febrero 27, 2015

Nostalgia y amor por Cutzamala: Crónicas de Tierra Caliente de Alfredo Mundo Fernández


Quien se ha preguntado sobre los orígenes de los pueblos de Tierra Caliente y sobre sus antiguos habitantes, quien ha ideado escribir una novela de estos pueblos desde que fray Juan Bautista Moya cruzó el río balsas encima del lomo de un caimán hasta nuestros días, el libro Crónicas de Tierra Caliente de Alfredo Mundo Fernández (Cutzamala, 1953) es una fuente imprescindible para buscar pistas y fuentes antes insospechadas. Este libro es un intento ingente por agrupar todo lo que se ha dicho sobre Tierra Caliente, y no nada más hasta la llegada de los primeros franciscanos y después los agustinos que llegaron a fundar y agrupar a los pueblos ya antiquísimos, sino desde los primeros habitantes que según las investigaciones del autor datan desde del v de nuestra era.


El doctor Hans Roskamp, profesor e investigador en el centro de estudios de las tradiciones de El Colegio de Michoacán, quien publicó Los códices de Cutzio y Huetamo: encomienda y tributo de la Tierra Caliente de Michoacán, siglo xvi; en 2003 y que por este trabajo recibió el premio “Francisco Javier Clavijero” por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dijo: “En la Tierra Caliente materialmente desaparecieron los grupos indígenas y por tanto sus lenguas. No se tiene mayor conocimiento de cómo vivieron, quienes fueron sus pobladores y por qué no perduraron en el tiempo. Por estas razones, esta área es de las menos estudiadas en todo el Estado de Michoacán”. Esto escuchado o leído por Alfredo Mundo Fernández no debió de causar menos de desconcierto porque él ya llevaba décadas estudiando las fuentes posibles donde se hacía mención a su tierra Cutzamala y a todo Tierra Caliente, no nada más la parte geográfica de Guerrero sino los municipios de Michoacán y del Estado de México. Ya había publicado en 2001 Historia de Tierra Caliente, pero estas palabras del doctor Roskamp lo hicieron seguir buscando en todas las fuentes posibles: archivos, bibliotecas, libros viejos y casi ya desconocidos, manuscritos y códices. La inquietud que debió haber sentido al saber aquellas palabras del investigador del Colegio de Michoacán derivaron en años de estudio y recopilación que se cristalizaron en este su tercer libro publicado. El mismo Mundo Fernández disiente con el autor sosteniendo que leyendo la Relación de Cuseo (Cutzio) se puede saber “cómo vivieron los pobladores de esas tierras”. Y tiene razón el estudioso cutzamalteco, leyendo entre líneas esa relación y otras fuentes que da en los dos primeros capítulos de su libro puede surgir una historiografía que nos acerque a entender la vida de los pobladores precortesianos de estas tierras.

Crónicas de Tierra Caliente comienza con los primeros asentamientos de los Mezcala y otras tribus que dejaron huella de sus estancias y termina hasta la inundación de muchos pueblos de la región a consecuencia de la creciente del río Balsas en septiembre de 2013. El libro, como su título lo indica, es un conjunto de crónicas que a menudo lindan con la historiografía dividido en seis capítulos. No predomina la voz historiográfica que apuesta a la recreación de los personajes en su tiempo sino la narración del cronista que informa de pueblos, hombres, sucesos, biografías, guerras, revoluciones y todo aquello que ha quedado registrado y que el autor pacientemente ha sabido indagar y buscar. Fue una labor sincera y titánica, y esto está por encima de cualquier cosa que este libro adolezca.

El primer capítulo “Tierra Caliente en los siglos v al xv” tan revelador como monumental repite varios pasajes, a veces el autor lo hace intencionalmente, cosa que no me deja de extrañar pero que a final de cuentas termina siendo pedagógico porque hace que leamos un pasaje dos veces y hasta tres. En el segundo capítulo la voz del cronista da paso a las relaciones que escribieron los religiosos que llegaron a catequizar. Son páginas bellas escritas en el español antiguo. Páginas que fueron escritas desde el asombro y la admiración de los hombres que por primera vez veían un mundo distinto. Y es que el asombro es una marea que si se conduce a alguna de las artes y sobre todo a la escritura da excelentes resultados. Bernal Días del Castillo era un ingenio lego pero por su buena memoria y su capacidad de asombro nos dejó el libro Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, padre de nuestra literatura. Pero abandonar al lector en citas y que el narrador nada más sea una guía de fuentes puede tener sus riesgos para aquellos que son primerizos en la lectura. Esto se da en los capítulos tercero, cuarto y sobre todo en el quinto donde el cronista informa de sucesos y personajes y luego cita los textos de sus fuentes íntegros. El narrador debe masticar sus fuentes como bolo pastoso para que con el fuego de su digestión salga su voz pura y clara. Por más que ahora los universitarios se ufanen que cada día hay menos analfabetas, el grupo que lee libros es reducido. Y muchos al sentirse abandonados en una suerte de citas completas que repiten lo que el autor ya dijo, pueden abandonar la lectura del libro. Más aquellos incautos que piensan que la cultura es una música en vivo y un colorido bailable. Por fortuna el cronista recobra su voz en el capítulo quinto a partir de la guerra de Reforma y el capítulo sexto donde sus crónicas siguen siendo tan puntuales. Ahí refuta conceptos como el significado de Cutzamala que un autor una vez escribió y que dice que significaba “Ceibas amarillas” (págs. 425-427). En estos tiempos en que abunda información dudosa es bueno que alguien con rigor despeje dudas. El autor demuestra que Cutzamala significa “lugar del Apatzi”, ídolo hecho a la imagen de la onza que los españoles llamaron comadreja. Cuenta que alguien le dijo que se confrontase públicamente para discutir el significado de Cutzamala, pero él dijo que no es hombre que guste de discusiones y polémicas. Más que esto su artículo que escribe y firma es suficiente y qué bueno que el autor no se prestó al morbo y al espectáculo del vulgo.

No hay que dejar de encomiar que en la vorágine de tanta indecencia y frivolidad de los presidentes municipales, Isidro Duarte Cabrera, presidente con licencia de Cutzamala, haya apoyado la publicación de este libro. Mejor libro hubiera sido en cuanto a objeto manual si hubiera caído en manos de un editor. El manuscrito pasó de las manos del autor a un impresor que sacó el trabajo como pudo. Un editor hubiera cuidado detalles que no están por demás, como un índice numerado; el editor está para contener los impulsos y a veces caprichos del autor, hay que hacerle ver que sobra el título de ingeniero en el nombre del autor, que en la contraportada es mejor que vaya una reseña sobre el contenido del libro y no un plano, que sí es valioso, pero que ya va a parecer en las páginas del primer capítulo. Hay quien dice que el diseño editorial influye para que un libro sea leído, yo creo que quien lo va a leer lo va a hacer ante cualquier circunstancia, pero no menosprecio la labor de un editor comprometido.

Alfredo Mundo Fernández, que es ingeniero en Comunicaciones y Electrónica, es diletante de la historia de su pueblo con un criollismo acendrado. Atento a las conversaciones de sus mayores, alumno de otro aficionado a la historia de su pueblo, el profesor J.Guadalupe Luviano del Moral, un día de 1970 (cuando el autor merodeaba los 17 años) vio pasar por el zócalo de Cutzamala a un campesino que arriaba su burro donde llevaba un ídolo viejo que iba a vender a alguien. El campesino lo llevaba cubierto de ropa vieja, medía más o menos 80 centímetros. Cuando supo que su pueblo había sido el único pueblo donde se adoraba el Apatzi, Dios de la muerte según la mitología tarasca, le asaltó la duda: ¿No sería aquel bulto que llevaba el campesino el Apatzi? Fue quizás ese asalto de duda que lo ha hecho investigar y recoger todo dato referente a su pueblo y de Tierra Caliente. En su sueño lo turba la algarada de diez mil guerreros tarascos provenientes de diferentes partes del imperio que defendían la guarnición en Apatzingani, en su sueño relucen la grandeza de los reyes Tzitzipandacuare y Zuangua, en su sueño palpita el paso de Morelos por la iglesia de Cutzamala, su sueño se vuelve pavoroso por el sitio de 1860 donde los liberales triunfaron e incendian el pueblo. El criollismo de Mundo Fernández corre seguido el riesgo de exaltar a los héroes nacionales en demasía sin tratar de comprenderlos como hombres que también tuvieron errores. Un ejemplo es cuando Morelos pasa por el pueblo de Atenango del Río, diezmado y perseguido, los ribereños no lo ayudan, al contrario le esconden las balsas y esto hace que varios insurgentes pierdan la vida al cruzar el río. Morelos al retirarse del pueblo ordena, desesperado y colérico, incendiar todas las casas. En vez de profundizar un poco, de humanizar al prócer, el autor afirma: “Todo por el despotismo de los indios de Atenango”, y luego “dicen los historiadores con justicia” (pág. 199). Y así con varios próceres y personajes que pasan por estas páginas y que el maniqueísmo oficial ha dividido entre buenos y malos.

Es un diletante de la historia y esto le da una gran ventaja moral porque su trabajo no depende de un sueldo ni de ninguna canonjía sino del amor por su pueblo y su curiosidad. Siendo un profesor universitario es partícipe de la cultura libre en cuanto a sus trabajos de investigación y sus libros publicados e inéditos. Es indudable que de modo independiente ha hecho aportaciones importantes. Los círculos universitarios a menudo no ven con buenos ojos a estos estudiosos, al contrario, muchas veces los tratan de minimizar y ningunear. La doctora Claudia Espejel Carvajal, apoyada por El Colegio de Michoacán, y la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas del INAH, publicó Etnohistoria y Arqueología Tarasca en 2007. Ahí se aboca a los 312 topónimos que aparecen en la Relación de Michoacán. Curiosamente Espejel Carvajal llega a las mismas conclusiones que Alfredo Mundo Fernández en su libro Historia de Tierra Caliente que publicó en 2001. Si Espejel Carvajal no conoció la obra de Mundo Fernández mal para su trabajo porque el historiador diletante supo descifrar topónimos que ella dejó inconclusos (pág. 26).

Estas crónicas de Tierra Caliente nos dan conocimiento de pasajes históricos y sociales, y de personajes que gustarán mucho en saber, y para quien los sabe, en saborear. La fortaleza de Apatzingani y la guerra entre Tarascos y Aztecas atrincherados en Oztuma (pueblo que desapareció); la llegada de fray Juan Bautista Moya, que un año después de pasar el río parado en el lomo de un caimán, los indios lo llevaron cargando en litera para que muriese en Valladolid; las guerras de montaña, guerra de guerrillas que mantuvieron vivo el ideal de independencia; el sitio que los liberales de la Reforma impusieron a los conservadores en el pueblo de Cutzamala. Interesantes y bellas páginas que el autor da a conocer de José Guadalupe Romero, canónigo doctoral de la Santa Iglesia Catedral de Michoacán que publicó en 1862, La historia y la estadística del obispado de Michoacán y que para ello visitó la región de 1859 a 1860. Notable la parte donde el autor habla de la música de Tierra Caliente, música que nació de la inspiración, sensibilidad e imaginación de Juan Bartolo Tavira, y que 150 años después sigue siendo la música que le da identidad a la región calentana. Interesantes y reveladores personajes como Victoriano Agüeros de Tlalchapa, periodista, escritor y editor, opositor al porfiriato; como Eusebio S. Almonte, poeta, precursor y mártir de la revolución, que nació en Cutzamala en 1869 y fue fusilado en 1901.

¿Quién podrá reunir un día la obra de estos personajes? Hay buenas noticias. Alfredo Mundo Fernández tiene listo para la imprenta: Vida y obra del Dr. Eusebio S. Almonte; Vida y obra del profesor Celedonio Serrano Martínez; y, Vida y obra del profesor Victoriano Agüeros. Además la Monografía de Cutzamala y Leyendas y sucesos de Cutzamala.

Hay en este libro, ya lo dije, amor y pasión. Y esto Alfredo Mundo Fernández no lo quiso dejar como un hilo invisible que sostiene y sujeta todas sus crónicas, sino lo quiso dejar ver en “El final”. Apenas tres páginas donde, a parte de demostrar que es un narrador consumado, habla de la nostalgia muy presente en sus escritos. Es más la nostalgia es otra fuerza que lo ha inspirado a meterse en las bibliotecas para nunca más salir, navegar en las aguas dudosas de la internet y leer y escribir sobre su pueblo. No es una nostalgia vana como pudiera parecer diciendo que todas las generaciones echan de menos sus años juveniles. El Cutzamala que vieron sus antepasados, ese pueblo rural y tranquilo, con sus secas y sus aguas, con sus casonas espaciosas, su iglesia histórica, ese Cutzamala vio él, con sus campesinos, sus árboles, sus charamascas (o chamarascas), pero ese Cutzamala se fue y las nuevas generaciones jamás lo verán. Por eso en alguna parte de su libro Mundo Fernández dice que le interesa que los jóvenes sepan cómo fue Cutzamala. El mundo, las ciudades, los pueblos fueron más o menos los mismos hasta, digamos, 1850; ya después llegó el progreso y empezó a arrasar con las formas antiguas de la vida social. Obviamente este progreso no llegó igual para todos lados, en nuestra región, por ejemplo, empezó a aparecer hasta un siglo después. El niño Alfredo creció en un pueblo donde el engañoso progreso no había llegado, el progreso estaba en ciernes en un pueblo donde había conversadores de tiempo completo, laboriosos artesanos, incansables productores, maestros con mística de elevar a los alumnos a las humanidades, con un río de aguas cristalinas, bosques inexpugnables, noches sin luz eléctrica, pero en los sesenta empieza a asentarse el progreso y en un abrir y cerrar de ojos el antiguo Cutzamala se fue, difícil que vuelva un día. De esos años nos ha querido platicar Alfredo Mundo Fernández. No me queda más que repetir su dicho: que los siglos sean el libro, porque el libro es la historia y que la gente lea este libro. □

febrero 21, 2015

Estampa de Ñel Pérez

De niño conoció a Daniel Pérez. Ya estaba viejo y era tembloroso, vestía manta siempre impecable y con su paliacate amarrado al cuello. Era colorado y de ojos de color. Recuerda que aparecía en las calles con un canasto sobre la cabeza vendiendo pan que él mismo hacía. Era llevado con la gente y se tomaba muy en serio la llevada. Iba por el camino muy abusado por si alguien le decía algo. De pasada, de varias cuadras de distancia, alguien le gritaba: “Ñel, fresco!”. Se paraba, dejaba de despachar si era el caso y contestaba también a voz en cuello: “Hijo de tu puta madre, ve y dile a tu madre que se bañe porque horita voy a ir a cogerla”. Así era por todo el camino, despachaba más mentadas de madre que pan. Él lo admiraba, ahora recuerda, casi era su ídolo. ̴