enero 29, 2016

Soledad


El hombre alargaba su cara.
Era ancha su cara pero él la alargaba,
y con la punta de su lengua estiraba su cachete.
Era su gesto (primigenio) sincero de tristeza.
Tan alegre que era antes.
Y ahora había caído en el desánimo y el resentimiento.
Ya no le daba júbilo ver el grito rubio de la aurora
y ninguna puesta de sol lo despabilaba.
La vida lo había llevado a la soledad.
Y no es que él se regodeara de estar solo o se resignara.
Él quería salir, brincar de aquel como pozo que lo empantanaba.
Pero todo era en vano.
Por más que alzara los ojos al cielo, por más fuerzas…
la soledad, arcilla donde el triste se entierra,
se ablandaba al primer impulso por saltar y el hombre se hundía…
se hundía en la soledad. ~