La mala suerte me persigue. Son tres años de mala
suerte y no más me la paso pensando que sean siete… Doy con un amigo que es mi
amigo pero al último resulta ser un águila:
hace mi deuda más triste y recalcitrante; triste para mí, recalcitrante para mi
mujer. Es lo que más siento… mi mujer. Si la vieran: su carita triste y
resignada, como diciendo: “¡Qué marido chambón me tocó!”. A veces me ha tocado
escucharla decir: “El pobre no sabe ni manejar un carro”. Mi mala suerte me
llega por ahi, por ahí y por aquí… No
hallo qué hacer ¿huir? ¿Tronar? O como los hermanitos suicidas ¿reventarse? Con
el atardecer mis ojos se tiñen chispeantes de tristeza. Me refleja la triste
llamarada de los sueños rotos del día. He fabricado muchos gestos para
resignarme a mi mala suerte pero ahorita no los recuerdo. Observo el ocaso y mi
cara se va borrando en el desaliento de la nochecita. A estas horas yo de niño
me alquilaba a barrer la calle. Pero ahora ni eso. Algo pasó por aquí, sí,
señor, un correcaminos que torció mi destino. Unos amigos me invitan una
caguama. Yo despabilo mi cara y a las primeras me niego a tomar. Mi mujer no le
gusta que tome. A veces sí, hasta ella misma me surte de cervezas. Pero hoy que
todo me salió mal, estoy seguro, se disgustará de verme borracho. Comienzo a
sentir los remordimientos. Son alfilerazos que sacan de un tirón de la carne
maciza de mis músculos. Yo me sentía incólume, pero ahora comienzo a sentir
aquello de la maldición de las generaciones. Y que gente sin deberla ni temerla
estemos condenados antes del nacimiento. Mis amigos me mandan otra caguama, y
de paso me mandan decir que sonría, que me ponga alegre y dicharachero. Pero no
puedo, me voy hundiendo en la tristeza azul de la nochecita.
diciembre 28, 2017
noviembre 10, 2017
Explotación
Por hoy no quisiera que la
poesía piense la vida,
que no haga temblar la carne,
que no reacomode al
espíritu.
Hoy quisiera que la luz
fuerte de la poesía hable sobre la vida de nuestros pueblos:
Que diga, por ejemplo:
“La gente de nuestros
pueblos está cada día más pobre…”.
Las tropelías de Antonio
López de Santa Anna, según leen los estudiantes de secundaria en los libros
oficiales, los impuestos que impuso, son cosa de risa…
Leemos que Santa Anna son
los cabecillas que extorsionan y distorsionan el trabajo y el flujo del dinero.
La explotación es palabra en
desuso.
La explotación es palabra
para la historiografía.
La explotación es cosa de
los capos, es cosa de todos los años. Corre creciente todos los días.
Como en sus orígenes
siniestros resurge descarnada y descabellada.
Los veneros virginales donde
el dinero, producto del trabajo, rebulle, han sido violados y envenenados. No
hay honor y ni respeto por la ley.
Y los pobres son los más amolados…
No es cuento, es ley
económica:
al rico le quitan;
el pobre se queda sin nada.
¡Gobernadores! ¡Influyentes
funcionarios!
¿No saben nada de los
pueblos que gobiernan?
¿No saben cómo la
explotación sublunar, la atroz recaudación va minando la paz de las familias?
¿No ven las caras más pobres
de la gente en las calles y en las plazas de los mercados?
¿No saben cuánto han subido
los alimentos? ¿No saben el peso que subió el agua?
El proceso natural de la
economía es retorcido y vuelto a retorcer.
¡Poetas! Empiecen a escribir
la historia.
¡Poetas! Escriban los
nombres pusilánimes del cinismo y del disimulo.
¡Gobernadores! ¡Peces gordos
que protegen a los capos!...
Está bien, señores, ustedes
pueden decir:
“El engranaje de la política
es tan grande y el aliento del hombre tan poco…”.
Ustedes pueden decir:
“No nos metamos en problemas”.
“No vayamos contra la
corriente”.
“Encerrémonos en nuestros
alcázares”.
“Desplacémonos con nuestro
dinero”.
Ustedes pueden decir:
“El dinero es bonito”.
Como lo pueden decir los comandantes
de la policía federal y coroneles de batallones.
Los maletines pronto estarán
repletos de dinero. Pronto llegarán a sus manos.
El rumor del río de los
productores y comerciantes dice:
“No hay ventas. Esto ya no
sirve. Están acabando con la sociedad…”.
Es un rumor sordo que corre
todo el año y golpetea en el cobro de piso.
El lema del libre comercio
del neoliberalismo está muerto.
Los gobiernos ufanos del neoliberalismo
deben morir.
¿Cuánta sangre se necesitará
para cambiar las cosas?
¡Mucha! Menos que la que ha
corrido…
¿Cuántas vidas se necesitarán
para cambiar las cosas?
¡Muchas! Menos que las ánimas de
los desaparecidos.
octubre 22, 2017
Por estos días quisiera ser malo
Por
estos días quisiera ser malo; no de los
malos, no de la maña, no
malandrín, no malandro, no de la compañía,
no de la gente, no de los armados,
pero sí con armas: simple y sencillamente malo. No nos hagamos ilusiones. Ya no
hay guerra contra el narco. Ya todos somos amigos de los malos. Todos les tememos, todos nos debemos a ellos. Ellos son
los ganadores. Ellos nos sometieron. Ellos son los vencedores que sin embargo
no podrán escribir la historia. Los peces gordos del gobierno se regodean, ellos
querrán escribir la historia… Aprovecharon que éramos medrosos, que los
intereses de la sociedad estaban fragmentados, que el neoliberalismo nos hizo
egoístas recalcitrantes. Hubo palabra nueva en nuestras relaciones comerciales…
ominosa palabra: “Les comprarán a nuestros encargados”. Nos imponen, nos
exprimen… Ellos quieren el dinero, son buenos para eso de las ganancias. Y la
libertad (“¿cuál?, ¿cuál?”, dijera el canto del gallo). La libertad no dice que
es una libertad acorralada. El dinero se concentra en pocas manos. Hoy como
nunca se puede decir que los ricos están contados. Y estos aplastan a los
demás. Los pobres se envilecen… Ricos y pobres son buenas gentes, por ejemplo,
nunca se levantarían contra la clase gobernante a pesar que esta es una
minoría. Nuestra juventud rezumante ha sido envenenada por la frivolidad del statu quo, ha sido encandilada por el
oropel del “género alterado” de los jefes de la mafia. Mientras tanto… El PRI
prepara su fraude, su triunfo del 2018. Binomio impecable: sinceridad de los
dinosaurios del PRI‒ambición de los capos. Hoy quisiera ser malo… revivir la
plaza pública enardecida… revivir el juicio sumario… Y que amanezca un cielo
púrpura y tranquilo. Y bajo los árboles fuertes y serenos de la plaza se mezan colgados
los cuerpos de uno que otro gobernador, del presidente más rapaz de los últimos
años y del cacique priista de mi pueblo que manda desde hace veinte años, muertos
de la noche a la mañana… como, otrora, ricos de la noche a la mañana…
septiembre 16, 2017
Oración de la mala suerte
Quiso
mi mala suerte estar podrido en deudas.
Quiso
mi mala suerte la enfermedad de mi abuela.
Quiso
mi mala suerte traer los puños de mi camisa sucios, el cuello de la misma roto
y mis zapatos llenos de agujeros.
Quiso
mi mala suerte un perpetuo, doloroso resignarse.
Quiso
mi mala suerte la inercia de mi caída imparable.
Quiso
mi mala suerte un viso de sabiduría y siete años de desventura.
Quiso
mi mala suerte que mi suerte fuese un mal golpe.
Quiso
mi mala suerte no dar una en mis asuntos.
Quiso
mi mala suerte… mi trabajo no luce… mi dinero no rinde…
Quiso
mi mala suerte no tener ensalmo ni limpia, Simón, mi curandero y rifero, hace
dos años que murió.
agosto 19, 2017
Porfirio
“…le dieron tres puñaladas
de la espalda al corazón
como su madre le dijo
cuídate de una traición…”.
Corrido de Lucio de Vázquez
Su santoral trajo “Remedios”
pero le pusieron Porfirio, muy probablemente por su tío abuelo Porfirio Alonso,
andariego y mercante de puercos. Fue el quinto de una familia de once hijos.
Una familia de campesinos pobres; pero que contaba con el trabajo incesante de la abuela
paterna: Victoria Alonso, que vendía camotes horneados y otros productos en la
plaza del mercado. Cuando esta murió, Porfirio tenía cinco años. La casa de sus
padres quedaría en el letargo de una larga y lenta pobreza.
marzo 31, 2017
El último nieto de Viridiana Núñez
A Juan Pablo Guerrero, que platica con un profesionista cubano empobrecido
Vida cotidiana de Ciudad Altamirano a mediados del siglo xx |
Cuando
yo conocí a Viridiana Núñez ella era una anciana de ochenta años. Me acuerdo bien. Su casa era como la de los
pobres de ese tiempo: de cercados de carrizo, una casa chiquita pero siempre
con espacio para meter a los niños que sus nietas y bisnietas le llevaban.
“Luego vuelvo por el guache, ‘ma Viridiana”, le decían, pero nunca
volvían. Así es que el corazón de Viridiana tenía que ver cómo agenciarles un
taco a aquellos niños que todos los días eran un remolino.
Por
ese tiempo vivía un hombre que se llamaba Cándido Zúñiga, quien en parte de su
tierra sembraba caña dulce; él le tenía buen aprecio a la vieja Viridiana y él
mismo le decía, cuando era la temporada, que fuera a cortar las cañas que
quisiera. Ella no se hacía del rogar e iba con los chamacos que podían cargar
algún manojo. Las cañas las partían y aquellos niños se distribuían a venderlas
en todo el pueblo. Era cuando empezamos a convertirnos en población grande.
febrero 01, 2017
A una prostituta
¡Oh, prostituta suave y
rubicunda!
Dime cuánto cuesta la vida.
No regatees tus palabras.
Deja estregar tu piel sobre
mi piel.
Tu piel olorosa:
no a perfume barato,
no a sudores trasnochados;
sino a jabón humilde y
primoroso.
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