abril 22, 2016

El desaliento


El desaliento entra por los músculos de mis brazos.
Es un aire frío que vi una tarde de domingo y que siempre me ha perseguido.
Y ahora, luciente, entra como aguja en lienzo de costura;
Y adentro, se expande en un juego de perlas borboteante.
El desaliento crece en los músculos de mis brazos.
Acecha, como antes su aire mi cuerpo, la carne fuerte de mis otros músculos.
Para entrar, aguarda un intersticio de mi destino.
Un día por fin me invadirá y me abatirá.
Así también como después saldrá, ya indiferente de mi cuerpo,
en un rompimiento corruptor de mi piel,
en un rejuego de perlas y burbujas pestilentes. ~

abril 15, 2016

Noche de embriaguez


Después del sueño pesado que me aplastó
(nada más así es comprensible que los rugidos de la tormenta
y su fuerza de destrucción
y el llanto ahogado de tristeza de mis vecinos
no pudieran removerme mientras dormía),
salí y vi las casas destruidas:
los tejados arrancados y pedazos de muros caídos.
En medio de aquella tristeza y desolación
vi a un vecino, entre los escombros de su casa,
en otro tiempo vieja pero maciza,
empezar los trabajos de reconstrucción.
Así son mis vecinos: buenos para sobreponerse a la desgracia.
Todo aquello hacía reprocharme:
“¿Cómo no pudiste sentir la tormenta?”.
Maldije la noche de mi embriaguez.
Volví a mi casa a buscar una explicación.
Ahí, en contraste, nada había pasado.
Todo estaba en orden y en calma.
Ni siquiera se oía el pulso de mi mujer
y ni la armonía de las risas de los niños.
Salí sin darle demasiada importancia,
como siempre que salía a la calle.
Iba dispuesto a ayudar…
pero ver a mis vecinos, con sus familias,
en torno a sus casas derruidas,
me hicieron chocar de golpe con la mía,
que la tormenta no tocó pero que estaba en abandono.
Entonces apareció una pregunta inquietante:
“¿Y mi mujer, y mis hijos?”.
Mis vecinos han de perdonarme que no les ayude.
Pero voy calle arriba, de prisa, en busca de mi familia. ~