mayo 31, 2014

Enseñanza y suerte de García Márquez

Gabriel García Márquez (1927- 2014), con Cien años de soledad, nos ha dejado un temblor de tierra, una sacudida que hace acordarnos de los veneros que insuflaron nuestras venas, nos hace ver marchar el incontenible torrente sanguíneo y sus pasiones, nos hace ver los personajes y la tragedia de nuestra historia: la vida de los pueblos latinoamericanos.
La obra que lo dio a conocer y que le dio el éxito (palabra que se usa poco, y aun se rehúye, y cuando se utiliza en las páginas de la literatura inspirada en la tradición de los clásicos no deja de causar suspicacias), se publicó en 1967. No bien empezó a circular la primera edición cuando en el mundo de las letras se sintió una tempestad proveniente del caribe colombiano, tempestad que culminó quince años después cuando le entregaron el premio nobel de literatura. La tempestad arrojó un García Márquez rico y famoso, y, aunque trataba de despistar y aparentar lo contrario, con desplante altivo de poeta que se sabe consagrado e insuperable. También muy cercano y amigo de los poderosos, como si por haber tratado en su obra la soledad y destino de los hombres del poder, los hubiese invocado y estos no se resistieran a recurrir a él como a un oráculo para poder conducir las riendas de sus dominios.
Como un gran escritor ‒Jorge Volpi dice que Cien años de soledad y Borges es lo que perdurará de la literatura del español en América; yo digo que también otros titanes, ahorita mismo digo que Juan Rulfo‒, nos ha dejado una enseñanza fundamental: lealtad a la vocación.
Se sabe que García Márquez tenía la edad de diecisiete años cuando le llegó la intuición de escribir una obra a partir del mundo que le tocó descubrir en su infancia que vivió al lado de sus abuelos maternos: pensamiento y vida cotidiana del caribe. Gran lector, se hizo escritor. Publicó sus primeros libros pero no podía escribir la obra que traía entre sueños. Se sentía en un callejón sin salida. Tendría que leer a Rulfo para que sus intuiciones alcanzaran el aliento vital, la fuerza creadora que lo puso a escribir de modo impostergable.
Hubieron de pasar veintidós años para que se le revelara el tono y la obra se le presentara completa, tocara su puerta y le dijera: “Aquí estoy, escríbeme”.
¿Qué pasaron en esos veintidós años? Muchas cosas en la vida bullanguera y jacarandosa del escritor, pero en esencia puede decirse: leer y escribir (recomendaba a los aspirantes a escritor escribir mínimo una página diario), sin perder las intuiciones del mundo que quería escribir, reacomodando a fuerza de la lectura de los clásicos los personajes sísmicos que darían vida a Cien años de soledad.
Hasta aquí la enseñanza de García Márquez. Ahora hablaré de la suerte que tuvo: encontrarse una esposa que creyó en él, y para esto no concibo otra fuente que el amor y la fe en el hombre. García Márquez fue un hombre dichoso porque contó con el amor de la mujer que estuvo a su lado. Así lo dejó ver él mismo en muchas líneas de su obra. Se cuenta ‒ahora parece una fabulación que se confunde con algún pasaje de su obra‒, que Mercedes Barcha se las ingenió para no desanimar a su esposo. Cuando este se encerró para escribir el libro que les cambiaría la vida (¿habrán pensado que les cambiaría la vida? ¡Tan indiferente que le es el dinero a la literatura! Cuantos grandes poetas y prosistas han muerto en la pobreza), ella soportó con estoicismo los días flacos. Sufrió el designio de que su esposo sería un escritor de los grandes.
Emmanuel Carballo (1929-2014) en su libro: Protagonistas de la literatura mexicana (2005), en el capítulo dedicado a Alfonso Reyes (1889-1959) cita los atributos indispensables que, según el mismo Reyes, debe tener la esposa del poeta: cancelar “las preocupaciones extrañas, a acallar los ruidos parásitos, a evitar las materialidades enojosas, a respetar y hacer respetar su sueño de ojos abiertos y a llevarle el genio sin que se note demasiado”. Si la mujer los cumple, dice Alfonso Reyes, “merecerá el agradecimiento de la posteridad”. Mercedes Barcha cumplió esos atributos, por lo tanto, merece nuestro agradecimiento.ᴥ