A
Manuel Ramírez, que es un buen ciudadano.
Entre los ganadores que se
ufanan de la fiesta cívica y del respeto que se vivió en la jornada electoral,
y los perdedores que señalan la podredumbre y las prácticas deshonestas en las elecciones,
refulge el punto equidistante: la libertad individual (base principal del
sistema de gobierno llamado Democracia), y también, para no caer en el
desánimo: el voto de castigo, que existe y que a veces es muy notable.
El
voto de castigo, aunque opacado por las prácticas fraudulentas, ocurrió en
Pungarabato. Operadores del PRI (quien mantenía el gobierno municipal) y del
PRD (que había sido derrotado en las dos últimas elecciones) se dieron con todo
y como pudieron con la compra del voto. Mal presagio para cualquier
administración. ¿Qué hacer con las ideas de estudiosos e intelectuales que
propugnan para que se vote a conciencia y libremente contra los ciudadanos que
decididamente venden su voto? Una nube de desánimo nos nubla. Un amigo me decía
que la gente de su ciudad no vende su voto como la gente de estos rumbos. Tal
vez sea cierto pero descargo algunas impresiones: la venta del voto en
Pungarabato se ha agudizado en las dos últimas elecciones y acaso sea por la
relatividad e individualismo propios de nuestras sociedades actuales, pero
también por el desencanto de la partidocracia y del hijozuelo que parió: un
árbitro tan oneroso.
Y
sin embargo, le digo a mi amigo, los ciudadanos que en Pungarabato no venden su
voto, y tampoco votan con anteojeras partidistas antes bien lo hacen a juzgar
de las administraciones, no deben ser muchos, pero sí cientos que son a final
de cuentas los que aplican el voto de castigo.
Esos
cientos de ciudadanos dieron su voto de castigo a la administración de Reynel
Rodríguez Muñoz. Unos votaron por Víctor Mojica Wences (casi dos millares de
votos que podríamos decir limpios) y otros decidieron dar el voto útil a
Ambrosio Soto Duarte. Una administración que desde el principio se vio
negligente con los servicios municipales. Simplemente el caso de la recolección
de basura, asunto que se manejó con cinismo y desfachatez. Y como demandante metáfora,
el basurero se incendió y acabó por ensuciar
el cielo de ciudad Altamirano. Los carros de la basura, han contado los mismos trabajadores
del departamento de limpia, primero pararon por falta de combustible, “No hay
dinero”, les decía el presidente; y luego se troncharon por falta de
mantenimiento: simples cambios de aceite y de filtros. Servicios básicos que un
candidato a presidente ni siquiera debe prometer porque es lo menos que se
espera de una administración más o menos razonable.
La
pasada elección el PRI la ganó, frente a un candidato del PRD que no unió a
todos sus sectores, y además, porque Gustavo Juanchi Quiñónez había dejado un
capital político por su administración, que a pesar que le tocó el auge de los
capos, no fue tan mal vista. El PRI ganó con alrededor de 800 votos. Pero esta
última administración, opaca y una de las más infaustas de los últimos lustros,
dejó el voto de castigo a su propio partido.
Los
presidentes municipales y demás funcionarios públicos no deben esperar un
temblor de tierra o una catástrofe que nos hunda, para sacudirse y renovarse
moralmente, simplemente deben tener en cuenta el voto de castigo, que son
pocos, apenas cientos, pero con esos se gana, o si no, veamos las disputas que
hay en Pungarabato por unas decenas de votos. ~
@noeisraelb