abril 30, 2014

Un patrón invicto

No comete el error de tomarse en serio. Es capaz de reírse de sí mismo y, por lo tanto, son pocas las personas que pueden decir que lo han visto de mal humor. Ante cualquier adversidad, su rostro predispuesto a la afabilidad está cerca de la sonrisa auténtica, esa que brota de la vena del corazón. Es una persona leal, y esto puede sonar trivial, pero no lo es en una persona con dinero y capacidad para echar andar una empresa. Un empresario, un patrón que es leal antes de buscar lealtad.

Es pródigo y espontáneo pero nada más lejos de alguien que gasta con desparpajo. Siempre trae un papelito para anotar los gastos mínimos e inesperados, desde una propina hasta alguna “ayuda” de las que acostumbra dar. Le gusta tener todo en orden. Es de los que para trabajar necesita tener su escritorio despejado. Sin perder el hilo sonriente del buen humor, ahí se vuelve serio, escucha con atención, es analítico. Todas sus decisiones, así la menos relevante que parezca, pasa por el análisis y sus reflexiones.

Un patrón con la bonhomía de Fausto Araujo parece venir de un país extraño. Primero porque hay una tendencia natural (a veces muy pervertida) en los patrones por quedarse con la totalidad de la ganancia sin tomar en cuenta al trabajador; es una tendencia de la naturaleza de los hombres, y muchos hacen fortuna y acrecientan sus cuentas no libres de tristes hazañas de estas pobrezas de espíritu. Y, segundo, porque los empresarios que quieren hacer las cosas a las derechas, se encuentran con el fardo de las cargas fiscales y, en los últimos años, con las cuotas que piden los capos que andan libres. Esto último ya va siendo menos. El año pasado los comerciantes que pagaron “el derecho de piso” tuvieron considerables descuentos con respecto a los años anteriores. Dígase lo que se diga, el desgaste de los capos es notorio; ya por la presión de arriba, ya porque ellos mismos deben de estar cansados de tanto ir y venir. No hay mal que dure…

A pesar de los anteriores puntos, Fausto no cayó en la desesperación y se mantuvo invicto como buen patrón. No hay en él ese sentimiento infame de desencarnar al trabajador en un salario mínimo. Guarda serenidad y sobrelleva sus responsabilidades fiscales. No es partidario de componendas, muy comunes en los despachos contables, para evadir Hacienda y agraviar a los trabajadores. Y respecto a la inseguridad, enfrentó el problema con sensatez y precaución. Después del secuestro de su suegro decidió emigrar a otra ciudad junto con su familia. Dejó la finca que tantos sueños y dedicación le había dedicado. Con desfachatez de paisano despistado, un mediodía radiante, se fue echando frases de buen humor.

Hace diez años entró en el mundo empresarial como franquicitario de una marca de préstamos por prendas de oro. Los Bancos siempre vieron con menosprecio, o por lo menos nunca le entraron, a los créditos chiquitos. Préstamos de 500, de 1000 pesos; tan necesarios para que la cotidianidad siga su marcha, para microempresarios y trabajadores independientes que requieren de liquidez sin tardanza ni trámites. En nuestra región, digamos hasta la década de los noventa, se conseguían alhajas con relativa facilidad. De casas de adobe, humildes, salían lindas muchachas luciendo sus prendas de oro. Ciudad Altamirano tenía fama de lugar por excelencia para mercar oro, y esa fama, al igual que en otras ciudades de Tierra Caliente, no era tan infundada. Camilo Peñaloza me ha hecho ver que hasta en los ochenta, ser oficial de orfebrería, al igual que de huarachería, era uno de los oficios mejor pagados y aun reputados. Así es que como no había un servicio formal en préstamos por oro, los resultados para el nuevo empresario fueron en todo caso insospechados.

No faltó quien pusiera el grito en el cielo y murmurara que se estaba robando a la gente. A esas personas se les escapa o ignoran que los pobres también producen. Y que si consiguen un capital para echar andar la rueda, el motor de sus micronegocios es porque saben que pueden producir para pagar el capital más interés. A diferencia de tantas asociaciones que son incapaces de pagar ya no digamos tasas de interés alto sino créditos blandos. ¿Quién produce más, un microempresario que paga interés más capital, o una institución que requiere de subsidios del gobierno y créditos blandos o de fondo perdido?

En el apogeo, Fausto abrió otras sucursales, y como todo ha de estar en un constante movimiento y nada es eterno, ya empezó el repliegue. Las causas mucho se han platicado: la violencia que desterró a mucha gente, y que acabó con el emporio comercial de esta ciudad; el agotamiento del oro, ya no hay orfebres y se acabó la relativa facilidad con que se conseguía oro; y la competencia, la entrada en el mercado de los préstamos del gigante Elektra. Es idea que los gigantes comerciales llegan a los mercados locales a reventar la competencia local, para después quedarse solos y dominantes, y ya sin competencia, hacen y deshacen. No creo que pase esto al pie de la letra pero Elektra está haciendo todo lo posible para lograrlo.

Tuve el privilegio de trabajar para Fausto Araujo. No hace mucho, por cierto, desde fines de 2010. Por esos días yo era independiente y especulaba en la avenida comercial. Desde que lo conocí me impresionó lo buena gente que destila y la buena fama que tenía entre sus trabajadores, y aun, entre otra gente.

Una mañana, mientras caminaba por la avenida, me salió al paso Edgardo Martínez, su entrañable trabajador, y me preguntó que si no me interesaba un puesto de valuador, que habían pensado en mí y que en caso de aceptar me tendría que ir un tiempo para Huetamo. Por esos días, en la avenida, no se hablaba de otra cosa más que de las “cuotas por derecho a piso”. Los capos explotaban la veta de la extorsión. Personas que como yo, ocupaban un lugar en la avenida, tenían que pagar diez mil pesos. Dinero que para mí era imposible pagar. Así es que no tardé mucho en aceptar la propuesta de Edgardo Martínez.

Hoy he quedado sin trabajo, libre, y al decir esta última palabra, siento una extraña felicidad.


Adenda

Al otro día que dejé de trabajar, caminando por una calle desierta, pardeando la tarde, vi sentado en una banqueta al Cuervo, un vagabundo en andrajos, de piel negra por humo de llantas y mugre. Al verme, se levantó y con ademanes fraternales y voz quejumbrosa, se dirigió a mí:

−¡Hijo mío!, ahora ¿a qué te dedicarás?

Me detuve para contestarle, observé que la calle, poco antes vacía, empezaba a llenarse de gente. Miré al Cuervo que esperaba una respuesta mía con los brazos abiertos y sus ojos de luna de noche triste. “Tranquilo, Cuervo, me encerraré en mi covacha a leer”. Esto pensé en contestarle, pero de pronto me vi a dos pasos del Cuervo, rodeados los dos de una multitud de personas listas para el escarnio. Con creciente incertidumbre apenas pude murmurar:

−A caminar… a caminar… ¡carajo!, Cuervo, ¡parece que no sabes!

Y a empellones salí de aquella rueda de gente que empezaba a lanzar sus risas insolentes. Cuando me vi libre, apreté carrera.̴


30 de abril de 2014