Chalino Sánchez es el último gran acontecimiento de la música popular mexicana. Tuvo la virtud de sacar de las cajas de la añoranza las canciones “viejitas” y las devolvió con un aire fresco, auténtico y personal que no pocos incautos le suelen achacar su autoría.
Nació en el rancho El Guayabo en una familia pobre.
A los seis años murió su padre y su familia quedó en el desamparo. Poco después
un hombre violó a su única hermana y él se prometió vengar tal deshonra. Cuando
tenía diecisiete años se encontró a aquel hombre en un baile y sin decirle
palabra le descargó su pistola. Como Pancho Villa, personaje por el cual tuvo
mucha simpatía, se tiró a perder para huir de la justicia.
Era el segundo lustro
de la década de los setenta y Rosalino Sánchez Félix se encontraba en los
campos agrícolas de Coachella, California. De niño le había gustado escuchar
las historias que le contaban sus mayores, historias de rancheros y serranos
que como él habían matado por defender la honra y el honor, por vengar alguna
injuria o por defender “su razón”. Acaso de ahí se sembró la semilla que años
después habría de brotar viva e incontenible en forma de corrido.
Él ya tenía dos
hermanos en los Estados Unidos: Armando y Espiridión. El primero, coyote; el
segundo, metido de algún modo en actividades ilícitas. Rosalino no desconocía
de los negocios turbios de sus hermanos, antes bien se involucró en ellos. Cayó
en la cárcel donde estuvo preso varios meses y donde conoció la vida oscura y
recia de muchos delincuentes, un reflejo de su propia vida. Ahí compuso sus
primeros corridos. Cuando salió de la cárcel ya no solo la empatía lo unía con
coyotes y traficantes de drogas, sino ahora estaba ahí para llevar sus
vivencias y sentires a un corrido. Contaba sus ambiciones y delirios, sus
hazañas de armas y de valentía, pero también sus desgracias y muertes trágicas
por venganzas de la mafia.
Un corrido en letra es
como si no existiera y aquellos hombres le pidieron a Chalino, como le
llamaban, que los grabara. Este contrató a unos músicos para que grabaran
quince corridos. En el estudio de grabación, después de titubeos del vocalista
del grupo y de una espera agobiante, Chalino tomó el mando y él mismo los
grabó. Ante los ojos pasmados de los asistentes, él les dijo que no se
preocuparan, que él no era cantante y que nada más quería que aquellos hombres
los escucharan. Sacó quince copias de casetes que repartió entre los personajes
de sus corridos. De esta forma grabó otros quince corridos y volvió a sacar
quince copias que iban sin portadas y sin títulos. Chalino, que era de pocas
palabras, solía decir: “Yo no canto, yo ladro”. Pero le empezaron a pedir más
copias de sus casetes, y en la tercera ocasión que grabó, alguien le recomendó
que sacara un tiraje de trescientos, ya un tanto profesional, y así lo hizo.
Chalino era un hombre
que había estudiado hasta tercer grado de primaria, sobra decir que no tuvo
estudios musicales. No utilizó vestuario porque siempre se presentó con su
traje norteño sobrio, sin aditamentos; y con sus botas de piel de víbora. Trató
de hacer las cosas lo mejor que pudo: cantar “con sentimiento”, sin imitar a
nadie. Al cantante que nunca dejó de escuchar fue al trovador del campo: Luis
Pérez Meza, cantante que Pedro Infante tanto admiró y que en un principio fue
su faro.
Chalino Sánchez es el
último gran acontecimiento de la música popular mexicana. Tuvo la virtud de
sacar de las cajas de la añoranza las canciones “viejitas” y las devolvió con
un aire fresco, auténtico y personal que no pocos incautos le suelen achacar su
autoría. Por mencionar una: “Las nieves de enero”. Con calma, podemos saber que
esta canción la había grabado nada más y nada menos que Miguel Aceves Mejía en
1953. El memorioso de la música mexicana también sabe de la interpretación
afectada que hizo Manolo Muñoz. Y varios cantantes la grabaron pero ¿cuántas
generaciones no la conocen, no la han escuchado con Chalino Sánchez? Él nos
rescató muchas canciones que vagaban a punto de olvidarse en los tarareos de
los abuelos.
Como el artista que
logra conectar con las multitudes porque toca las fibras sensibles del alma
mexicana, Chalino fue un buen administrador del rencor popular. La rencilla, el
pleito y la venganza son trama en sus corridos que nos informan del destino
trágico del hombre.
Cuando los aficionados
y fanáticos de Chalino buscan una explicación de su exaltación póstuma suelen
señalar que fue por su ascenso del mundo de la delincuencia, por su vestuario
más bien su ropa de uso que era el traje norteño, su perfil bravío y su gusto
por las armas; y sobre todo por su trágica y súbita muerte. Sin embargo, el
punto clave de su glorificación está en sus corridos.
Si quisiéramos ser
atrevidos diríamos que a fines de los ochentas el corrido estaba muerto o por
lo menos había cedido su lugar a otros géneros. Es cierto escuchábamos, como
siempre escucharemos corridos: Benito
Canales, Arnulfo González. Es
cierto también escuchábamos los corridos del compositor Paulino Vargas Jiménez (1941, Promontorio, Durango- 2010, Saltillo, Coahuila) como: Ramiro Sierra, Lamberto Quintero y los que ya hablaban del narcotráfico y que
habían sido llevados al cine: La banda
del carro rojo y Camelia la Texana.
Pero Chalino nos volvió al origen del corrido. Nos recordó que el corrido versa
sobre un hecho en concreto, de personajes no representativos, sino con nombre,
con lugar de origen, con sus modos peculiares de morir. Nada de alusiones y
alegorías. Chalino llevó a personajes del mundo bajo de la ilegalidad a hazañas
propias del corrido mexicano.
Suelen decir sus más
férreos seguidores que Chalino vivió sus últimos cinco meses aclamado por las
multitudes, y por lo tanto infieren, que él sabía que se iba a convertir en “el
rey del corrido”. Achacan que alcanzó notoriedad a partir del 20 de enero de
1992 cuando en Coachella, donde se presentaba en una fiesta particular, un
individuo trató de matarlo. Chalino, que siempre andaba armado, respondió y se
hizo la balacera. El resultado fue un muerto del público, muchas personas
heridas, el hombre que disparó fue detenido por la policía y Chalino fue
hospitalizado gravemente herido. Los medios locales dieron a conocer la noticia
y el nombre de Chalino Sánchez empezó a difundirse.
Dicen que ya cuando se
recuperó llenó un salón de baile de los Ángeles donde hubieron de cerrar las
puertas horas antes de su presentación.
Sin embargo, hay otras
informaciones, otros hechos que demuestran que Chalino durante su vida fue un
cantante marginal, local, que apenas una estación de radio le programó “Las
nieves de enero”. Chalino sabía de los detractores que tuvo desde un principio que
mostraban aversión por su estilo tosco y su voz nasal. Pero también sabía, como
lo supo dentro de la cárcel, que a muchos les gustaba y pronto tuvo sus
seguidores que lo fueron difundiendo, y esto le permitió saber que no andaba
tan perdido.
Dos hechos nos sugieren
que Chalino nunca se imaginó el éxito que tendría su música. La firma del
contrato que hizo con la compañía Muzart. Ahí cedió todos los derechos de todos
sus álbumes por ciento quince mil dólares (trescientos cincuenta mil pesos de
aquel tiempo). Era un trato razonable. La compañía le debió haber apostado
porque Chalino ya tenía un público que llevaba años comprando sus casetes. Y a
este no le debió haber parecido mal la oferta porque nadie como él sabía lo
difícil que era que una compañía le apostara a los corridos. Y con ese dinero
le compró una casa a su familia en Paramount, California.
Después de muerto,
cuando Muzart se vio con ganancias millonarias por la gran popularidad que
había alcanzado Chalino y explotaba mercenariamente su imagen con dúos y
grabaciones que nunca hizo, muchos salieron a decir del grave error que había
hecho Chalino al firmar aquel contrato. Como si él hubiera podido anticipar su
muerte y de antemano supiera de la gran identificación que las multitudes
habrían de sentir con sus álbumes.
El otro hecho es que el
único diario local que informó sobre su muerte, en la nota de píe de foto se
escribió Marcelino, en vez de su nombre Rosalino. Tal vez fue un descuido de
redacción. Pero debemos tomar con cautela cuando se nos dice que Chalino era
famosísimo en el sur de California y que empezaba a ser aclamado en Culiacán.
Chalino encarnó al
mejor personaje de sus corridos. Si de algo estaba seguro era de que su vida
pendía de un hilo delgado. Repartió su colección de armas entre sus amigos.
Pero la sombra de su pasado, su relación con grupos de traficantes ahí estaba.
Chalino estaba a punto de cantar su último corrido.
Pese a las advertencias
para que no fuera a Culiacán a cumplir con un contrato de tres presentaciones,
él se presentó. Aquello parecía una celada, y en efecto, así sucedió. En el
salón de baile “Buganvilias”, Chalino cantaba ante dos mil personas. Gracias a
un video que filmó un aficionado se conservan las últimas imágenes de la vida
de Chalino. Alguien le hizo llegar un recado en un papelito y al leerlo se le
descompuso la cara. Y desde ahí se le notó desconcertado. Durante la madrugada
del 16 de mayo de 1992, cuando había salido del salón de baile, se transportaba
en un carro con otras personas de confianza, entre ellos su hermano Espiridión.
Unos hombres que viajaban en vehículos y portaban uniformes de la policía
federal, interceptaron a aquel carro y bajaron a Chalino y a Espiridión.
Pensando que aquellos policías querían mordida, Chalino les ofreció dinero.
Pero ellos le dijeron que el comandante quería hablar con él. Chalino aceptó
acompañarlos pero antes aseguró que dejaran libre a su hermano diciéndoles que
él no tenía nada qué ver, que lo acababa de conocer en el concierto. Aquellos
hombres se lo llevaron y al otro día por la mañana lo encontraron muerto, atado
de las manos y vendado de los ojos en un camino de canal de riego a las afueras
de Culiacán. Apenas iba a cumplir 32 años.
Casi a un cuarto de
siglo de su muerte, Chalino es un símbolo en la comunidad México-americana. No
por nada han surgido catervas de imitadores que simulan un perfil bravío y se
hacen retratar con armas y en trocas de lujo, de emuladores que insisten en
copiar lo más trivial de Chalino, de compositores que escriben octosílabos y
supuestos versos vulgares y desprovistos de gracia y que dan corridos que
necesitan otras denominaciones porque se alejan de su propia esencia. Todos
tratan de acercarse a la gloria de Chalino, pero en vez de aproximarse se
alejan de quien nos volvió a los orígenes del corrido mexicano. ̴
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de agosto de 2013