febrero 07, 2014

“Te ves mal”, “Pero me siento bien”

Foto Alfredo Cruz Valencia


No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria

Dante Alighieri, Infierno, V.

 

Muchos años después, ya reducido a una poca movilidad por la enfermedad y la pérdida de la vista, sin apasionamientos, sin resentimiento, dice que fue un error haberse casado con su primera mujer. Una prima hermana suya. Ese matrimonio le trajo un sinfín de problemas. El pueblo era chico y la presión del clan fue tanta que no tuvo otra que exiliarse. Se fue a la Ciudad de México. Con esa mujer, que la amó con delirio y arrebato de la juventud, procreó dos hijos. Regresó por una tragedia: la muerte temprana de su esposa y su hija, esta siendo una niña.

Porfirio Santamaría, Polilo, como se le conoce, nació en una casona del corazón del viejo pueblo de Pungarabato. Estas casonas, que eran de los principales, como aún se puede constatar con las que quedan, eran de paredes altas de adobe, techo de tejas a dos aguas, amplias y de grandes corredores. No muy lejos de ellas pasa el río Cutzamala. Polilo nunca olvidaría sus aguas cristalinas y la variedad de sus peces. Muchos años después, en vano trataría de recuperarlo como lo tuvo en los años de su infancia. El río Cutzamala representa su paraíso perdido.

Moisés Santamaría fue un hombre acaudalado que muy probablemente nació en 1882. Fue criado con la disciplina de los tiempos de Porfirio Díaz. Cuando surgió la revolución, que en Tierra Caliente comenzó después del asesinato de Madero (febrero de 1913), mantuvo su apoyo a la línea oficial. Aunque no se involucró en las reyertas, ofreció pequeños servicios de escribiente. La suspicacia que sentía por los revolucionarios se volvió desdén cuando estos llegaron al poder, o mejor dicho, peleaban por él, mediante la intriga, la traición y el crimen. Después de los años turbulentos de la revolución, se volvió de esas personas que añoraban “los tiempos de paz y progreso” del porfiriato.

Ya en la antesala de la vejez, a los sesenta años, contrajo nupcias con una joven de 20 años. A pesar del trastorno social de muchos años que fue la revolución, Moisés Santamaría conservó su patrimonio y aun el aire de dignidad de los ricos del porfirismo. Cuando nació el segundo de sus hijos, ya tenía el nombre: Porfirio, por el general Porfirio Díaz.

Dice Polilo que su padre lo procreó a los sesenta y tres años. Pero muy lejos de un anciano apolillado y agotado. Cuando él llegó a la adolescencia su padre ya era un octogenario pero con ímpetu para la crianza de sus hijos y para la vida misma.

Cuenta Polilo que el desprecio que su padre tenía por los revolucionarios se agudizó hacia el presidente más popular de México, el general Lázaro Cárdenas del Río, a quien consideraba como parte de esa runfla de advenedizos que se enriquecieron con la revolución. No obstante, Cárdenas, que tiene fama de haber visitado muy continuo ciudad Altamirano; “el gran benefactor de estas tierras”, siempre que venía procuraba pasar a saludar al viejo Moisés. Este procuró que ninguno de sus hijos le pidiera ningún favor, ninguna influencia al general. Salvador Santamaría, sobrino de Moisés, primo hermano de Polilo, fue el cacique de Altamirano hasta 1985, año de su asesinato. Por el poder político y su riqueza se sabe que él si sacó provechó de su relación con Cárdenas.

Pero Polilo no andaba en busca de favores ni esperaba alianzas con nadie que no tuviera simpatía por sus ideas comunistas. Llega al tema de la revolución cubana (1959) y su voz —gruesa, ahuecada—, centellea como una pasión juvenil. Es su gran ideal. El gran referente de su concepción política. En el éxtasis de la conversación, le pide a Aída, su plácida esposa, que le lleve una valija que guarda con mucho celo. De ahí saca un póster de cartulina dura, donde aparecen Castro y el Che Guevara extendiéndose un abrazo, risueños de triunfo. Traspapelada, también aparece una fotografía de un grupo de niños de kínder, y al costado derecho de la foto, en grande, el rostro de una niña; a pesar de los años, la foto está bien conservada. Es la hija de Polilo, muerta niña hace muchos años.

Una vez le pregunté a Polilo si no resentía haber venido a menos con la hacienda que le dejó su padre. Pronto me di cuenta de lo impertinente, innecesaria de mi pregunta. Pero sin inmutarse me contestó que en realidad él nunca le dio importancia al dinero ni a la posición social. Con los años habría de dar muestras de una honradez a prueba de fuego. Casi como un voto de pobreza franciscana.

Hace diez años fundó una organización civil “Rescate ecológico del Río Cutzamala”. Su espejo feliz de aguas puras en el paraíso de su infancia. Me han dicho que aun viviendo en otras comunidades cercanas de Altamirano ha procurado hacerlo cerca del río. Cuenta que sin ningún recurso se echó a andar para ir a ver al Jefe de Gobierno del Distrito Federal, que por ese tiempo era Andrés Manuel López Obrador y al presidente Vicente Fox. Seguido nos acusamos y hasta nos recriminamos que somos unos ciudadanos apáticos, que no vemos más allá de nuestros intereses propios y mostramos total desinterés por los problemas de nuestra ciudad; sin embargo, cuando Polilo empezó a tocar puertas para su proyecto, muchos ciudadanos lo apoyaron de manera abierta. “Rescate ecológico del río Cutzamala” fue dada de alta como una organización civil y Polilo Santamaría fue a entrevistarse con el Jefe de Gobierno y el Presidente. Interesante su experiencia por la imagen que se pudiera tener de estos personajes. López Obrador le pareció un tipo déspota y altanero. Lo recibió mal y lo despachó grosero. No era del modo de un líder tan popular como lo era por aquellos años. Lo mandó con “el vecino”, que así se refería al presidente. Por suerte, con Vicente Fox, le fue fácil llegar. Polilo sabía, por relato de una de sus hermanas que trabajó en la Cocacola cuando esta compañía llegó a Altamirano, que para abrir ruta había llegado un hombre de Guanajuato, enorme y muy trabajador. Hacía nada más una comida al día pero bien despachaba, de cajón un kilo de carne y dos litros de leche. Ese hombre, que impresionaba por su estatura y su capacidad para cargar muchas rejas de refrescos (por sus enormes brazos), quedó grabado en varios altamiranenses. Cuando Vicente Fox llegó a la presidencia, muchos quisieron ver en ese hombre al joven aquel que había venido con la Cocacola. Estando frente a frente, Vicente Fox le pidió a Polilo que se identificara. Cuando este lo hizo y le dijo que procedía de Ciudad Altamirano, Fox tomó confianza, despachó a sus escoltas y se puso a platicarle relajadamente cómo él había estado unos meses en aquella ciudad. Fox le inquirió para dar con el nombre de una señora que vendía enchiladas en un puesto de cena, le quería regalar una casa. Se acordaba que era una mujer pobre y sin vivienda, pero Polilo no pudo dar con esa mujer.

Al final de aquella entrevista, Fox lo invitó a desayunar: “Te ves mal”, le dijo. “Pero me siento bien”, le contestó Polilo. Había dado sin muchas vueltas con el presidente y este prometía ayudarlo en su petición de sanear el río Cutzamala. Giró órdenes al secretario correspondiente y este a sus inferiores y estos a sus subalternos. Y la orden, que venía del presidente de la República, en un principio tuvo mucha repercusión pero se fue perdiendo como una resonancia que se va extendiendo en círculos burocráticos cada vez más lejanos y difusos.

Luego llegaron los malestares de la enfermedad, y junto con su segunda esposa, hubieron de abandonar ciudad Altamirano para irse a vivir a Tanganhuato. Es su segundo exilio. Polilo tiene presentes los cuadros costumbristas del antiguo Pungarabato. Su río clamoroso y limpio, generoso para la pesca como era; su centro de casonas y los barrios viejos con sus casas y sus chozas. La vida rural, artesanal, donde se conocían todos, y tal vez por eso había una relativa paz. Luego llegó el crecimiento, el engañoso progreso y Altamirano, que se volvió la capital del comercio de la región, se desbordó. Siguió por muchos años la pobreza. Muchas personas hicieron grandes fortunas, lo que disparó como nunca antes la desigualdad. De manera inconsciente estas personas adineradas estaban preparando el escenario para la llegada de los capos avasallantes, sedientos de dinero. Polilo cuenta que le ha tocado ver estas tres etapas de Altamirano. Y siente tristeza por todo… por su río Cutzamala ahora de aguas inmundas.

Polilo lee —o por lo menos leía, porque ahora casi ya no ve—, al filósofo francés Jean-Paul Sartre (1905-1980). Algún tiempo recibía el “Gramma” de Cuba y presumía que era “oro fino” para él. También leyó La Divina Comedia, y dice parafrasear a Dante Alighieri (1265-1321), hombre que por intrigas políticas nunca regresó a su tierra añorada que era Florencia, Italia. “Para sobrevivir —dice Polilo citando a Dante—, el hombre habrá de olvidar sus malos recuerdos y acordarse de los momentos maravillosos que vivió”.

 

16 de enero de 2014