junio 11, 2015

El voto de castigo

A Manuel Ramírez, que es un buen ciudadano.


Entre los ganadores que se ufanan de la fiesta cívica y del respeto que se vivió en la jornada electoral, y los perdedores que señalan la podredumbre y las prácticas deshonestas en las elecciones, refulge el punto equidistante: la libertad individual (base principal del sistema de gobierno llamado Democracia), y también, para no caer en el desánimo: el voto de castigo, que existe y que a veces es muy notable.

El voto de castigo, aunque opacado por las prácticas fraudulentas, ocurrió en Pungarabato. Operadores del PRI (quien mantenía el gobierno municipal) y del PRD (que había sido derrotado en las dos últimas elecciones) se dieron con todo y como pudieron con la compra del voto. Mal presagio para cualquier administración. ¿Qué hacer con las ideas de estudiosos e intelectuales que propugnan para que se vote a conciencia y libremente contra los ciudadanos que decididamente venden su voto? Una nube de desánimo nos nubla. Un amigo me decía que la gente de su ciudad no vende su voto como la gente de estos rumbos. Tal vez sea cierto pero descargo algunas impresiones: la venta del voto en Pungarabato se ha agudizado en las dos últimas elecciones y acaso sea por la relatividad e individualismo propios de nuestras sociedades actuales, pero también por el desencanto de la partidocracia y del hijozuelo que parió: un árbitro tan oneroso.

Y sin embargo, le digo a mi amigo, los ciudadanos que en Pungarabato no venden su voto, y tampoco votan con anteojeras partidistas antes bien lo hacen a juzgar de las administraciones, no deben ser muchos, pero sí cientos que son a final de cuentas los que aplican el voto de castigo.

Esos cientos de ciudadanos dieron su voto de castigo a la administración de Reynel Rodríguez Muñoz. Unos votaron por Víctor Mojica Wences (casi dos millares de votos que podríamos decir limpios) y otros decidieron dar el voto útil a Ambrosio Soto Duarte. Una administración que desde el principio se vio negligente con los servicios municipales. Simplemente el caso de la recolección de basura, asunto que se manejó con cinismo y desfachatez. Y como demandante metáfora, el basurero se incendió  y acabó por ensuciar el cielo de ciudad Altamirano. Los carros de la basura, han contado los mismos trabajadores del departamento de limpia, primero pararon por falta de combustible, “No hay dinero”, les decía el presidente; y luego se troncharon por falta de mantenimiento: simples cambios de aceite y de filtros. Servicios básicos que un candidato a presidente ni siquiera debe prometer porque es lo menos que se espera de una administración más o menos razonable.

La pasada elección el PRI la ganó, frente a un candidato del PRD que no unió a todos sus sectores, y además, porque Gustavo Juanchi Quiñónez había dejado un capital político por su administración, que a pesar que le tocó el auge de los capos, no fue tan mal vista. El PRI ganó con alrededor de 800 votos. Pero esta última administración, opaca y una de las más infaustas de los últimos lustros, dejó el voto de castigo a su propio partido.

Los presidentes municipales y demás funcionarios públicos no deben esperar un temblor de tierra o una catástrofe que nos hunda, para sacudirse y renovarse moralmente, simplemente deben tener en cuenta el voto de castigo, que son pocos, apenas cientos, pero con esos se gana, o si no, veamos las disputas que hay en Pungarabato por unas decenas de votos. ~

@noeisraelb