abril 15, 2016

Noche de embriaguez


Después del sueño pesado que me aplastó
(nada más así es comprensible que los rugidos de la tormenta
y su fuerza de destrucción
y el llanto ahogado de tristeza de mis vecinos
no pudieran removerme mientras dormía),
salí y vi las casas destruidas:
los tejados arrancados y pedazos de muros caídos.
En medio de aquella tristeza y desolación
vi a un vecino, entre los escombros de su casa,
en otro tiempo vieja pero maciza,
empezar los trabajos de reconstrucción.
Así son mis vecinos: buenos para sobreponerse a la desgracia.
Todo aquello hacía reprocharme:
“¿Cómo no pudiste sentir la tormenta?”.
Maldije la noche de mi embriaguez.
Volví a mi casa a buscar una explicación.
Ahí, en contraste, nada había pasado.
Todo estaba en orden y en calma.
Ni siquiera se oía el pulso de mi mujer
y ni la armonía de las risas de los niños.
Salí sin darle demasiada importancia,
como siempre que salía a la calle.
Iba dispuesto a ayudar…
pero ver a mis vecinos, con sus familias,
en torno a sus casas derruidas,
me hicieron chocar de golpe con la mía,
que la tormenta no tocó pero que estaba en abandono.
Entonces apareció una pregunta inquietante:
“¿Y mi mujer, y mis hijos?”.
Mis vecinos han de perdonarme que no les ayude.
Pero voy calle arriba, de prisa, en busca de mi familia. ~