El corazón se desmorona poco a poco
desde hace tiempo. Un latigazo, y el corazón se agrieta y sus labios destilan
una savia de tristeza. Luego viene la quietud. Su latido lo hace dueño del
tiempo. Su tranquilidad y la ausencia del dolor hacen pensar en lo eterno. El corazón
con sus grietas cuyos bordes ya están resecos recibe otro latigazo. Entonces los
bordes se desmoronan en filamentos de una lluvia triste. Y así hasta que el
sueño de la eternidad se desvanece y en el recoveco sombrío, último latido, el
tiempo se separa de él. ~