julio 27, 2016

Responso a Ambrosio Soto Duarte



No es que el gobierno de Ciudad Altamirano se encuentre sin pies ni cabeza sino que difícilmente otro presidente tendrá el valor civil de señalar y denunciar a los enemigos de la sociedad: al capo, a sus lugartenientes y a sus personeros. Desde las campañas para las elecciones municipales se avistaba que Ambrosio Soto Duarte era el único candidato que podría hacerle frente a la mafia. Por su personalidad y porque su familia había sufrido varios secuestros. Aun así no dejó de causar asombro la denuncia clara y directa que hizo luego de tomar el cargo. Su anhelo, tan sencillo y puro, era que funcionarios del gobierno federal voltearan a ver a la Tierra Caliente del Balsas, que se “compadecieran” para acabar con dos lustros de violencia e impunidad. Pedirle a Soto Duarte que callara o que moderara sus palabras es tan absurdo y despreciable como el silencio complaciente que han tenido los anteriores presidentes y como la pusilanimidad del gobernador Héctor Astudillo Flores. Pusilánime el gobernador porque en vez de salir y enfocarse a los capos, salió para casi culpabilizar al propio muerto por viajar a deshoras de la noche. Ya sabía que a los civitas altamiranenses los caracteriza no hablar de cosas que comprometen no tanto por la loable discreción sino por ser nulos entes sociales. Actualmente, aunque estamos al tanto de las nuevas tecnologías, vivimos una ignorancia propia de los periodos más oscuros y oprimentes del hombre y que recuerda a una etapa de insuficiencia mental.

julio 11, 2016

Estampa de José Vásquez


Recuerdo a José Vásquez a principios de los sesenta, anciano, una cascarita; encorvado y de bastón. Recuerdo que se metía a los billares “Bachis”. Quién sabe qué tomaba y cuánto, pero salía tambaleante, echando gritos e improperios, tanteando a bastonazos los espacios por donde avanzaba. No faltaba alguna mujer que conmovida de verlo en tamaño trance, le dijera:
−Mire, don José, ¡cómo viene! Ya no tome…
A lo que contestaba, aferrado al bordón y con voz irascible:
−A mí quien me da un consejo me lo cojo.
−Ay, don José –las mujeres se pasaban las palmas de las manos sobre el rostro y se marchaban entre apenadas y escandalizadas−, yo lo decía por nomás.

julio 01, 2016

El Zarco: un secuestrador de Tierra Caliente


Los bandidos recorrían impunemente toda la comarca imponiendo fuertes contribuciones a las haciendas y a los pueblos, estableciendo por su cuenta peajes en los caminos y poniendo en práctica todos los días, el plagio, es decir, el secuestro de personas, a quienes no soltaban sino mediante un fuerte rescate. Al leer estas palabras en las primeras páginas de El Zarco, novela de nuestro insigne Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893),  resuenan y forman el abrumador espejo de nuestra actualidad. Más llamará la atención de quien en los últimos años haya vivido en la región de Tierra Caliente porque el Zarco es un apodo muy mentado (coincidencia de la literatura y nuestro tiempo) de un hombre en contra de la ley. En la novela, el Zarco es un personaje, un bandido de los llamados Plateados, que con su intrepidez, su crueldad y su insaciable sed de rapiña, encabeza una banda que asola a la Tierra Caliente. Aunque el lugar al que hace referencia la novela es Yautepec, del actual estado de Morelos, y que por el año de 1861, tiempo en que el autor sitúa la trama de su novela, pertenecía al Estado de México. El Zarco, al tener retenida a una víctima, dice lo mismo que diría cualquier capo de los que ahora secuestran: “¿No sabes que cada rico que cae en nuestras manos tiene que comprar su vida pesándose en oro?”.