No es que el gobierno de
Ciudad Altamirano se encuentre sin pies ni cabeza sino que difícilmente otro
presidente tendrá el valor civil de señalar y denunciar a los enemigos de la
sociedad: al capo, a sus lugartenientes y a sus personeros. Desde las campañas
para las elecciones municipales se avistaba que Ambrosio Soto Duarte era el
único candidato que podría hacerle frente a la mafia. Por su personalidad y
porque su familia había sufrido varios secuestros. Aun así no dejó de causar
asombro la denuncia clara y directa que hizo luego de tomar el cargo. Su
anhelo, tan sencillo y puro, era que funcionarios del gobierno federal
voltearan a ver a la Tierra Caliente del Balsas, que se “compadecieran” para
acabar con dos lustros de violencia e impunidad. Pedirle a Soto Duarte que
callara o que moderara sus palabras es tan absurdo y despreciable como el
silencio complaciente que han tenido los anteriores presidentes y como la
pusilanimidad del gobernador Héctor Astudillo Flores. Pusilánime el gobernador porque en vez de salir y enfocarse a los capos, salió para casi culpabilizar al propio muerto por viajar a deshoras de la noche. Ya sabía que a los
civitas altamiranenses los caracteriza no hablar de cosas que comprometen no
tanto por la loable discreción sino por ser nulos entes sociales. Actualmente,
aunque estamos al tanto de las nuevas tecnologías, vivimos una ignorancia
propia de los periodos más oscuros y oprimentes del hombre y que recuerda a una
etapa de insuficiencia mental.
Con
la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa pensé que el gobierno barrería
con los capos del Estado. Era una excelente oportunidad para que el presidente
Enrique Peña Nieto volteara a ver las regiones asoladas por los capos y ordenara sus respectivas capturas. No ocurrió así. Con la muerte de
Ambrosio Soto Duarte se espera la investigación y la captura del capo que lo
mandó matar. De los recursos e inteligencia que se gastó para capturar al Chapo
Guzmán, estoy seguro que no se gastaría ni la décima parte para capturar al capo y
sus lugartenientes que asolan nuestra región. Si no ocurre así, si el caso es
enterrado se creería la vox populi:
que los jefes de la maña son los peces gordos del gobierno.
El
tomarse un problema social como algo personal, como debe ser un gobernante
auténtico y de raza, y morir por ese motivo, aunque es una palabra que hoy en
día no tiene buena fama, convirtió a Ambrosio Soto Duarte en un mártir. Merece
nuestro respeto y la discreta murmuración. ¿Temerario? Sí, como su viaje por
esa boca de león, el tramo Huetamo-San Lucas-Riva Palacio que yo creo que él no
ignoraba que estuviera a merced por decenas de vigías. Pero ya después de su
muerte, que despeja y desnuda todo, se merece el epíteto de valiente.
Vida
rara la de nuestro malogrado presidente en esta tierra donde es cosa de
admiración ver el prurito de sus habitantes por hacerse de dinero y con qué
esmero lo cuidan, pero para involucrarse en, ya no digamos cosas para enaltecer
el espíritu, sino en hechos para construir una buena patria chica, no le
dedican un ápice de esfuerzo.
Gran
honor recibió esta tierra al cambiársele la toponimia de Pungarabato por el
apellido del fundador de la literatura de nuestro país, y uno de los hombres
constructores de nuestra patria: Ignacio Manuel Altamirano. Pero está lejos de ser una ciudad si nos
atenemos de que una ciudad para serlo siquiera un puñado de ciudadanos deberían
ser cultos. Si ocurriese el cataclismo que le diera fin a la vida de sus
habitantes, aparte de humear la ignominia, no quedaría gran cosa para ser
recordada por los hombres que llegasen a esta tierra. Esto lo traigo a cuento
porque platicando con un amigo le dije de modo pueril, pero sinceramente, que
el centro cultural recién inaugurado bien puede cambiársele el nombre de Arturo
Villela por Ambrosio Soto Duarte. Pueril porque la historia le dará su lugar al
extinto presidente. Mi amigo, que está a las vivas de todo, me dijo que no
estaba de acuerdo porque Soto Duarte
no tenía nada que ver con la cultura. Es cierto, pero después de un cataclismo,
o dentro de cien años, acaso algunos versos de Emiliano Hernández y la valentía
de Ambrosio Soto Duarte nos sobrevivirá. ь