diciembre 31, 2014

Ciudad Altamirano: como hace 18 años

Una dirigencia teñida de recalcitrantes cacicazgos, de imposición vertical y a capricho de candidatos que chocaba con la meritocracia porque ahora eran varios los que alzaban la mano para las candidaturas; una administración municipal opaca, con obras de relumbrón que eran aprovechadas para el discurso vano y demagógico; la corrupción, ya secular como el partido emanado de la Revolución (la corrupción no es un mal cultural ni histórico de los mexicanos, los liberales de la Reforma “no robaron ni un centavo” y “Porfirio Díaz se retiró con su sueldo de militar”) [Enrique Krauze, Por la justicia, contra la corrupción. Reforma, 23-11-2014]; el descrédito de la clase política que cada día imponía un muro sordo entre ella y la sociedad civil, exceptuando al genuflexo que en cada administración acompaña a los presidentes; un edil dipsómano que dejó el cargo por ausentismo y por recomendación, tal vez coerción de su superior. Ante todo esto una palabra tomó fuerza y sentido como nunca: hartazgo.

Era el año de 1996, la dirigencia priista, después de fintas y retracciones, se decide por Rodrigo Borja García para que sea candidato por la presidencia municipal de Pungarabato. Doctor exitoso, grandilocuente, desde un principio se autoproclama candidato y sostiene que está listo para gobernar su pueblo. Siempre en automóvil, se vuelve peatón para emprender su campaña casa por casa. Esta soltura y audacia no le parece a los dirigentes priistas, y lo reconvienen. Se habla de retirarle la candidatura. Varios alzan la mano, la dirigencia reconsidera y por fin se la dejan a Rodrigo Borja. Sin embargo, varios aspirantes se retiran resentidos con sus huestes. Fue una razón de su derrota, nacida en el seno de su partido. Otra fue su peculio que se avino mal con el hartazgo que la gente sentía por el priismo. La última administración bien podía resumir los vicios y lastres del priismo. En mi cuadra vi a personas que nunca antes hablaban de política, y hablaron para coincidir en salir a votar en contra del PRI.

Empezaban los mejores tiempos del PRD. Otro médico, Víctor Mojica Wences, era el candidato a la presidencia por este partido, pero no había candidato a diputado local. Aún corre la anécdota que ninguno de los iniciadores del PRD en Pungarabato quería esta candidatura. Se pensaba en la derrota, los candidatos del PRI ya estaban definidos: Rodrigo Borja García y Antonio Vargas “la Parota”. De este último se esperaba un arrase por su supuesta popularidad. Finalmente los perredistas eligieron a Manuel Fernández, personaje que apenas figuraba en el partido y, se dice en la anécdota, se vio obligado a aceptar la candidatura. Sea verdadera o falsa esta anécdota, bien refleja cómo el descontento social, y no un plan político, tronchó el engranaje de una maquinaria pesada, que por lo demás se veía ya resquebrajarse. Víctor Mojica Wences apenas iniciaba su carrera política. Su aspiración fue tomada por la voluntad popular para acabar con la ignominia y cinismo de los gobiernos priistas.

Dieciocho años después el nuevo PRI, encabezado por Reynel Rodríguez Muñoz, gobierna Pungarabato y Víctor Mojica Wences, ahora político experimentado, con muchas simpatías que lo han hecho ganar dos veces las elecciones municipales, pero también gastado por el cargo público y fracturado por su separación del PRD quiere repetir aquella hazaña donde su pertinencia política y su carisma fueron depositarias del hartazgo por el viejo sistema priista. La situación política no es muy diferente, al contrario, se ha agravado: el mismo discurso demagógico con cariz de cinismo, una administración de frivolidades y apariencias, la sempiterna corrupción, cada día más descarada como ominosa; una administración que se ve como el gran negocio de la vida, la entrega de la seguridad pública a los capos y, finalmente, el muro sordo e hiriente que se sigue levantando entre la clase política y la sociedad civil. Ahora no es hartazgo por un partido hegemónico, sino inconformidad por el sistema que bien se refleja en el desdén de muchos ciudadanos por la partidocracia. Víctor Mojica Wences irá por MORENA, el partido de Andrés Manuel López Obrador. Seguidor incondicional de este, Mojica Wences es de las personas que apostarían todo por este personaje soberbio, maniqueo, y que se me hace tan desconfiable como cualquier pez gordo de los otros partidos políticos. Su sombra populista ha empañado el horizonte de una izquierda razonada, autocrítica, estudiosa y analítica. MORENA no traerá ninguna diferencia porque desde su propia fundación avala al Estado fallido, obstinado a no implantar el Estado de Derecho y a dar seguridad y justicia a sus ciudadanos.

Javier Sicilia, corazón de poeta desgajado por esta década de violencia, llama al “boicot electoral”, no asistir a la farsa de las urnas, crear un “comité de salvación nacional que convoque y organice un nuevo Constituyente que refunde la vida política de la nación”. (Proceso, 1988). Difícil y duro trabajo, pero contemplar esta idea es un bálsamo esperanzador en medio de la ignominia y simulación de los gobernantes de todos los escalafones.

En Pungarabato, un punto casi nada de nuestra República, a Víctor Mojica Wences tal vez le alcance su carisma y su capital político para ganar con MORENA, pero a este partido no le alcanzará con nada, porque salta del mismo cuño que los otros partidos, para derrumbar el muro sordo y envilecido que divide y aleja a la sociedad civil de la clase política.  ̴


@noeisraelb

noviembre 30, 2014

Desfile chusco: una tradición decadente


De una escuela preparatoria se espera la educación formal, la enseñanza inspirada en la tradición de los clásicos (¿qué puede enseñar un maestro universitario?: lo mismo que un profesor de primaria: a leer). Y también conocimientos técnicos y prácticos. Eso se espera de la preparatoria # 8 de ciudad Altamirano, y no tendría ningún motivo para dudarlo (para eso está el personal y las instalaciones, que según el mito de las burocracias universitarias nunca serán suficientes: siempre habrá una aula que construir, muros que levantar), pero cada año que sé del “desfile chusco” me hace pensar en un adocenamiento de los profesores, una indiferencia que solapa la exhibición de los alumnos en algo que no tiene sentido porque tiene poco que ver con la educación. Un desfile que lanza a los alumnos a un despapaye ramplón, innecesario en una sociedad actual que vive un lebertarismo mal entendido, un libertarismo que se regodea en la falta de curiosidad por el saber y que jala hacia el vacío.
Para coronar una supuesta “semana cultural” se hace desfilar a todos los grupos de la preparatoria por las calles de la ciudad con disfraces y representaciones chuscas. Si los profesores parten del sentido antropológico de la cultura, que sostiene que esta lo es todo, caen en la vaguedad. Si parten del significado humanístico, que dice que la cultura son las bellas artes, los profesores andan en el limbo.
Desfilaron ¿23? ¿25? grupos con la gastada idea de motivarles la imaginación y la creatividad y porque ya es una tradición de dicha institución. La creatividad languidece en el desparpajo y los berridos que los jóvenes van dando por las calles. Solo basta saber el nombre de los grupos ganadores: “Las galletas comelonas”, “Minios” y “La iguana loca”. Otros títulos: “Seximbol y sus nacas”, “El desver”, “Los picapiedras”, “Espantapájaros”, “Gato ensombrerado”. La estridencia del desfile deja la idea, por lo menos en este evento, del poco compromiso espiritual y cívico de los maestros, que con su inercia empujan a los muchachos a echar mano de la frivolidad para pasar como bufones ante la gente curiosa que se amontona en las calles. Lejos quedó la mística de los profesores que quisieron elevar al populacho, y no bajarse a su nivel envilecido por la injusticia social.
La creatividad se pierde en la fragua de un desfile sin sentido. Y las tradiciones suelen ser buenas pero también decadentes. “El desfile chusco”, con todo y los profesores que se empeñan en mostrar “la imaginación de los alumnos”, y el dispendio de los contingentes, es una práctica decadente.
No dudo que los primeros años haya sido un golpe saludable de creatividad y una apoteosis de la libertad juvenil para protestar en contra de formas sociales que los ataviaban y tal vez contra prejuicios rancios. Quiero imaginar que el desfile en su primer año fue idea de los mismos estudiantes que jubilosos salieron a las calles de modo sorpresivo y espontáneo, o tal vez de un profesor audaz e inquieto que no se conforma con el adormecimiento en un sillón mullido de académico. Pero aquello poco tendría que ver con la imposición que los profesores y directores imponen verticalmente actualmente. Lo original ahora sería que un grupo de alumnos rompa con un desfile oneroso y sinsentido, o también, que un profesor audaz lo haga, con el riesgo de que se le excluya y sea malmirado.
        ¿Llegará un director que festeje la fundación de la preparatoria con una semana cultural que canalice el ímpetu juvenil en actividades propias del saber de inspiración clásica? Es difícil. Dice Gabriel Zaid que algo tienen las burocracias que desanima la creatividad. El desfile tiene su color, se luce por las calles, se ganan notas en los diarios locales, hay más chance para las poses de las fotografías. La semana cultural tiene su acto de inauguración y clausura, visitas de rectores y presidentes municipales, mesas de honor para hacerse escuchar, hay más chance para las poses de las fotografías.
Lo que queda del desfile es acaso el gasto que hacen los padres de familia en los disfraces de sus hijos. Gasto que se suma a la recreación-construcción física de chozas que se acostumbraban antes de la llegada de la modernidad y del progreso: jacales de paja de ajonjolí. Los estudiantes no tienen otra que sobrellevar más o menos el humor y las ideas de los maestros, y los padres de familia tienen que desembolsar... (mil pesos costó levantar cada choza, El Debate, 25-11-14). Cantidad que me parece queda corta, porque además de acarrear los materiales de la choza hubo trajes típicos de manta, se improvisaron fogones, hubo comida y aguas frescas, música de banda… Hacer una lectura sobre los usos y costumbres de nuestra región durante una hora, y después una discusión de media hora, dejaría un buen aprendizaje. Habría que admirar de esas chozas la vida sencilla y sin dispendio. Habrían de pensar los universitarios que se puede aprender, vivir sin carretadas de presupuesto.
Pero esos gastos es poco a comparación de lo que deja de producir la preparatoria durante una semana. Una pérdida que crece exponencialmente nada más al pensar en las instalaciones, el personal, el tiempo que es desaprovechado para revelarles a los alumnos que no hay de otra que leer.
Durante la semana cultural hubo además eventos deportivos, carrera de burros, palo encebado y cuche encebado, y por ahí, para que no sonora a estafa “la semana cultural”, también hubo concurso de música y oratoria.
¿Quién será el director que en vez de un oneroso “desfile chusco” concluya con un concurso de lectura grupal de un libro completo, y que después de una pequeña discusión presentasen el resumen por escrito de dicho libro? Es un evento que no luciría, pero no acarrearía mayor gasto, sería un evento que no aparecería en las páginas de los diarios, pero sería un evento digno de los ideales de la universidad. ̴

Nota: Ya en el siglo XIX, Carlyle (1795-1881) escribía: “La verdadera universidad hoy es una colección de libros”. Lo más que puede hacer un maestro universitario por nosotros es lo mismo que un maestro de primaria: enseñarnos a leer (Los héroes, V). Citado por Gabriel Zaid, Futuro de la universidad. Reforma, 28-09-14.



    

¿Qué pasó en Guerrero?

· Guerrero no es México, pero Iguala sí era como todos los municipios del Estado de Guerrero, donde los capos tenían el control de las direcciones de seguridad y aun sacaban tajadas del erario público.

·Los presidentes municipales no es que fuesen aliados o socios de los capos. Estaban sojuzgados bajo la sombra incómoda de los capos. Y si no decían nada era porque en su nula transparencia también ellos podían medrar y aspirar a otros puestos públicos.

· Diez años tuvieron los capos para desaparecer a 43 estudiantes normalistas. Diez años que tuvieron luz verde y el disimulo de coroneles del ejército y altos mandos de la policía federal.


Ciudad Altamirano no es Iguala, pero por la entrega de la seguridad pública a los capos es como si lo hubiera sido. El escenario tenebroso para desaparecer a 43 estudiantes estaba preparado en cualquiera de las ciudades principales del Estado.

En Ciudad Altamirano los capos empezaron a sonar en el 2004. De Huetamo y San Lucas, municipios de Michoacán, llegaban de arribada esbirros que se hacían llamar zetas; y del lado de Coyuca de Catalán, llegaban otros que se identificaban como de la banda de los pelones. La gente empezó a hablar de sus poses temibles, de sus armas; y pronto, de su saña y sus ambiciones desmesuradas.

La ciudad empezó a ser sitio de enfrentamientos. Los crímenes entre las bandas enturbiaron la claridad de aquellos días. Nadie pensó que las escenas de levantones y asesinatos del 2004 apenas eran el preludio de la ambición e irracionalidad de los capos, de la extorsión y el secuestro. Un desbocar de unos hombres en el mal puro: en el vacío y sinsentido. Diez años de estupor, de zozobra, de miedo, y en muchos ciudadanos, de indignación. Diez años que saltó del cuño una moneda que subyuga con un tintineo pavoroso e indignante: que de un lado resalta el perfil corrompido, oneroso del gobernante; y del otro, la sombra ominosa de los capos.

Pero ¿de dónde salieron los capos?, ¿quiénes son?, ¿por qué su ensañamiento?, ¿su desprecio por la vida humana?. Quiero hablar de los años que precedieron la llegada de los capos, de la década de los noventa, tiempo que me tocó vivir mi infancia y adolescencia.

Ciudad Altamirano era una pequeña ciudad, pujante en lo comercial, con ciudadanos orgullosos del progreso que había alcanzado en los últimos 30 años. Treinta años no son nada pero en ese tiempo quedaba poco del antiguo y rústico Pungarabato. En esas tres décadas se construyeron los edificios que albergarían las escuelas, las burocracias, los hospitales públicos y privados, y comercios a grande escala. Ciudad Altamirano se convirtió en el emporio de Tierra Caliente. Había un festín de burócratas favorecidos, profesionistas, médicos, comerciantes que en pocos años se podían levantar alcázares.

Sin embargo, por el otro lado, por más que el sector progresista brillaba por su lujo, era notable el socavón de la pobreza y desigualdad.

En los noventa empezaron a morir los campesinos de la última generación que tuvieron un auténtico amor a la tierra, un arraigo por la vida del campo. Campesinos que guardaban formas de producción y de convivencia arcaicas. Mostraban respeto a la tradición y a los mayores, compartían sus experiencias y vivían plenamente en el pueblo. No fue una generación de campesinos de convivencia idílica. Siempre hubo muertes por venganza, por honor. Muchos de ellos platicaban por experiencia de sus mayores el paso por estas tierras del grito funesto de “¿quién vive?” que causó discordias y muertes entre hermanos y compadres. ¡Qué generación, qué sociedad vive sin sobresaltos, sin tragedia! Luego no dejaron de contar la violencia regional que les tocó saber durante el transcurso de sus vidas, los últimos tres cuartos del siglo pasado: pleitos por las tierras, reyertas inspiradas por el exceso del alcohol, desgracias familiares. Fue la última generación de campesinos que utilizaron formas de trabajo rudimentarias, muchos se resistieron a utilizar pesticidas y abonos químicos para producir la tierra. Con sus antiguos modos de producción, no comprendían muy bien la complejidad de la sociedad moderna con su aplastante progreso.

Ahora recuerdo su visión de las cosas, todo venía degenerando. Hombres que creían que el pasado fue mejor, intuían que tiempos malos sobrevendrían. Tal vez su pesimismo era por su condición propia: el abandono del campo era notorio. Sus hijos no compartieron la mística por la vida y el trabajo del campo. Estos fueron absorbidos por las muchas ocupaciones de las ciudades, y una gran mayoría, terminó en los Estados Unidos. Tal vez por eso su pesimismo y sus malos augurios. Sin embargo, los campesinos de esta generación que llegaron a saber de la violencia de los capos, no dejaron menos de desconcertarse. Hombres de a pie no dejaban de ver con desconcierto que unos hombres bajaran de una imponente camioneta, armados para matar y levantar. Se quedaron perplejos como cualquiera que diez años después se ponga a indagar la fuente primigenia de la irracionalidad de los capos.

De niño yo llegué a escuchar que la cocaína proveniente de Colombia no toda iría a parar a los Estados Unidos, sino tendría que buscar mercado en nuestro propio país. No tardó mucho. En los noventa los consumidores de cocaína eran tan notorios como los narcotraficantes que transportaban marihuana y goma de amapola a la frontera y al país vecino. Estos últimos cuando volvían triunfantes de sus viajes se confundían entre las personas de los grupos progresistas. El éxito y el dinero son falsos valores que a menudo ofuscan la vista de muchos, y adormecen la conciencia social. El lujo y el dispendio que ostentaban los narcotraficantes inspiraban el espejismo de grandeza que hizo pensar a muchos, que años después habrían de morir enrolados en las bandas, que la riqueza, aunque fuese pasajera, bien se podía conseguir en un viaje de droga a la frontera, en un golpe de suerte. Espejismo de muchos que abrevaba en las circunstancias de pocos: residencias modernas, carros y camionetas flamantes, afamadas fincas, ricos ranchos.

Esos narcotraficantes que empezaron a aparecer con sus coletazos de audacia en los 80 y ya para los noventa tenían sus historias y hazañas esplendorosas, en los primeros años del 2000 los que no mutaron en capos, fueron asesinados. Su dinero y su suerte se esfumaron con la llegada de las bandas. Los que sobrevivieron, unos aún con riqueza, cayeron en traiciones, destierros, secuestros y muertes troces.

Los capos se cebaron en la sangre. No diré de malos porque repetir que a los que matan y secuestran son malosos o sospechosos es como ir justificando cualquier atentado contra vida humana.

¿Dónde abreva el rencor vivo, la maldad pura de los capos? ¿Dónde está el surtidor de irracionalidad, vacío y sinsentido? Bien podemos decir como Rubén Darío: en el hombre hay mala levadura.

El liberalismo, la democracia liberal, el libertarismo llevado a la satisfacción de los deseos individuales más ínfimos, se suspenden ante esta vorágine de pasiones ciegas y pareciera que se esfuman en los aires del desánimo. Los capos, con sus impulsos macabros; los gobernantes, preocupados por la ganancia inmediata son a la hora de estamparse en la moneda avasallante hijos legítimos del individualismo galopante y desbocado que nuestra sociedad actual parece ponderar. Un individualismo que cuando mucho da por pensar nada más en el núcleo primigenio: el cónyuge y los hijos. Cierra las puertas porque las demás cosas suceden en la calle, al vecino. Los lazos comunitarios se rompieron en una sociedad que fragua bajo su mojigatería el egoísmo más recalcitrante: pensar en el yo, que es lo más importante y los demás que se las arreglen como puedan. Aún podemos ver esos lazos entrañables en pequeñas poblaciones que comparten actividades o en grupos que tienen intereses virtuosos afines, grupos que son nada en las grandes ciudades, donde el individualismo hace caminar con el rostro patibulario.

Aunque los capos salieron de las hendiduras de un submundo tan misterioso como irracional, y los gobernantes de escenarios distintos: de buenas familias, con estudios universitarios, del fogueo con políticos duchos en la verbosidad y demagogia comparten el fuego del individualismo mal entendido que implacable, devorador consume el propio seno de donde ha surgido.

Es bueno ser optimista y actuar en ello para no caer en un optimismo ramplón. Hay que esperar el progreso, más bien dicho hay que aprovechar las oportunidades para concretarlo. Como la lamentable desaparición de los 43 que ha indignado a amplios sectores de la sociedad.

Aunque pareciera que el gobierno se resiste a implantar el Estado de Derecho, aunque haya un amplio sector de la sociedad, que montado en el individualismo desbocado, se dirija a la nada; una moneda corrompida y brutal no puede predisponer ni comprar a todos. Los hombres que encarnan la justicia, por muy mala levadura que haya en su simiente, no nada más se encuentran en las páginas de la historia. Ni en cielos inalcanzables. A menudo nos los encontramos en la vida cotidiana y nos sorprenden. De ahí que no todo sea nubarrones, por más que cubran el cielo una década. De esos hombres nacerá el Estado de Derecho que tanto urge a los mexicanos. ̴


@Noeisraelb

noviembre 02, 2014

Rogaciano Dávalos



A Charácuaro yo vengo
a contarles un corrido;
no en balde los entretengo,
a un señor va dirigido:
don Rogaciano es su nombre
y Dávalos su apellido.

El nació en cuna muy pobre,
huérfano de niño quedó;
de arriba Dios la vida obre,
aunque puro y tiesas comió.
“Quiero que un día me sobre”,
dijo, y del pueblo se marchó.

Llegaba el mediodía
y no tenía qué comer.
Era cuando se decía:
“que se acabe el mundo en pan,
para siquiera ese día,
morir lleno morir en paz”.

En México algún trabajo,
en el Norte de bracero,
sin olvidar el atajo
porque volvía certero.
Su mujer, también sus hijos
lo esperaban con esmero.

Un día tal vez cansado
no volvió al extranjero;
se puso a criar su ganado
y a cultivar su potrero.
Y sus hijos, por su lado,
hallaron propio sendero.

Vive tranquilo el ranchero.
Cuando visita Huetamo,
luce su fino sombrero;
aunque una vaca parida,
según costó, yo refiero
que fue buen regalo en vida.

Gusta tomar pero poco
con sus amigos tranquilo.
No tiene miedo tampoco,
la vida pende de un hilo.
Habladores valen poco,
es una verdad de a kilo.

No habla ni se la aperfuma,
de estos versos gusta aprender:
“¡El cuervo con tanta pluma!,
y no se pudo mantener;
el escribano con una
sí mantuvo novia y mujer.

Deporte de mucha gente
fue la pelota tarasca
en toda Tierra Caliente;
en patios de charamasca
fue tirador muy potente
difícil que otro nazca.

Hace un año la creciente
que toda su casa inundó.
Su hijo estuvo al pendiente
y a sus padres nada faltó.
Hoy Rogaciano presente,
platica lo que sucedió:

“Septiembre del año trece,
el río todo se llevó.
Este río crece y crece,
hasta que las casas cubrió.
Por poco desaparece
este pedacito de Dios”.

Vuela paloma del prado,
vuela vuela por el llano;
si ves un perro a su lado,
se trata de Rogaciano,
es que lleva su ganado,
es un ranchero calentano. ̴


octubre 26 2014

octubre 31, 2014

Retrato del Diablo




A Miguel Mani, que ya es maestro.

El Diablo al mostrarnos el camino del mal nos indica cuál es el camino del bien de que nos hemos separado.
Manuel Payno. El fistol del Diablo, v, iv.

Aunque puede presentarse como una mujer que con la boca borneada entrega a un hombre una olla de monedas de oro o como un niño que en nítido sueño susurra qué camino tomar (como profundo conocedor de las pasiones humanas se las juega audazmente con sus artimañas para que el hombre encuentre a su paso intrigas, sinsabores y desgracias), su apariencia más recurrente es la del hombre de media vida, de cuarenta y pico años.

En los magníficos salones viste elegante pero con sobriedad; entre el populacho, siempre se le encuentra de aspecto distinguido.

Su rostro afable, luego agudo; su mirada perspicaz, luego siniestra; su sonrisa ladina, luego maliciosa; su tez pálida, luego encendida al tramar asechanzas; su compostura fuerte, sus brazos nervudos y vellosos; hacen pasar inadvertido el destino legendario de sus pies. Viéndole su calzado que termina casi en punta da la impresión que está a punto de hundirse en un remolineo de tornillo al abismo último de la tierra.

No pasa de la sonrisa maliciosa. La carcajada acentúa mal en un caído. Es uno de los infundios que le han hecho. No hay en él regodeo por la desgracia. Después de tender la trampa con sus hilos acechantes, acaso al principio de la caída, desaparece al instante. De por sí caído, no puede regodearse en el lodo del abismo del cual quisiera desprenderse.

Una arma del diablo es la noche y más precisamente el sueño de los mortales. La primera arma es su libertad para andar por la tierra y merodear a los hombres. La noche le recuerda el abismo de donde viene. De ahí que la media noche esté teñida de historias de la malahora. Aunque una vecina mía me contó de niño que el diablo se le apareció en un mediodía pobre, y que se ofrecía, sin compromiso, a ayudarle para que le diera de comer a sus cinco hijas hambrientas. La mujer rechazó el ofrecimiento, y el diablo, que por ese tiempo montaba a caballo, desapareció dejando una nube de polvo.

Durante el sueño los hombres se encuentran inermes. Ahí se encuentra el reposo y la inspiración. Pero ahí suele llegar el diablo a sus cabeceras y como un excelente malabarista de los sentimientos humanos, como un rifero que se sienta a la mesa para leer el futuro, hace mil sugestiones: son las pesadillas y los sueños siniestros. La serpiente que perdió a Eva antes fue víctima porque el demonio se le introdujo en forma de negro vapor mientras dormitaba (Milton. El Paraíso perdido, ix).

Viajante todos los siglos no debe sorprender que decida pasar largas temporadas en un solo lugar. Ya establecido entre los hombres, toma café hirviente, fuma porque el humo le va bien a su personalidad sombría. No desprecia los licores y cerveza de nuestros tiempos, pero son suyas las cavas originarias del vino puro y espumoso: chorro de sangre de toro prieto que calma la sed y atempera los humores. Es un excelente conversador que destantea con sus planteamientos falaces, escandaliza con personajes egoístas e irracionales, y, finalmente, sus historias descarnadas marchitan la flor, ahuyentan despavorido al colibrí y atribulan al espíritu más templado.

Orgulloso de que sabe muchos secretos del mundo, no lee, y cuando lo hace, es de modo conciso, como quien busca un dato, como quien busca el cabo suelto en un manual de técnica.

No lee literatura culta y ve con desprecio al amor. Mentiras y desvaríos diría de lo uno y de lo otro. Para él mientras menos se hable de estos temas es mejor. El poco interés por el arte y el descalabro cotidiano del amor, lo hacen fuerte, se siente amo de los hombres. Pero he aquí su punto débil. Quien explora en la poesía (por mencionar una veta del arte) sin otro propósito que encontrar los veneros de las pasiones humanas terminará por saber y comprender al ser humano. El Diablo, que siente que este conocimiento nada más a él le pertenece, se pone celoso y no le hace mucha gracia. Un filósofo de nuestro tiempo ha dicho que Luzbel es el santo patrono de los artistas. No es que sea un protector, sino que el hombre es libre, como el ángel caído, y el hombre en su corta existencia puede aventurarse a la no fácil empresa de comprender un poco el indescifrable corazón humano, y a partir de ahí compartir esa experiencia íntima por medio del arte.

En cuanto al amor, es el sentimiento sublime por excelencia, el tiempo y el espacio donde el hombre rompe las cadenas que lo atan, vuela los candados de las puertas que lo encierran y sale a reconocerse libre. Hay en el hombre que concreta el amor algo celestial y ahí el Diablo no puede estar, no tiene nada qué hacer. Aprovechará la mengua para volver y renovarse en sus fuerzas.

Hay tiempos en que el Diablo aparece radiante repartiendo su oro como si se tratara de granos de maíz, granos de ilusorio brillo y valor; sin embargo, los hombres, jubilosos, como primer día de feria, discretos pero ávidos extienden la palma de su mano para recibir su parte. El diablo reparte su oro cuando el gobernante esquilma a su pueblo, cuando un líder religioso se extravía de su discurso teológico por la riqueza y su dominio, cuando la guerra brota, cuando el hombre desvela su inteligencia para destruirse a sí mismo y a la naturaleza, cuando el hombre deja de seguir su estrella y se anquilosa, cuando prende el celo y la desconfianza, cuando se enciende la ira y la venganza, cuando arde la saña y los excesos de la carne, cuando humea la ingratitud y el orgullo.

Hábil bailarín, consumado músico: sobre todo de música tocada en violín y piano. Toca las notas más dulces, las más melancólicas y las más terribles. Quien ha tratado de tocar como él se ha fatigado en balde. Para el registro de las notas escritas en la pauta, los dedos se acalambran, la vista se cansa y la memoria se retarda. Ufano diría que quien quiera tocar aun alguna de sus cancioncillas, así el ejecutante más diestro, tendría que practicar de cuatro a cinco años. Como bailarín, cuando estuvo de visita en Tierra Caliente varias mujeres de la vida alegre, que quedaron muy contentas por las monedas que les dejó, quedaron con el cuerpo ahuatado y la picazón les tardó semanas.

No está tan ocupado como puede suponerse, porque en realidad no necesita de mucho para que los hombres se desenvuelvan bajo su dominio. No puede variar el curso de la vida. No sabe el destino de los hombres pero la carga de tantas generaciones lo hace un fatídico especulador de almas que pareciera que difícilmente escaparán de sus garras.

Para ocupar su tiempo libre se dedica al comercio. Los productos y los lugares son tan diversos como el mundo. Hace 168 años llegaba a Orleáns en un buque para recoger un cargamento de algodón que le daría una ganancia de 80 mil pesos. Hace 94 años fletaba un hatajo de mulas en la costa de Guerrero para transportar cargas de café a la Ciudad de México. Tal vez en este recorrido pasó por Tierra Caliente y aquí se quedó un buen rato con nosotros entretenido por el material humano (acababa de pasar el grito siniestro de guerra “¿Quién vive?”, pero todavía los hombres se mataban por honor y pleitos rancios, por lo demás gente rústica pero hospitalaria), pero también se quedó por los sones y gustos tocados en violín, uno de sus instrumentos favoritos.

Al diablo le gusta aparentar ser amigo de los hombres, y aun, que le digan con toda franqueza “amigo”, no tanto porque se envanezca de que se le busque para tratos y favores, sino, como criatura del mismo numen que hizo al hombre, guarda una íntima esperanza de salvarse junto con este. ̴


Octubre 31 2014

octubre 10, 2014

Retrato de una persona que le han amputado una pierna


Sentado en una silla de ruedas, vestido con ropa ligera de convaleciente; la extremidad cortada cubierta con algún trapo que deja visible el muñón vendado ante sus lágrimas silenciosas, deja atrás la pálida y triste habitación del hospital. Sale ensimismado pero con un semblante tranquilo que poco a poco recuperará el arrebol de la esperanza. Aunque salga sin pierna, aunque el horizonte sea turbio, la salida de aquella habitación le anuncia íntimamente el encuentro con el fulgor de los días de sol.
Cuando sale de su ensimismamiento su semblante es de asombro porque está dispuesto a reconocer las cosas y los nombres como después de una larga ausencia. Es afable, en un principio no busca comprensión, sino él empieza a comprender al mundo.
Sale del hospital con semblante augusto, propio de la franqueza cuando no hay nada que fingir, nada que disimular.
Llega a su cuarto donde una mullida cama lo espera como hacía tiempo no lo esperaba. El cuarto está descombrado. Apenas con lo indispensable para el convaleciente. Los primeros días en casa son soporíferos. Los ratos que está despierto sabe que es de día por el movimiento de sus familiares y por la poca claridad que entra en su cuarto. De pronto siente que tiene sus dos piernas y, por lo tanto, que no hay por qué estar tirado, ¡hay que levantarse!, pero recuerda de su sueño, prende la luz a horas de la madrugada y se desengaña: ve que ha perdido su pierna para siempre.
Entonces su mirada, que estará por un tiempo encerrada en cuatro paredes, verá pasar los recuerdos que le llegan. Los sueños, que son engañosos unas veces; otras, reveladores, le ayudarán a contemplar más límpidos los recuerdos de sus buenos tiempos. Se da cuenta que tuvo un paraíso que ha quedado en el pasado, inalcanzable.
Su mirada ve hacia lo alto, nada más hasta el cielo raso. Podría mirar el cielo azul, profundo; pero aún no se anima a salir.
El amanecer lo encuentra con su mirada resignada porque ya comprendió que a pesar de la risa y de las cosas buenas que le ocurren al hombre, se termina por perder. Ese amanecer le susurra que a pesar de su resignación tendrá aún días de intenso fulgor.
El recurrente y suave sueño de sentir su pierna cabal lo hace salir al patio de su casa. Sus vecinos y familiares lejanos empiezan a visitarlo. Llegan apenados, graves, como se asiste a un duelo; esperan encontrarlo compungido, pero para sorpresa de ellos los recibe sonriente, casi jubiloso. Si él se atreviera se levantaría de la silla de ruedas y podría andar, pero el miedo del visitante lo impide, quien, temeroso del prodigio, corre a su encuentro.
Por fin llega el fulgor de los días de esperanza y empieza a platicar, a recordar en voz alta, a reír, a hacer alguna manualidad, a cantar… su rostro de pronto recobra su color natural y la alegría llega, y una buena tarde, pide que lo saquen a la banqueta de su casa para ver quién sube y quién baja.
Estará ahí con su mirada puesta al paisaje. La tarde cae parda y turbia. En un rato cesa la alegría y se abre en su corazón la rajadura de su tristeza. Entonces el horizonte se le figura como la visita de un ser amado muerto: vertiginoso, borroso. Es cuando siente haber perdido su pierna. Su mirada está en lo alto, baja la cabeza de vez en cuando para responder un saludo de alguien que pasa. Pero entre más va cayendo la noche él concentra su mirada hacia el cielo. Ve pasar las parvadas de aves, apacibles en solitario e imponentes en parvada. Ya triste, quisiera ser un pájaro para volar a otros cielos.
Su cara larga, cara de palo, su mirada perdida en el abismo de su corazón, su gesto insensible ya al dolor y a los reveses que le vendrán, recuerdan la fragilidad del ser humano. La desgracia, el infortunio llegan de repente. ¡Quién sabe el día en que llegarán! La pose de un amputado melancólico aproxima la imagen del hombre que está a punto de sucumbir, que no es otra que la de una ave de bocado codiciado en las cocinas y que solitaria posa en una rama sin hojas a merced de la puntería de un diestro y acechante cazador.
Ya es de noche. Vio pasar por el cielo los últimos pájaros de su tristeza. Estos descansan en las copas de los árboles esperando el canto del amanecer. Él pide que lo metan a su cuarto y ahí esperará el sueño que le hace sentir que sus piernas están cabales y también el fulgor de la esperanza de otro día.


octubre 01, 2014

Presidentes sojuzgados

Un chofer de taxi termina su turno en la madrugada. Decide tomarse unas cervezas, y ya bien amanecido, cuando la actividad comercial de la ciudad es radiante; camino a su casa choca el taxi con otro carro en la entrada del Boulevar Lázaro Cárdenas. La discusión comienza. No hay acuerdo entre los choferes. Luego llegan agentes de tránsito. El taxista, hablantín, tal vez ya borracho empieza a echar habladas que él estaba muy bien con “la gente”, que no sabían con quién estaban hablando. Enseguida llega una patrulla de policías municipales y se enteran de las habladurías. Poco después llegaron unos hombres armados y se llevaron al taxista.

La familia del taxista se da cuenta y dan por hecho que se lo llevaron a la cárcel. Lo van a buscar a la comandancia y ahí les informan que ya lo han soltado. Que se había ido caminando. Su mujer lo esperó toda la tarde y noche pero no llegó. Supo de él hasta la siguiente madrugada que lo encontraron en el centro de la ciudad, descuartizado, y con un cartel donde se decían amenazas a un grupo armado enemigo de los que se ensañaron con el taxista.

Un accidente vial, una riña entre choferes, un tipo hablantín, tal vez irrespetuoso con los agentes, un caso que pudo haberse resuelto por la autoridad municipal fue delegado a otro poder, terrible e incómodo que son los capos.

Esto pasó no hace muchos años en Ciudad Altamirano. ¿Qué ha pasado con la autoridad de los presidentes municipales que están lejos de un liderazgo denodado y de valor civil?. La simulación, el decir que todo está bien, que todo corre como la molicie y despilfarro que viven los tres años que duran sus cargos, es la estrategia que los presidentes han utilizado para enfrentar a las bandas.

En Tlatlaya la madrugada del 30 de junio ocurrió un supuesto enfrentamiento que duró alrededor de dos horas, aunque hay quien sostiene que no hubo tal enfrentamiento, que el ejército acribilló a sangre fría a 22 personas. Y ante este hecho, Ariel Mora, presidente municipal, dice muy fresco y como si nada que es el primer suceso notable desde que los capos llegaron ahí en el 2007. Que él sabe lo que sabe todo mundo y todo dice “se cree que…”. Achaca no saber nada porque es un municipio rural, donde hay poca señal de celular (Entrevista con Ciro Gómez Leyva. TeleFórmula 24/09/14). Muy entrenado para decir no más de lo debido pero poco creíble. Como si en un municipio como Tlatlaya un funcionario de su categoría no supiera nombres y lugares de presencia de las bandas del crimen.

En Iguala la noche del 26 de septiembre en cuatro episodios violentos matan a seis personas, tres de ellas estudiantes normalistas, y 43 permanecen desaparecidos. Y el presidente municipal José Luis Abarca Velázquez, nada entrenado por cierto, se le acaba el idilio de la presidencia y de la molicie al decir que él tampoco sabía nada, que nadie le había dicho nada, que él se encontraba bailando y que en esa madrugada de sangre, fatigado se dirigió a su casa a descansar. (Entrevista con Ciro Gómez Leyva, TeleFórmula, 29/09/14).

Bien se inspiran los presidentes municipales en otros políticos encumbrados que tienen presupuesto para moverse, tener el micrófono y salir en televisión; bien se inspiran en ellos para incrementar su doblez, la simulación, el diálogo de sordos, donde no pasa nada aunque tengan que rendirle cuentas a los capos. Algo de incómodo deben de tener estos para los presidentes y muchos funcionarios porque llegaron a perturbar la repartición del pastel. Tienen que contemplarlos en buenas rebanadas. Los presidentes están sojuzgados, aunque no ha de faltar el que piense que el capo es su compinche. Tal vez, su compinche pero un compinche incómodo


Octubre 1 2014

septiembre 30, 2014

¿Dónde está Dios?

˗¿Y luego? ˗me preguntó.
˗Pues quiero aprovechar este dinerito para viajar a Petatlán. ¿Sabe?, mi suegro murió con ganas de ir a ver al señor de Petatlán. La enfermedad ya no se lo permitió. Por eso mi mujer quiere hacer ese viaje, para pagar la manda de su padre si es que la hubo.
El hombre que me preguntaba se impacientó. Me ofreció un cigarro y nos pusimos a fumar. Luego nos echamos a andar hacia la catedral. La tarde caía, a nuestras espaldas el sol se ocultaba detrás del cerro. El hombre que era de pláticas suaves, tal vez por la familiaridad de otras charlas, quería decirme algo que salía de su tono. Se mordisqueaba las puntas de los dedos. En la catedral había albañiles trabajando. Bien se adivinada que adentro había una multitud afanosa en remozar la construcción.
˗¿Cómo irá a quedar la catedral? ˗me pregunté a mí mismo y sin querer di pie para que aquel hombre me soltara lo que traía entre manos:
˗¿Tú crees que ahí esté Dios?. No, por cierto. Mucho costará la obra, dinero que sale de las limosnas de los feligreses. Si la iglesia repartiera ese dinero…
Trató de acordarse de una cita bíblica para hacer referencia que Dios se encuentra en el lugar más humilde e insospechado, pero no se acordó. Yo, que me sé aquella metáfora: “ves la paja del ojo de tu hermano pero no ves la viga que atraviesa el tuyo”, tampoco me acordé. Luego Añadió:
˗No le veo sentido que vayas a Petatlán. Si buscas a Dios lo puedes encontrar donde tú te encuentres. Pero bueno… cada quien.
No apagábamos los cigarros. Seguimos caminando. Llegamos al mercado y doblamos en la Avenida para regresar por la última calle de la ciudad. El mercado, dos callejones lúgubres de los puestos del oro y la catedral abarcan toda la cuadra. Así es que teníamos que pasar por el otro costado de la iglesia. El sol había declinado y la tarde empezaba a pardear. Enfrente de la puerta lateral del atrio mi acompañante me volvió a asaltar con otra pregunta:
        ˗¿Quién vive ahí? ˗apuntó con la mirada una casona de estilo de los adinerados del viejo Pungarabato: techo de teja a dos aguas, muros elevados, y con portal; dos ventanales y tres puertas de dos hojas de cedro, la puerta principal más alta y ancha que las otras, todo con marcos de cantera. La fachada, pues, anuncia que adentro hay aposentos suntuosos decorados con ajuares de lujo.
˗No sé ˗contesté  y observé cómo unos jóvenes bajaban de una camioneta notable una parrilla para azar y dos charolas de cerveza para meterlas a dicha casa.
˗¿De veras no sabes? Es la casa del señor obispo ˗dijo como para coronar sus ideas, y para rematar añadió: ¿De dónde sale el dinero para vivir con tanto lujo?...
Dos cosas me llamaron la atención de mi interlocutor. La primera es que quien me decía que Dios no se encuentra en la iglesia sino en el hombre de fe y con limpio proceder, lo he visto más de una vez conduciendo piadosamente a su familia dentro del templo. Se asume como católico, pero esto no le impide a ejercer una crítica, y esta será bienvenida siempre porque se aproxima al punto de equilibrio entre el insolente sin miramiento y aquel que le da mucha importancia a las reglas y prácticas exteriores del Evangelio.
Decir que si el clero repartiera su riqueza, que si fundiera todo el oro de sus altares para repartirlo entre los pobres a parte de un lugar común se me hace un despropósito. La desigualdad siempre existirá. Siempre habrá quien tenga oro más que otro. Tengo en mis manos una frase de George Steiner (París. 1929): “La riqueza no debe envidiarse ni condenarse”. Hay otras cosas a que dedicarse: a leer, a caminar por los campos y buscar la virtud. No hay por qué apetecer o vilipendiar, porque como el mismo Steiner ha dicho: “el dinero sí despide un olor. Casi siempre, a muerte” (Canta dinero a la diosa. Letras Libres, 189).
La otra cosa que me llamó la atención fue que el hombre que ve con malos ojos el lujo de la casa del obispo sea un hombre que tiene lo suyo: carros, propiedades, casas, fortuna en el sentido del contador y del banquero. Él puede alegar que todo lo que posee es producto de su esfuerzo y dedicación. Nadie podría descartarlo. Pero los hombres, así los más grandes y ricos no están libres de la Fortuna, esa rueda que da a unos hombres a manos llenas y, a otros, miseria y desdicha. Todo esto no se lo quise contar a mi conocido por temor a caer en la indiscreción con lo que tiene.
Se acabó la calle y apagamos los cigarros. Aunque él no lo creyó, quién sabe si me piensa un creyente dogmático (donde que tengo mis mares bravos de duda y crítica contra los padres que no sacan jugo a sus horas silenciosas de lectura saliendo al encuentro del hombre anquilosado y provocándolo por medio del arte. En nuestro país hemos tenido notables ejemplos de padres que han derivado en grandes artistas y estudiosos. No sé de ningún caso en mi región); pienso que cada quien por su lado llegó, en esencia, a las mismas conclusiones: a veces detrás de la cruz está el Diablo, a veces las cucarachas de los templos pisan con patas de chivo y de gallo. Que Dios está en el tiempo y espacio del hombre que llora de arrepentimiento, está con el que le llama de corazón y en el fulgurante acto de amor al prójimo. Está a la cabecera del catre mudo del enfermo. Puede estar en la habitación oscura y sencilla del pobre pero también en la mansión del rico que sazona sin ostentación sus días con obras pías y caridad. Dios está al lado del desgraciado porque él comprende sus íntimos y profundos dolores. Está al lado del hijo caído que se derrumba al abismo del suicidio y la locura.
˗Cuando entro a una iglesia, me da por admirar la obra del hombre, la creación del artista. Ya después habrá tiempo para pequeñas disertaciones filosóficas y de ética ˗le dije al hombre que veía sin sentido mi viaje a Petatlán, no le cayeron muy bien mis palabras, pero continué˗: Usted mismo cuando viaja a otra ciudad y se encuentra a su paso con iglesias de construcciones majestuosas se saca fotos que luego enseña a sus amigos. Antes de saber si Dios está ahí, hay esa admiración por el ingenio del hombre plasmado en la arquitectura. Además, voy a Petatlán porque me tocó nacer y criarme en este lado del mundo entre hombres pobres y rústicos que reflejan su sensibilidad en danzas y peregrinaciones. Es una práctica inmemorable y letal como llevarle flores a los muertos. Sé, por Las mil y una noches, que quien se precie de ser hijo de Mahoma por lo menos una vez en la vida debe visitar la Meca.
Sentí que no oyó mis palabras. No quiso oírlas. Mala costumbre de los hombres de no escuchar y tratar de entender. Ya era la nochecita, agarré para mi casa y seguí cavilando:
Las construcciones de las iglesias tienen un encanto para mí que pude trasladar en palabras cuando leí el discurso que dio José Vasconcelos en 1922 por la inauguración del edificio que albergó a la Secretaría de Educación: “Tenía una unción como de templo: salas muy amplias para discurrir libremente y techos muy altos para que las ideas puedan expandirse sin estorbo. ¡Solo las razas que no piensan ponen los techos a la altura de la cabeza” (Citado por Enrique Krauze. Vasconcelos: libros, aulas, artes. Letras Libres, Julio 2010).
He leído que el primer pensamiento de todos los desgraciados es dirigirse a la iglesia, dirigirse a Dios, yo también en mis andanzas de peregrino de este mundo me he detenido en el quicio de un templo, y he entrado para descansar mis sueños en el colchón de la esperanza. Más aún un día entré en uno donde había libros, influjo de José Vasconcelos que creyó que la lectura es el motor principal para el desarrollo de los hombres, y ahí no han dejado de discurrir las ideas libremente.͠


Septiembre 30 2014

agosto 31, 2014

El Arte salvará al hombre

La vida tiende al desorden, el hombre a la nada. La desidia, la dejadez contribuyen para el desorden. Hay intentos por ordenar al mundo. Una casa descombrada, un inventario son intentos cotidianos para revertir la tendencia natural hacia el desorden; una Obras completas, una obra de Arte son intentos para salvar al hombre de la dispersión y de la nada.

     Apenas llega el día feliz y el día pesaroso, el mundo luego se aparta, se aleja. ¡Quién sabe cómo llegamos! ¡Quién sabe hacia dónde vamos!

     Si el hombre marcha hacia el polvo y la nada, ¿por qué el universo no habría de dirigirse hacia su destrucción? La teoría científica más aceptada hoy en día para explicar el origen del universo, el Big Bang, “La gran explosión” (no porque ocurriera como tal; este modelo sostiene que el mundo surgió de una singularidad del átomo primitivo seguida de la expansión del propio espacio [Georges  Lemaître, 1927]. Si así se le llama fue porque Fred Hoyle, detractor de dicha teoría y a quien le sonaba a mito de la Creación divina dijo en 1949 para minimizarla y mofarse que el modelo descrito era sólo un big bang) no deja de lado aproximaciones de su propia destrucción: el Big Crunch “gran colapso”, la materia se comprimiría en el átomo primitivo; el Big Rip, “el gran desgarramiento”; o “la muerte térmica”, la expansión disminuiría su velocidad pero nunca se detendría. La temperatura del universo podría acercarse al cero absoluto. La destrucción es el destino del universo.

     El hombre también deja de expandirse. La criatura favorecida con la conciencia para discernir entre el bien y el mal. La criatura inteligente que puede emprender los proyectos más sublimes pero también los más bajos y descabellados. Ese ser luminoso que pasa como sombra por el mundo se dirige a dispersarse en polvo, a la nada.

     ¿Qué hay que hacer ante la destrucción, ante la nada?

     No hay que desanimarse ni caer en el vacío.

     Hay que asomarse a la ventana del Arte donde las pasiones y el destino de los hombres nos hablan ya matizados por la sensibilidad del artista. Hay que saltar la ventana y escapar hacia ese camino del ideal inmenso, la savia de la vida. La obra que se alcanza por sentimiento puro y sincero. La armonía de la materia que sostiene al mundo y que impide que se resquebraje.

     Una alma angustiada hizo decir a Fiódor Dostoievski: “La belleza salvará al mundo” (1867). Para el escritor ruso la fuente de la belleza era Cristo y el Evangelio (el amor al prójimo), fuente de aguas cristalinas que debió ser reflejo y estro para que el gran novelista, situado en los rincones más lóbregos y escabrosos de las pasiones humanas, nos dejara grandes obras de la literatura. Si para Dostoievski, Cristo era la fuente del Arte, para Rubén Darío, Cristo y Arte eran agua castalia cuya claridad anima y levanta el espíritu de quien se detiene a mirarse en ella. Apenas un cuarto de siglo después que Dostoievski dijera su frase, Rubén Darío escribió en su poesía inicial de Cantos de vida y esperanza: El Arte puro como Cristo exclama: Ego sum lux et varitas et vita! “Yo soy la luz y la verdad y la vida”


Agosto 31 2014