Recuerdo a
José Vásquez a principios de los sesenta, anciano, una cascarita; encorvado y
de bastón. Recuerdo que se metía a los billares “Bachis”. Quién sabe qué tomaba
y cuánto, pero salía tambaleante, echando gritos e improperios, tanteando a
bastonazos los espacios por donde avanzaba. No faltaba alguna mujer que
conmovida de verlo en tamaño trance, le dijera:
−Mire, don José, ¡cómo viene! Ya no tome…
A
lo que contestaba, aferrado al bordón y con voz irascible:
−A
mí quien me da un consejo me lo cojo.
−Ay,
don José –las mujeres se pasaban las palmas de las manos sobre el rostro y se
marchaban entre apenadas y escandalizadas−, yo lo decía por nomás.