Me levanté con la fuerza de mi último aliento.
Me sentí libre, pero
con los pasos contados.
Caminé a fuerza de alma
sin hacer caso de mi cuerpo enfermo y corrompido.
Mi casa estaba a unas
cuadras.
Caminé a buen paso, a
paso terrenal.
Luego comenzó la confusión.
Por poco y me chocan,
tropecé con algunas
personas,
y mis pasos se
volvieron pesados.
Comenzó a correr un
viento contra mí.
Pero el aliento no me
abandonó.
Avancé con pasos en
falso y zancadas desesperadas.
Vislumbré mi casa.
El viento se volvió más
violento
y no pude más: me dejé
llevar.
No me derrumbó, me alzó
por los aires,
y me empujó hacia mi raya
pintada.
Vi la calle y las casas
de mi barrio como estaban cuando nací:
más tristes y pobres de
como estaban en mis primeros recuerdos.
Afuera de mi casa vi a
un hombre y a una mujer jóvenes, con el torso desnudo.
El hombre se esfumó, la mujer permaneció.
De espaldas amamantaba
a un niño recién.
Era mi madre.
Y aquel viento me
arrojó a mi primera y última morada. ~