diciembre 31, 2014

Ciudad Altamirano: como hace 18 años

Una dirigencia teñida de recalcitrantes cacicazgos, de imposición vertical y a capricho de candidatos que chocaba con la meritocracia porque ahora eran varios los que alzaban la mano para las candidaturas; una administración municipal opaca, con obras de relumbrón que eran aprovechadas para el discurso vano y demagógico; la corrupción, ya secular como el partido emanado de la Revolución (la corrupción no es un mal cultural ni histórico de los mexicanos, los liberales de la Reforma “no robaron ni un centavo” y “Porfirio Díaz se retiró con su sueldo de militar”) [Enrique Krauze, Por la justicia, contra la corrupción. Reforma, 23-11-2014]; el descrédito de la clase política que cada día imponía un muro sordo entre ella y la sociedad civil, exceptuando al genuflexo que en cada administración acompaña a los presidentes; un edil dipsómano que dejó el cargo por ausentismo y por recomendación, tal vez coerción de su superior. Ante todo esto una palabra tomó fuerza y sentido como nunca: hartazgo.

Era el año de 1996, la dirigencia priista, después de fintas y retracciones, se decide por Rodrigo Borja García para que sea candidato por la presidencia municipal de Pungarabato. Doctor exitoso, grandilocuente, desde un principio se autoproclama candidato y sostiene que está listo para gobernar su pueblo. Siempre en automóvil, se vuelve peatón para emprender su campaña casa por casa. Esta soltura y audacia no le parece a los dirigentes priistas, y lo reconvienen. Se habla de retirarle la candidatura. Varios alzan la mano, la dirigencia reconsidera y por fin se la dejan a Rodrigo Borja. Sin embargo, varios aspirantes se retiran resentidos con sus huestes. Fue una razón de su derrota, nacida en el seno de su partido. Otra fue su peculio que se avino mal con el hartazgo que la gente sentía por el priismo. La última administración bien podía resumir los vicios y lastres del priismo. En mi cuadra vi a personas que nunca antes hablaban de política, y hablaron para coincidir en salir a votar en contra del PRI.

Empezaban los mejores tiempos del PRD. Otro médico, Víctor Mojica Wences, era el candidato a la presidencia por este partido, pero no había candidato a diputado local. Aún corre la anécdota que ninguno de los iniciadores del PRD en Pungarabato quería esta candidatura. Se pensaba en la derrota, los candidatos del PRI ya estaban definidos: Rodrigo Borja García y Antonio Vargas “la Parota”. De este último se esperaba un arrase por su supuesta popularidad. Finalmente los perredistas eligieron a Manuel Fernández, personaje que apenas figuraba en el partido y, se dice en la anécdota, se vio obligado a aceptar la candidatura. Sea verdadera o falsa esta anécdota, bien refleja cómo el descontento social, y no un plan político, tronchó el engranaje de una maquinaria pesada, que por lo demás se veía ya resquebrajarse. Víctor Mojica Wences apenas iniciaba su carrera política. Su aspiración fue tomada por la voluntad popular para acabar con la ignominia y cinismo de los gobiernos priistas.

Dieciocho años después el nuevo PRI, encabezado por Reynel Rodríguez Muñoz, gobierna Pungarabato y Víctor Mojica Wences, ahora político experimentado, con muchas simpatías que lo han hecho ganar dos veces las elecciones municipales, pero también gastado por el cargo público y fracturado por su separación del PRD quiere repetir aquella hazaña donde su pertinencia política y su carisma fueron depositarias del hartazgo por el viejo sistema priista. La situación política no es muy diferente, al contrario, se ha agravado: el mismo discurso demagógico con cariz de cinismo, una administración de frivolidades y apariencias, la sempiterna corrupción, cada día más descarada como ominosa; una administración que se ve como el gran negocio de la vida, la entrega de la seguridad pública a los capos y, finalmente, el muro sordo e hiriente que se sigue levantando entre la clase política y la sociedad civil. Ahora no es hartazgo por un partido hegemónico, sino inconformidad por el sistema que bien se refleja en el desdén de muchos ciudadanos por la partidocracia. Víctor Mojica Wences irá por MORENA, el partido de Andrés Manuel López Obrador. Seguidor incondicional de este, Mojica Wences es de las personas que apostarían todo por este personaje soberbio, maniqueo, y que se me hace tan desconfiable como cualquier pez gordo de los otros partidos políticos. Su sombra populista ha empañado el horizonte de una izquierda razonada, autocrítica, estudiosa y analítica. MORENA no traerá ninguna diferencia porque desde su propia fundación avala al Estado fallido, obstinado a no implantar el Estado de Derecho y a dar seguridad y justicia a sus ciudadanos.

Javier Sicilia, corazón de poeta desgajado por esta década de violencia, llama al “boicot electoral”, no asistir a la farsa de las urnas, crear un “comité de salvación nacional que convoque y organice un nuevo Constituyente que refunde la vida política de la nación”. (Proceso, 1988). Difícil y duro trabajo, pero contemplar esta idea es un bálsamo esperanzador en medio de la ignominia y simulación de los gobernantes de todos los escalafones.

En Pungarabato, un punto casi nada de nuestra República, a Víctor Mojica Wences tal vez le alcance su carisma y su capital político para ganar con MORENA, pero a este partido no le alcanzará con nada, porque salta del mismo cuño que los otros partidos, para derrumbar el muro sordo y envilecido que divide y aleja a la sociedad civil de la clase política.  ̴


@noeisraelb