febrero 09, 2019

Los pobres que esperaron al presidente López Obrador

Anciano en retirada aún cuando López Obrador no terminaba su discurso.


Esperaron horas al presidente Andrés Manuel López Obrador. Lo esperó el gobernador Héctor Astudillo Flores y toda la gente que lo acompaña. Lo esperaron los presidentes municipales de los municipios de Tierra Caliente. Lo esperaron políticos y grilleros profesionales. Lo esperaron los funcionarios del gobierno enfundados en chalecos con el rótulo: “Siervos de la nación”. Lo esperaron burócratas municipales, cientos de simpatizantes, curiosos y buscadores de lo asombroso. Lo esperaron los pobres que pudieron salir de sus casas. En los amplios terrenos de la unidad deportiva de Altamirano estaban los pobres, por todos lados asomaban sus caras, apacibles, concentrados en la espera de ese personaje que ven con fervor mesiánico, y que encarna, para ellos, esa frase propagandística: “La esperanza de México”.
La nota principal de la visita de López Obrador no fue que el presidente municipal haya mandado barrer la avenida para recibirlo, ni el tiento que tuvieron los funcionarios de la avanzada del gobernador para que a este no lo abuchearan y rechiflaran. La nota no fue que atiborraran el polideportivo, lugar donde se llevó el evento, con funcionarios de los ayuntamientos y simpatizantes priistas para evitar la entrada de la masa inconforme con el gobierno del Estado. La nota principal, sigo, no fue que la gente hubiera esperado seis o hasta ocho horas la llegada del presidente, ni que éste se hubiera retrasado dos horas, no fueron la intervención pusilánime del gobernador, ni el discurso trillado y reiterativo de Andrés Manuel. Discurso, que sin embargo, mucha gente recordará por mucho tiempo: que ya no habrá más corrupción, que antes que él llegara había magistrados que ganaban más de 700 mil pesos mensuales, que los apoyos serán directos, sin intermediarios…
La nota principal, para quien lo quiera ver, son las caras de pobreza que, sin inmutarse, esperaron como han esperado por mucho tiempo.
López Obrador maneja bien su vocación para despertar simpatías con los pobres. Una mujer joven que lo acompañaba, ya casi para entrar en el polideportivo, le avisó que había dejado atrás a un anciano, que con su mano, aleteaba un folder color beige. El presidente se regresó, recibió el fólder y abrazó a aquel hombre pobre. La muchacha que le avisó, ágil y acostumbrada a tales cosas, les sacó una foto. Y así como aquel anciano, cientos traían sus fólderes con algún escrito petitorio que alguien les había escrito, y que ellos esperaron con paciencia, con humildad y con esperanza para tratar de entregarlo a manos del presidente.
¿De dónde salieron tantos pobres? De las grietas enormes que los gobernantes no pueden tapar con sus discursos de simulación. De las políticas económicas y sociales que han aguzado la injusticia y la desigualdad. El ardor de la población tomó palabra cuando el gobernador empezó a hablar: “Que se salga López Obrador, ahí está lleno de priistas”, gritaba una mujer. Unos hombres quisieron cerrar la puerta del polideportivo, pero gente del gobierno federal no lo permitió. La gente, con gritos y empujones pedía que el presidente saliera al encuentro del “pueblo que votó por él”. Tanta fue la algarada y la presión, que se abrieron las rejas del vallado que contenía a la multitud. Los que cuidaban el lugar trataron de detener a los que se colaban por todos lados. Al ver que esto era imposible, cuando el gobernador terminó su fugaz y nerviosa participación, dejaron pasar a la gente en el polideportivo.
¿De dónde salieron tantos pobres? De la desigualdad que en estos tiempos se ha agudizado. En Altamirano, en los últimos años, los productos de la canasta básica han aumentado de precio con desfachatez. Y no es por el proceso muchas veces ininteligible de la inflación, sino porque el venero natural de la economía ha sido violado y extorsionado. Y, al parecer, nadie le dice nada al presidente. Porque el presidente habla de paz y reconciliación, y las caras adustas de los pobres lo escuchan con devoción. El presidente viene a anunciar mejores tiempos. Nadie le ha dicho que el comercio está sometido. Que en las caras de los pobres, añejas de “hambre y sed de justicia”, aquí en Altamirano, se puede leer lo que antes sólo se leía en las semblanzas de Santa Anna y del periodo de la Colonia, que el pueblo vive en atroz explotación.
Nadie le ha dicho al presidente que muchas empresas han cerrado. Empresas que daban empleo a cientos de personas. Pareciera que nadie le quiere interrumpir la luna de miel a Andrés Manuel López Obrador con el “pueblo bueno y sabio”. Nadie le ha contado al presidente de la opresión soterrada. Del silencio que nace de la impotencia. Y los rostros de los pobres lo ven con atención, atentos a la palabra. “Es palabra nueva” “Ningún presidente había hecho tales cosas”, dicen algunos. Tal vez falten los más pobres para completar el cuadro, los pobres que no pueden salir de sus casas. Los pobres que no tuvieron un familiar que los auxiliara, que no tuvieron dinero para pagarle a un triciclero para que los llevara en medio de aquel río de gente. Nadie le ha dicho al presidente que aun con la explotación del crimen organizado y la simulación del gobernador, el pueblo se mantiene en pie, aunque muchos no encuentren la puerta, la salida, el puente, el portillo… Nadie le ha dicho al presidente, tal vez ya después de su luna de miel alguien le informe, que la coca-cola y la pepsi-cola, empresas representativas del Neoliberalismo, sistema que él ha denostado, con su cierre, han conformado un rostro deshumanizado: trasnacionales, gobierno fallido y crimen organizado.
Fue un día tan especial en Altamirano que el calor, tan desesperante siempre, fue apacible en las horas de espera. La avenida y las calles, por donde pasaría el presidente, estaban tan limpias que hacían pensar una ciudad transparente. La gente esperó sin chistar, sin lamentarse. Con una continua y manifiesta alegría. El presidente venía de Huetamo, donde llegó con una hora de retraso. “Entiendan, no tengo avión”, dijo allá. Y la gente lo festejó, lo ovacionó. Por la avenida llegó derrochando saludos y la gente se arremolinaba con sus celulares en la mano para tomarle fotos. Así se vino por todo el camino hasta llegar a la unidad deportiva “Luis Donaldo Colosio”, saludando, sonriente, triunfante…
“A ningún presidente, ni a Lázaro Cárdenas, lo recibieron de esta forma” ―dijo un hombre de media vida, ingeniero agrónomo, quien fue a dejar su currículum en las mesas de recepción de peticiones―. “Trabajo para ingenieros sobrará, se requerirán muchos extensionistas. Estese al pendiente en la plataforma de la SEDER”, alguien le dice.
Y yo me retiro, ya en la nochecita, pensando que es muy temprano para comparar a nadie con el general Lázaro Cárdena del Río.

El presidente López Obrador con la gente que lo esperaba en Altamirano