enero 31, 2015

Dormido

Tirado en su cama, marchito el porvenir,
despierto y a veces con leve ronquido;
el hombre no hacía otra cosa que pedir:
que la muerte lo sorprendiera dormido.

Silencio de pesar su mujer oía,
y amorosamente servía su plato,
porque tal encierro no le parecía:
“Salte, Alvaro, deja de pensar un rato”.

Hubo tiempo en que él sembraba su campo
y ella cada año festejaba su santo.
La noche no llegaba de golpe, tampo-
co el sol teñía color de desencanto.

“Sal, Alvaro, ya se acerca tu cumpleaños
y, camino a la plaza, me han detenido
y me han dicho que vendrán como otros años.
¡Haré mole! quien venga sea bienvenido".

El sol irrigó el oro de su fiesta,
levantó la neblina de tanto pesar,
alzó al hombre de su tortuosa siesta,
que temprano su patio se puso a regar.


Llegaron los invitados:

Sus amigos entrañables:
Victorino, de dar ralo,
era de los infaltables;
como siempre, sin regalo.

Álvaro no se fijaba.
“Dobletea plato”, para sí
decía: “gorrón de por sí”,
su mujer las mascullaba.

Simón que siempre decía
que por Dios ya no bebía,
esa fecha de borracho
quedaba en su silla gacho.

Cuando el fulgor del convite
caía, ya al anochecer,
ya Simón estaba al quite
para platicar y beber.

Álvaro que nunca bebió,
no se mostraba distante.
Hubo días que convidó
una pata de elefante.

Llegó Elvira, su prima,
con aire de humilde rima,
siempre con sus convidadas,
placeras, pero aliñadas.

Hicieron música tales,
con elogios de mercado,
al mole con sus tamales
y de aquel patio regado.


La mujer estuvo contenta ese día
porque Álvaro por fin salió de su cuarto,
de su silencio de lodo de lagarto,
ese silencio que también a ella hundía.

El último invitado fue despedido.
Se marcharon sin dejar rastros de arrebol.
El hombre se encerró en su cielo sin sol.
Sueño caviloso. A esperar dormido.

Dormido sintió la hondura de la noche.
Sueño y tristeza cerraron como broche.
Recordó que quería mucho a su mujer
y en su último relente la pudo ver.

La muerte no tardaría mucho en llegar.
Entró por el resquicio de su ronquido.
Ya después su mujer, siempre que hubo lugar,
contó: “murió contento, murió dormido”.  ̴