agosto 01, 2016

Poeta


En una ciudad, no hace mucho, vivía un poeta pobre y desconocido. Sus días eran un verso y su vida eran palabras. Sus mejores horas y su luz las aprovechaba para leer poetas antiguos. Y releía lo que él hubiera querido escribir. De tanto a tanto, también escribía sus cosas; por ahí guardaba sus carpetas, sus manuscritos, que él llamaba: “Obras”, no por presunción, si usted lo hubiera conocido, era el hombre más verdadero, con los pies bien puestos sobre la tierra. Pero de una forma tenía que llamar esos manuscritos dispersos, y desde un principio los llamó su “obra”.