A Juan Pablo Guerrero, que platica con un profesionista cubano empobrecido
Vida cotidiana de Ciudad Altamirano a mediados del siglo xx |
Cuando
yo conocí a Viridiana Núñez ella era una anciana de ochenta años. Me acuerdo bien. Su casa era como la de los
pobres de ese tiempo: de cercados de carrizo, una casa chiquita pero siempre
con espacio para meter a los niños que sus nietas y bisnietas le llevaban.
“Luego vuelvo por el guache, ‘ma Viridiana”, le decían, pero nunca
volvían. Así es que el corazón de Viridiana tenía que ver cómo agenciarles un
taco a aquellos niños que todos los días eran un remolino.
Por
ese tiempo vivía un hombre que se llamaba Cándido Zúñiga, quien en parte de su
tierra sembraba caña dulce; él le tenía buen aprecio a la vieja Viridiana y él
mismo le decía, cuando era la temporada, que fuera a cortar las cañas que
quisiera. Ella no se hacía del rogar e iba con los chamacos que podían cargar
algún manojo. Las cañas las partían y aquellos niños se distribuían a venderlas
en todo el pueblo. Era cuando empezamos a convertirnos en población grande.