Hay una vieja leyenda que se
cuenta en las faldas del cerro Chuperio. La cuentan los campesinos cada día de
San Juan, ya en la tardecita, cuando regresan de sembrar maíz en sus bajiales.
Por el camino han visto cómo se remueven las nubes, cómo se cargan para dejarse
caer en grandes aguaceros. Ven cómo el ambiente se llena de ese viento suave que
los campesinos saludan como buena señal. “Este año será bueno”. “Todos los días
de San Juan llueve, así se acostumbra por acá”. "No hay como este día para sembrar". La mortificante calor, las
congojas quedaron muy lejos. Los breñales secos, la resolana del mediodía, la
resequedad de las grandes calores, quedaron muy atrás, para otras temporadas de
secas. Ahora los montes y los cerros recobran el haz de la esperanza. Los días
y el trabajo son más llevaderos. Para donde se voltee todo es vergel criollo y
primitivo. Y los campesinos cuentan la misma historia cada año. Sus palabras
llenan los ámbitos. Y se ven muy bonitas enmarcadas por aquella vegetación. Van oyéndose por el camino, hasta llegar al cerro. Suben y bajan... Hay
un instante precioso de encanto por el lado sureste del Chuperio, mero en la
Cruz. Ahí aparece un arco esplendoroso. Y quien lo ve, entra. Ahí te encuentras
una feria. Hay músicas, hay el bullicio de los comerciantes, se juegan barajas
y se canta la lotería. Quien ha entrado dice que lo que sobresale son los
chiquigüites copeteados de pan de baqueta. Un aroma delicioso, que pareciera fatídico, hace acercarte a
estos chiquigüites y tienes que comprar una pieza, dos piezas, ¡afortunados los
que compran tres o más piezas! Mujeres que apenas mascullan los precios del pan
atienden con la fulguración de los sueños que anuncian la felicidad. Y sales de
la feria. Te quedas admirado de tantas cosas que viste. ¡Qué extraño ‒dices‒,
nunca había escuchado de esta feria! Son las novedades ‒sigues diciendo‒ que
nunca dejan de llegar a este pueblo. Entonces llegas a tu casa. Y encuentras
una velación de cabo de año. Se hace el tumulto. Y tus familiares no lo pueden
creer. Piensan que tu aparición es cosa de hechicería, cosa del demonio. Se
acercan, te palpan, te abrazan, no dejan de llorar de alegría. Los concurrentes
van sacando sus conclusiones. Aquella velación va tomando rumbo de fiesta de
canelas con alcohol. Entonces te explican que desde hacía un año no sabían de
ti. Te dieron por muerto y por eso era la velación. Para pedir por tu eterno
descanso. Tú les platicas que nada de eso es cierto. Juras que te metiste a la
feria, la nueva feria que llegó al pueblo. Pero apenas un ratito. No te dio
tiempo ni de tomarte un refresco. Todo es confusión. El tiempo se trastocó. Te juran que la noche de
hace un año te fueron a buscar y que no vieron ni supieron de ninguna feria.
Entonces les dices que traes una prueba. Compraste cinco piezas de pan de
baqueta. Pan bueno y grande. Y agarras el morral y sacas un pan. ¿Qué te pasa?
¿Por qué ese rostro resplandeciente? Tus panes son oro puro y precioso. Eras
una persona pobre y desde ahí serás un Don Dinero. La fiesta sigue. Se surten
las canelas cargadas. Todos festejan tu regreso al mundo de los vivos. Tú
festejas el oro que en el origen de la riqueza te estaba destinado. Esto platicaban, no
hace mucho, algunos campesinos de aquellos rumbos. Esto tendrá unos veinticinco
años. Desde ese tiempo nunca he ido por aquellos lares. Pero estoy seguro que
ahorita, hoy 24 de junio, día de San Juan, un campesino recordará esta vieja leyenda.