos.
Y, sin embargo, tronaban,
al pasarlos por sus yemas,
tronaban como los estertores
de los hombres que mueren.
Vi sus dedos largos y ágiles,
ágiles como cuando la ruina y la enfermedad
entran por las hendiduras, que quién sabe,
los hados o la suerte maniobran.
Quise preguntarle que si llegaría a los ochenta,
pero la Muerte se fue, como diciéndome:
“Ya me la pagarás completa”.
La Muerte se fue,
y por delante se llevó a la muchachita.
Esa tarde, ya en mi casa,
cuando hacía conjuros para espantar
a la ruina y lo amarillo de mi cuerpo,
supe que velaban a una adolescente.
Doce años tenía y murió,
atropellada por un carro,
mientras, distraída, miraba su celular.