diciembre 01, 2016

El General de los pantalones brinca charcos



El hombre solo en su casa
veía conturbado unos
pantalones de General.
Se los había probado
y, para su mala racha,
le habían quedado cortos.
Desde hace tiempo vivía
en una casa chiquita,
hecha para una persona.
Unos jóvenes entraron,
se sentaron en torno a él.
General no por carrera
sino por un simple apodo.
No reconoció a ninguno.
Él estaba consternado.
Su madre había cortado
mal sus pantalones nuevos.
El General no entendía
al ver sus pantalones
arriba de sus tobillos.
Pensaba y no entendía
siendo su madre una mujer
previsora, primorosa…
Pensaba y no entendía
que su madre, sabedora
de cuánto cuesta la vida,
cortó mal sus pantalones.
Los jóvenes aguardaban
ahí como quien visita
a un enfermo caviloso.
El General no recordó
haberles tratado un día
pero le eran familiares.
De pronto aquellos jóvenes
paránronse y saliéronse
sin saludar pero afables,
cuidadosos de no pegar
sus cabezas en el dintel
de aquella casa chiquita.
El General no lamentó
ni el olvido ni el tiempo ido.
Entristecíase por sus
pantalones brinca charcos. ~



noviembre 02, 2016

Cadafi

Desde el norte de África llegaban noticias a este punto del mundo. Tanta agua, tanta tierra, tantos sueños, tanto pulmón cruzaban para informar que el gobernante libio era un dictador cruel y vengativo



Por el tiempo en que Muamar el Gadafi (1942-2011) llegó al poder, en este lado del mundo eran pocas las casas que tenían una televisión, aún no circulaba ningún periódico local y la primera estación de radio que hubo habría de llegar dos años después. Por eso aquí nadie se enteró que un joven de veintinueve años llamó a la guerra, derrocó al rey Idris I de Libia y se puso a la cabeza del poder. Y si alguien lo hizo fue por los periódicos que llegaban de la capital con dos días de retraso. Pero de eso nadie se acuerda.

octubre 01, 2016

Viaje al interior del año bueno



Del cerro viene una especie de rugido. Los cerros tienen sus ruidos. Es el aire de la tarde que sale como bocanada de sus cuevas y grietas. “Va a llover” ‒alguien dice‒ pero el cielo se ve despejado…



De camino a Santo Domingo, apenas despegando de la carretera, poco después del panteón de Coyuca, vi una de las vistas más bonitas de este año: el verdor del paisaje, los bosques y los maizales en sus distintos y mejores tonos, la lejanía verde, llena de esperanza de las montañas y la claridad del aire cuya intensidad anunciaba una buena tarde de viaje. El cielo alto y azul, y, desperdigada, una revolución de nubes blanquísimas, ¡qué he dicho!, del color de la hora en que bajan los ángeles.

Premios y estímulos para escritores



Hoy como nunca la gente necesita fingir que lee… porque lamentablemente hay profesiones donde se necesita aparentar ser lector.




“Hoy la literatura tiene pocos defensores”, dijo recientemente la poeta Ida Vitale (Montevideo, 1923). No es novedad decir que la literatura es de una minoría, y, tal vez como nunca, de una raquítica minoría. Grupos que secularmente eran lectores, y que cualquiera pensaba que con la facilidad de edición y circulación de libros, más aún con la llegada de la Internet, crecerían y se extenderían, han disminuido su fuerza e influencia para dar paso a la incultura y al desprecio a la lectura. Estos grupos se han replegado a la academia y la especialización. Y los entes de la cultura libre andan por ahí, desperdigados, a merced de la marginación y el resentimiento.

En este pueblo no hay ladrones


¿Por qué no se cambia el sentido del tramo Ignacio Zaragoza y Lázaro Cárdenas? Un retorno al desorden vial.


Hay una aparente tranquilidad en Ciudad Altamirano. Más allá del carácter atrabiliario y rudo de sus habitantes, de sus excesos, en las últimas semanas no ha habido hechos violentos.

Cuando un gobernante, un pez gordo acabe y barra con los cabecillas de las bandas de la mafia, ya por poder, ya por obligación moral, tal vez la sociedad tenga un periodo de paz auténtico. Algo bueno tendrá que venir después de una década donde los ciudadanos han estado a merced del crimen organizado. De la irracionalidad y la ambición incesante de dinero de sus cabecillas.

septiembre 01, 2016

Albañiles


Despejan la neblina del bostezo,
el alba los riega tenue al trabajo,
ríen de sus chistes, echan relajo,
buscan el aliento de las palabras
porque el principio se presenta duro:
las varillas, los alambres, el fierro,
la tierra donde se levanta la obra,
como el primer día de destierro;
todo los recibe con gesto fiero,
la luz del alba, claridad del aire,
trae la fuerza para la jornada,
la claridad radiante los despega,
el sol hace brillar el entusiasmo,
trabajan afanosos, concentrados
y sus manos ablandan el acero,
escarban y la tierra se abre mansa,
es la hora del día en que todo avanza,
el optimismo fluye sin cansancio,
es la hora de la hormiga tenaz,
es la hora del engranaje que mueve
el círculo y la máquina del mundo,
el hombre puede crecer, nadie duda,
pero cae la tarde, la intensidad
de los hombres inspirados se apaga,
el día reposa en la luz que trae la tarde,
luz caliza que piensa en el mañana,
y que al parejo de los albañiles
desaparece del buen horizonte. ~



agosto 01, 2016

Poeta


En una ciudad, no hace mucho, vivía un poeta pobre y desconocido. Sus días eran un verso y su vida eran palabras. Sus mejores horas y su luz las aprovechaba para leer poetas antiguos. Y releía lo que él hubiera querido escribir. De tanto a tanto, también escribía sus cosas; por ahí guardaba sus carpetas, sus manuscritos, que él llamaba: “Obras”, no por presunción, si usted lo hubiera conocido, era el hombre más verdadero, con los pies bien puestos sobre la tierra. Pero de una forma tenía que llamar esos manuscritos dispersos, y desde un principio los llamó su “obra”.

julio 27, 2016

Responso a Ambrosio Soto Duarte



No es que el gobierno de Ciudad Altamirano se encuentre sin pies ni cabeza sino que difícilmente otro presidente tendrá el valor civil de señalar y denunciar a los enemigos de la sociedad: al capo, a sus lugartenientes y a sus personeros. Desde las campañas para las elecciones municipales se avistaba que Ambrosio Soto Duarte era el único candidato que podría hacerle frente a la mafia. Por su personalidad y porque su familia había sufrido varios secuestros. Aun así no dejó de causar asombro la denuncia clara y directa que hizo luego de tomar el cargo. Su anhelo, tan sencillo y puro, era que funcionarios del gobierno federal voltearan a ver a la Tierra Caliente del Balsas, que se “compadecieran” para acabar con dos lustros de violencia e impunidad. Pedirle a Soto Duarte que callara o que moderara sus palabras es tan absurdo y despreciable como el silencio complaciente que han tenido los anteriores presidentes y como la pusilanimidad del gobernador Héctor Astudillo Flores. Pusilánime el gobernador porque en vez de salir y enfocarse a los capos, salió para casi culpabilizar al propio muerto por viajar a deshoras de la noche. Ya sabía que a los civitas altamiranenses los caracteriza no hablar de cosas que comprometen no tanto por la loable discreción sino por ser nulos entes sociales. Actualmente, aunque estamos al tanto de las nuevas tecnologías, vivimos una ignorancia propia de los periodos más oscuros y oprimentes del hombre y que recuerda a una etapa de insuficiencia mental.

julio 11, 2016

Estampa de José Vásquez


Recuerdo a José Vásquez a principios de los sesenta, anciano, una cascarita; encorvado y de bastón. Recuerdo que se metía a los billares “Bachis”. Quién sabe qué tomaba y cuánto, pero salía tambaleante, echando gritos e improperios, tanteando a bastonazos los espacios por donde avanzaba. No faltaba alguna mujer que conmovida de verlo en tamaño trance, le dijera:
−Mire, don José, ¡cómo viene! Ya no tome…
A lo que contestaba, aferrado al bordón y con voz irascible:
−A mí quien me da un consejo me lo cojo.
−Ay, don José –las mujeres se pasaban las palmas de las manos sobre el rostro y se marchaban entre apenadas y escandalizadas−, yo lo decía por nomás.

julio 01, 2016

El Zarco: un secuestrador de Tierra Caliente


Los bandidos recorrían impunemente toda la comarca imponiendo fuertes contribuciones a las haciendas y a los pueblos, estableciendo por su cuenta peajes en los caminos y poniendo en práctica todos los días, el plagio, es decir, el secuestro de personas, a quienes no soltaban sino mediante un fuerte rescate. Al leer estas palabras en las primeras páginas de El Zarco, novela de nuestro insigne Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893),  resuenan y forman el abrumador espejo de nuestra actualidad. Más llamará la atención de quien en los últimos años haya vivido en la región de Tierra Caliente porque el Zarco es un apodo muy mentado (coincidencia de la literatura y nuestro tiempo) de un hombre en contra de la ley. En la novela, el Zarco es un personaje, un bandido de los llamados Plateados, que con su intrepidez, su crueldad y su insaciable sed de rapiña, encabeza una banda que asola a la Tierra Caliente. Aunque el lugar al que hace referencia la novela es Yautepec, del actual estado de Morelos, y que por el año de 1861, tiempo en que el autor sitúa la trama de su novela, pertenecía al Estado de México. El Zarco, al tener retenida a una víctima, dice lo mismo que diría cualquier capo de los que ahora secuestran: “¿No sabes que cada rico que cae en nuestras manos tiene que comprar su vida pesándose en oro?”.

junio 27, 2016

Recuento


No recuerdo bien a qué edad pero la idea vaga de ser escritor la tuve durante mi infancia. Oía las pláticas de mis mayores e intuía que eso algún día y de algún modo yo lo platicaría. Durante la primaria fui un alumno reprobadísimo, hasta una mala maestra me retrasó un grado porque le caí mal. Mala porque fue un capricho y lo hizo de modo arbitrario. No hubo tutor que respondiera por mí. Cuando terminé la primaria, mi madre, preocupada de que yo me echara a perder, me advirtió que nomás reprobaba una materia y me sacaba para ponerme a trabajar en los trabajos más penosos y pesados. Durante la adolescencia, he dicho que a los doce pero en realidad debió haber sido a los quince, leí El llano en llamas. Libro por el que empecé a leer y que me ayudó a aterrizar la idea vaga de contar: yo también escribiría un libro de lo que había oído de los campesinos. Pero no estoy seguro si fue esta lectura o un milagro del Niño Dios, a quien le pedí orientado por la hermana Blanca, una vecina devota y amiga de mi abuela inteligencia para mis estudios, lo que me volvió un estudiante aplicado. Terminé mi secundaria con 9.7 y la preparatoria con 9.9.

junio 02, 2016

El Vecino y el literato


El Vecino tiene una pasión: los gallos de pelea; el literato, la suya: leer y, cuando las intuiciones llegan, cuando los trazos de los relatos se definen, cuando las palabras lo acorralan, escribir. El Vecino, que el día lo reparte en ocupaciones apremiantes, guarda sus mejores horas para sus gallos. Tiene su gallera en el patio: una larga alambrada pegada a la barda de su patio dividida en cubiles donde cada gallo, pura sangre, de prosapia valiente, cantan en la madrugada y lucen su estampa durante el día. Con prurito el Vecino les da alimento vitaminado, les cambia el agua, recubre el suelo de las jaulas de tierra blanda, tierra de bajial. Vigila que los gallos no se acongojen y ni se sobresalten. El Vecino, al pasar cerca de la alambrada, se siente orgulloso de sus animalitos.

abril 22, 2016

El desaliento


El desaliento entra por los músculos de mis brazos.
Es un aire frío que vi una tarde de domingo y que siempre me ha perseguido.
Y ahora, luciente, entra como aguja en lienzo de costura;
Y adentro, se expande en un juego de perlas borboteante.
El desaliento crece en los músculos de mis brazos.
Acecha, como antes su aire mi cuerpo, la carne fuerte de mis otros músculos.
Para entrar, aguarda un intersticio de mi destino.
Un día por fin me invadirá y me abatirá.
Así también como después saldrá, ya indiferente de mi cuerpo,
en un rompimiento corruptor de mi piel,
en un rejuego de perlas y burbujas pestilentes. ~

abril 15, 2016

Noche de embriaguez


Después del sueño pesado que me aplastó
(nada más así es comprensible que los rugidos de la tormenta
y su fuerza de destrucción
y el llanto ahogado de tristeza de mis vecinos
no pudieran removerme mientras dormía),
salí y vi las casas destruidas:
los tejados arrancados y pedazos de muros caídos.
En medio de aquella tristeza y desolación
vi a un vecino, entre los escombros de su casa,
en otro tiempo vieja pero maciza,
empezar los trabajos de reconstrucción.
Así son mis vecinos: buenos para sobreponerse a la desgracia.
Todo aquello hacía reprocharme:
“¿Cómo no pudiste sentir la tormenta?”.
Maldije la noche de mi embriaguez.
Volví a mi casa a buscar una explicación.
Ahí, en contraste, nada había pasado.
Todo estaba en orden y en calma.
Ni siquiera se oía el pulso de mi mujer
y ni la armonía de las risas de los niños.
Salí sin darle demasiada importancia,
como siempre que salía a la calle.
Iba dispuesto a ayudar…
pero ver a mis vecinos, con sus familias,
en torno a sus casas derruidas,
me hicieron chocar de golpe con la mía,
que la tormenta no tocó pero que estaba en abandono.
Entonces apareció una pregunta inquietante:
“¿Y mi mujer, y mis hijos?”.
Mis vecinos han de perdonarme que no les ayude.
Pero voy calle arriba, de prisa, en busca de mi familia. ~

marzo 04, 2016

Timoteo


Yo le pegaba a Timoteo. Le llegaba por la espalda y le daba unas guantadas con mi puño izquierdo apretado de odio. Timoteo se quedaba sofocado, con la mirada nublada. Timoteo no se llamaba así; así le decíamos porque vivía con su tío Timoteo El Profesor. Este era un hombre de sesenta y tantos años, cazcorvo, afectado por la gota y por la estigma de ser un mantenido de su mujer. Siempre cargaba sus zapatos bien boleados (por eso le decían El Profesor, y por usar sus camisas de manga larga fajadas). Al caminar lo hacía con molestias porque además los zapatos le apretaban, le mortificaban unos juanetes que le avivaban el dolor de vez en cuando. El viejo sobrellevaba la vida con coraje. Se mantenía con su mujer con lo que ella ganaba de vender aguas frescas en la plaza del zócalo. Con ellos llegó a vivir el Timoteo del que les empecé a hablar. Llegó de los rumbos de Teloloapán a cursar el sexto grado de primaria. Yo era jefe de grupo. Y mi profesora me encargaba que a la hora de la formación para entrar en el salón todos estuviéramos formados, sin salirnos de la fila. Timoteo me caía mal, y le perdí el miedo. Como era juguetón, siempre andaba saliéndose de la fila. Entonces yo le llegaba por la espalda y le daba sus buenas guantadas y él nomás se retorcía, mirándome con sus ojos que buscaban aire puro para respirar.
Ahora los papeles cambiaron, ahora es Timoteo el que me da de guantadas. Yo no me muevo; sobrellevo la furia de venganza de Timoteo. Él me agarra de frente y ¡pum! ¡pum! Siento como si las guantadas fueran dadas por su tío Timoteo, como para desquitarse de todo: de la murmuración de que es un güevón y mantenido de su mujer, por el odio de estar cazcorvo y tener la gota, por los juanetes hinchados y punzantes que esconde adentro de sus zapatos apretados y pobres… por el odio que la vida le produce.
A mí también me duelen las guantadas. Pasa la sofocación, mi mirada se limpia, alcanzo aire; pero luego aparecen los dos Timoteos: uno, para cabrárselas; el otro, porque no tiene con quien desquitar su odio. ~

enero 29, 2016

Soledad


El hombre alargaba su cara.
Era ancha su cara pero él la alargaba,
y con la punta de su lengua estiraba su cachete.
Era su gesto (primigenio) sincero de tristeza.
Tan alegre que era antes.
Y ahora había caído en el desánimo y el resentimiento.
Ya no le daba júbilo ver el grito rubio de la aurora
y ninguna puesta de sol lo despabilaba.
La vida lo había llevado a la soledad.
Y no es que él se regodeara de estar solo o se resignara.
Él quería salir, brincar de aquel como pozo que lo empantanaba.
Pero todo era en vano.
Por más que alzara los ojos al cielo, por más fuerzas…
la soledad, arcilla donde el triste se entierra,
se ablandaba al primer impulso por saltar y el hombre se hundía…
se hundía en la soledad. ~

enero 08, 2016

Vidita literaria y una reseña



Hace poco menos de un año estuve trabajando para editar una revista mensual que abordara la literatura, la política, la crítica y la cultura. Se quedó en proyecto por, entre otros motivos, la soledad literaria. Una de sus secciones, yo pensaba, sería la reseña de los libros de autores de nuestra región. Cuando alguien se pone a hacer recuentos da que en Tierra Caliente se publican cada año gran cantidad de libros. Sin embargo, no hay reseñas para dichos libros. Si un libro anima la conversación; una reseña, que nace del interés y del gusto para invitar y compartir la lectura, ya sea favorable o crítica, en el fondo cumple la función para que el libro no caiga en el vacío o en la indiferencia. El libro es una gran cosa en cuanto objeto ideal para culminar, volver y elevar la conversación.