enero 08, 2016

Vidita literaria y una reseña



Hace poco menos de un año estuve trabajando para editar una revista mensual que abordara la literatura, la política, la crítica y la cultura. Se quedó en proyecto por, entre otros motivos, la soledad literaria. Una de sus secciones, yo pensaba, sería la reseña de los libros de autores de nuestra región. Cuando alguien se pone a hacer recuentos da que en Tierra Caliente se publican cada año gran cantidad de libros. Sin embargo, no hay reseñas para dichos libros. Si un libro anima la conversación; una reseña, que nace del interés y del gusto para invitar y compartir la lectura, ya sea favorable o crítica, en el fondo cumple la función para que el libro no caiga en el vacío o en la indiferencia. El libro es una gran cosa en cuanto objeto ideal para culminar, volver y elevar la conversación.
En nuestra tierra, como en muchas ciudades, se dan bien las presentaciones de libros. Concurren el autor, sus amigos y familiares, los presentadores, personas curiosas e interesadas de verdad. Si el presidente es invitado y tiene la delicadeza de asistir, es sentado al lado de los presentadores. A veces hay música autóctona, guapas edecanes, aguas y refrescos, en fin, hay mucho folklor. ¿Y el libro de qué se trata? Es lo de menos, apenas se menciona como de pasadita, lo que realmente importa ahí es el evento. Esto no es maledicencia. Veo pasar los días posteriores a las presentaciones y no aparece ninguna reseña. ¿Para qué, si en las redes sociales ya circularon fotos de la presentación? Ni los presentadores que tienen espacios en los diarios locales siquiera acomodan sus comentarios respecto al contenido del libro en un texto para la prensa. ¿Para qué? Si hay muchas otras cosas importantes de qué hablar y no de libros que son letra muerta que nadie lee. Si bien le va a un libro en los diarios es cuando dan a saber la fecha y hora de la presentación, y al otro día, acaso una nota o una crónica del evento.
No hace mucho un escritor me platicó que por decir públicamente que el lema de un diario se había inspirado en los  engaños de la publicidad, y que a los dueños y al director lo que realmente les importa son los lazos leoninos que echan a los gobernantes a cambio de manejar la información a modo y de apapacharlos, el director del diario le mandó a uno de sus editores para sacarle en cara de que cuando llegó con su última novela ellos le habían abierto las páginas del periódico como una familia que goza de prebendas y contratos con el gobierno le abre su casa a un escritor trapiento (adjetivo algo común en la mayoría de poetas y escritores). Después de una corta pero ríspida discusión el editor le dijo que si publicaba otro libro que ni se hiciera ilusiones de que su nombre volviera a aparecer en las páginas del diario. El escritor se quedó un tanto confuso y pensativo, pero luego el diablillo de la vanidad lo asistió y lo hizo pensar más o menos de este modo: era cierto de que cuando llegó con sus libros por ahí aparecieron dos o tres notas para invitar a la presentación. Pero después nada de nada. Ninguna reseña, ningún texto en traza, ninguna entrevista para hablar de sus libros. Y aquel diablillo lo hizo mandar al diablo al editor, el director y a aquel diario.
Esta anécdota permite vislumbrar la vidita literaria (como diría José de la Colina que utiliza esta expresión para hablar sobre la ventura y desventura de los escritores), de estos rumbos. Además que en el periodismo, ejercicio que nació y alcanza sus buenos momentos por influjos de la literatura, se olvida, se procrastina o se trata con disimulo a la lectura. Una persona más o menos lectora de libros no encontrará gran cosa en los periódicos, los hojea como de pasada nada más para cerciorarse del páramo que existe ahí, y que los periodistas no leen libros porque están muy ocupados en el acontecer cotidiano.
La revista no salió. Me conformé con no separarme de mis libros y escribir cuando mi primera intuición se vuelve en impulso irrefrenable. Y en mi blog abrí una pestaña para reseñas de libros de escritores vivos o muertos de Tierra Caliente que iré escribiendo poco a poco.
En junio de 2013 leí el libro Juan Olea, el trabajo como base del éxito. Hice una reseña. Hace pocos días este señor falleció. Fue un gran personaje en los pueblos de Santa Teresa y Ciudad Altamirano. Pude rescatar la dicha reseña y, después de esta larga nota, aquí la dejó:


Hace unos días Antonio Alvear me prestó el libro: Juan Olea, el trabajo como base del éxito. El subtítulo, que por lo demás es una gran verdad, no me gustó porque parece timbre de los libros de superación personal. No bien transcurren las primeras páginas uno se da cuenta que es un libro de encargo; es decir, no nació por iniciativa del autor Gregorio Urieta Rodríguez (Ciudad Altamirano, ¿1952?), sino por encargo de uno de los hijos del longevo patriarca que quiso festejarlo con algo original, y, también preservar esa sabiduría popular que supo adquirir y más aún pudo aplicar en su vida práctica. Escribir un libro por encargo no es demeritorio, pero tampoco es el mejor principio para sentarse a escribir una biografía. Ya que mencioné “los libros de superación personal”, no puedo dejar de mencionar que la literatura clásica y la inspirada en ella se encuentran en el extremo opuesto de aquella que da buenos consejos para alcanzar el éxito. La literatura va a la esencia del ser humano, al misterio que implica la existencia humana, a su desgracia terrenal, y, a partir de ahí, nos aproxima al hombre real, y por paradójico que suene, el hombre ha encontrado en este arte, una forma de la felicidad. Esto lo digo porque el autor no es hombre que desconozca de letras.
    Pero usted no haga caso de esta digresión, como un servidor no hizo caso del subtítulo mentado, y pasemos a la lectura de Juan Olea.
    El libro despertó mi interés desde las primeras páginas. En un principio supuse que era porque nací y crecí en una casa que está a unas cuadras de la de Juan Olea. Así es que cuando mis oídos empezaron a ver el mundo yo supe de este señor.
    Ya estaba viejo y era un sólido patriarca. Había llegado de Santa Teresa y aquí se había hecho un empresario panadero. De donde venía había sido un hombre pobre. El mejor leñador que nunca jamás hubo en Tierra Caliente. Bueno para el hacha. Y Juan Olea confirma esta historia. Nos cuenta que cuando el hombre estaba en la pobreza pura, pidió concesión para desmontar un pedazo del cerro del Chivo, y con un dinero que le prestó su madre, sembró maíz y obtuvo una extraordinaria cosecha. Hombre de madrugadas, miró el trabajo con obsesión febril.
   También había sido un panadero y las costalillas donde venía la harina que compraba las utilizaba para hacerle pantalones a su primogénito. Pero cuando llegó a este pueblo el asunto cambió. Siguió haciendo pan y con el trabajo se hizo de un patrimonio que raya en lo fabuloso. Con respecto al origen de su riqueza se decía que (¡el trabajo!, sí, el bendito trabajo) se había encontrado un tesoro, güeras, monedas de oro, y hasta se decía que enfermó por el solimán que desprendió aquel metal precioso, y que alguien le recomendó poner las monedas a remojar, y bañarse y tomar de esa agua para aliviarse.
    Estas historias revivieron en mi recuerdo y pensé que tal vez por esto el libro me estaba gustando. Pero conforme fui avanzando en la lectura me di cuenta que en realidad, a parte de mi interés vecinal, estaba ante un libro con páginas bien logradas, pese a algunas erratas. En estos pueblos no hubo editores. Quien escribe su libro y lo autopublica trata con impresores que no reparan en el oficio de editor. Por eso cuando el escritor no revisa, no corrige, o por incompetencia, como no cuenta con la mano del editor, a veces redentora, se reproducen un sinfín de erratas. Antes, cuando un autor descubría erratas en su libro caía en cama por depresión. Ahora ya ni siquiera existe la Fe de Erratas.
    Gregorio Urieta Rodríguez escribió esta biografía, memorias de Juan Olea, con voces y narraciones que recogió de personas que trataron con el personaje. El autor hizo la gran labor de hurgar en la memoria de sus entrevistados y ordenar sus palabras y sus anécdotas en un libro que tiene un tono coloquial, y, por momentos, de conversación inspirada. Las voces que van llenando las páginas del libro tienen el eco de lo que nos contaban nuestros mayores.
    En nuestra región existe una gran tradición oral. Hay muy buenos charlistas. No es casual que en estos últimos quince años Viliulfo Gaspar Avellaneda haya sacado a la luz cinco libros de su autoría donde ha utilizado el recurso de investigar en la memoria de sus personajes. Él lo nombra “reportaje anecdótico”, y por ahí ha escrito que muchos de sus entrevistados son conversadores natos, que de haber recibido una preparación hubieran sido narradores profesionales.
    En Juan Olea, Gregorio Urieta Rodríguez, suelta las voces que nos platican la vida del personaje de manera llana, sin rebuscamiento y de manera íntima. Para no perder el hilo conductor de la historia, el autor aparece a menudo con sumarios análisis de situaciones en su contexto social y algunos recuentos de la información que sus fuentes le aportan.
    Este libro salió a la luz hace poco más de un año. Debe de ser de gran contento para la familia Olea Pliego, pero estoy seguro que es y será de más contento para aquel que lo lea y profundice en sus páginas. Es un vistazo a nuestro pasado inmediato. Y para los altamiranenses, el antepenúltimo capítulo resultará de mucha carga nostálgica por el esplendor que la ciudad prometía tener en las décadas de los setentas y ochentas. Fue como un sueño de madrugada que pronto se fue al desbarrancadero del olvido.
    Por último, nada más una fuente, un amigo de la infancia de Juan Olea, hace mención de la ¿leyenda? de que este se encontró unas monedas… Si esto realmente sucedió no creo que demerite la vida de trabajo, entusiasmo y capacidad para hacer crecer su riqueza. ¿Acaso, no dice él mismo, en uno de sus muchos aforismos, que el dinero y el poder no se le dan a cualquiera? ~