abril 20, 2021

Vicenta

Afuera debe estar el aire fresco que en lo alto mueve las ramas de la cahuinga del camino y las hojas de los cueramos del patio. Y más arriba las nubes cargadas de los aguaceros que hacen falta por caer. Y más arriba el cielo gris, el cielo marchito… 



 

Aquí estoy dentro de esta caja de muerto. Es una tarde tierna de septiembre, si es que el tiempo no ha desbarajustado mi memoria. Pero del día que me sacaron de mi casa a curar no deben haber transcurridos tantos… Y fue un día de septiembre. Afuera debe estar el aire fresco que en lo alto mueve las ramas de la cahuinga del camino y las hojas de los cueramos del patio. Y más arriba las nubes cargadas de los aguaceros que hacen falta por caer. Y más arriba el cielo gris, el cielo marchito… Acá abajo también debe haber corazones tristes. Escucho los primeros rezos para prender el luto… Yo estoy tranquila, acabo de salir como de un sopor de sueño interrumpido. Y desde ahí se me ha aguzado el sentido. Nada más no puedo mover mi cuerpo. Por un rato sentí que estaba encerrada en mi cuarto. Con llave y con tranca. Al cuidado de que no se acercara Margarito, mi pobre ruco que debe estar triste. Debe estar acarreando las maderas para hacer mi sepulcro. Debe estar tomando mezcal. Parece que lo estoy viendo… Me arrejunté con él cuando yo tenía los 15. Nunca he hablado como ahora, impulsada por la franqueza. Yo siempre oprimí mis palabras. Él venía no sé de cuantos vicios y de cuantas mujeres. Ya era grande el señor, y yo una muchacha que se quedaba pensativa y que nadie podía sacar del ensimismamiento. Nada más mi hijo Jorge, porque ya tenía yo un hijo. Yo decía entre mí que adónde iría a dar con mi hijo de brazos. Y en mi casa, mi madre y mis hermanos mirándome con coraje y diciéndome no sé cuántas maldiciones que tenía que cumplir. Yo tuve una cara larga, la boca chueca y un párpado caído. Y muchos decían que tenía chueco el entendimiento. Pero esto es mentira, si bien Dios no me dio la inteligencia de otros, para mis cosas nunca me faltó el buen sentido. Luego muchas personas dijeron que cómo no debía estar yo loca si me había huido con ese Margarito que tenía fama de que también no estaba en sus cabales. Yo tuve mis razones para dejarme engatusar de ese hombrecito. Le di dos hijas. Y cuando me llegó la menopausia le cerré mi cuarto con el candado y con la tranca. Entonces él echaba sus rondines todas las noches para sorprenderme en la hora en que salía a tomar agua o a hacer de los orines. Pero yo me las ingeniaba para que esto no ocurriera… Ya para el amanecer pegaba mi oreja en la puerta para saber cuándo se retiraba y entonces yo me preparaba para salir. Eso quise hacer hace rato. Pensé que estaba encerrada en mi cuarto. Temerosa de la salacidad del hombre. Escuché pasos que iban y venían, trozos de pláticas aprisionados por el aire lívido del corredor. Traté de levantar mi cuerpo pero no pude. Entonces volteé a los lados y todo era oscuridad. No pude ver ni la palma de mi mano y entonces supe que estoy muerta en esta caja de muerto.