Es el cerro de la cangrejera, partido
por la barranca de las ilamas, que cruza el potrero que era de Modesto, y luego
entra al que fue de Maurilio; hasta llegar por ahí donde vivía Flavio Torres… Quien
piense que las líneas anteriores son mías, ¡honor me hace! Son de Antonio
Alvear Olea (1955-2020). Las escribió en una de las tantas conversaciones que
sostenía en su muro de facebook. Yo me las anoté con el propósito de visitarlo
y decirle: “Mira qué musicalidad, qué concentración de imágenes, qué agilidad,
qué maravilla en esas dos líneas. Toño, debes escribir la historia de tu pueblo
Santa Teresa.”
Y
la escribió a su modo: en sus columnas, en sus artículos, en la remembranza de
personajes que conoció desde la infancia. ¡Vaya que nuestra tierra ofrece un
panorama rico en personajes y en su propio paisaje para escribir! Periodista de
carrera, siempre tuvo como aliados los libros que lo marcaron. En la calle
Reforma, en su casa, recibía a sus compañeros y amigos, siempre hospitalario y
con la bonhomía que lo caracterizaba. Ahí ofrecía mezcal, queso, dejaba que se
hicieran llamadas desde su teléfono fijo (cuando las llamadas nacionales costaban
buen dinero por minuto). Nada más traspasando la puerta, tenía su estudio, con
un grande librero, tan grande, que más que estudio, era su biblioteca, buena
biblioteca, por cierto. La última vez que lo visité releía con entusiasmo El Naranjo de Carlos Fuentes. Ahí se le
miraba machetearle en el teclado después de las ocho de la noche. Fue un
periodista de la vieja escuela, de los que bucean en la literatura y en la
historia para escribir un artículo conciso, claro y original. No dejaba de
recomendar a Vicente Rivapalacio, a Manuel Payno, a Miguel Cervantes, al
Marqués de Sade, a Fuentes, antes mencionado; entre tantos otros autores. En el
desierto de conversaciones librescas, que es nuestra tierra, para mí, Toño Alvear,
fue un remanso vivificante.
Después
de que se graduó de la carrera de Ciencias de la Comunicación trabajó en
algunos diarios de la Ciudad de México, pero luego tuvo otros trabajos
disímiles, que bien lo pudieron alejar del periodismo; sin embargo, regresó
porque era su vocación: comunicar mediante la palabra escrita.
Su
vida siempre tiró a volverse en un pequeño empresario, un comerciante.
Descendiente de hombres y mujeres que se forjaron un destino en la agricultura
y el comercio. Guiado por el ascendente de su madre, de quien guardaba su
ejemplo de ahorro y trabajo, Toño pudo retirarse del periodismo, pero siempre
volvía a él como su razón de ser. Llegó a hacer trabajo de corrector y editor
ganando muy poco dinero. Era cuando se afanaba más a su instinto emprendedor,
pero al mismo tiempo volvía a agarrar la pluma con mejores bríos para hablar de
política y los temas que le interesaban.
Es
extraño a estas alturas oír decir a alguien, a ras de suelo, que el deber de
todos los ciudadanos debe dirigirse al bienestar de la patria. Decir con convicción
y sin patrioterismo barato que nos debemos a la madre patria. Admirado de estas
disertaciones suyas, le hice notar que actualmente nadie toma en cuenta la
patria. Sus padres, principalmente su mamá, le hizo sentir ese orgullo criollo
por nuestro país.
De
esa convicción partía su trabajo como reportero y columnista. No dejó de
escribir hasta los últimos días que quería “un México de progreso y desarrollo…
con una economía fuerte… donde todas las familias tengan atención médica.”
Ejerció
el periodismo con el respeto a las palabras. Y esto no se logra con otra cosa
que leyendo. Hombre que se levantaba a las cuatro de la mañana, siempre se
procuraba por lo menos una hora para leer. El último libro que leyó, disfrutó y
subrayó fue El vendedor de silencio,
de Enrique Serna.
Hombre
de campo, siempre estuvo orgulloso de sus orígenes. Aunque volvía a su tierra
seguido, solo le quedaba recordarla a través de la memoria y la plática.
Entonces era bonito escucharlo hablar, de una madre vívida que iba y venía y
que le enseñó las primeras lecciones para ser un mexicano de bien, esa mujer
que llevaba en una libreta todos los apuntes de sus gastos, la mujer que a
escondidas escribía algunas rimas nostálgicas de un tiempo ido. De ese primer
mundo Toño nunca se quiso despegar, sabía que mediante la palabra, bien
madurada y bien escrita, a través de la conversación, se permanece más allá de
la muerte.
Su
jovialidad, su atención, su buen humor lo reflejaba en su conversación, motivo
por el cual nunca lo dejé de frecuentar desde principios de 2007, cuando lo
empecé a tratar.
No
deja de ser sorpresiva la muerte de un hombre de 65 años que venía de una
genética longeva: su padre murió siendo nonagenario. Su muerte, al parecer de
covid-19, círculo concéntrico que traspasó nuestra muralla de grandes calores y
que nos llega como las ondas de una creciente fatídica, refleja una terrible jugada
irónica con uno de los ideales que expresó públicamente antes de morir, a
saber, derecho a la atención médica. Murió a fuera del hospital, en espera,
según se dice, a los protocolos que implica un paciente invadido por el mortal
virus. Como haya sido, esta muerte, cuyas circunstancias da visos de negligencia
o parálisis por el miedo a contagiarse nos pone al desnudo el sistema de salud tirado
por los suelos de nuestro país.
Lo
que Alvear Olea soñaba para todos los mexicanos: un sistema de salud digno,
vino a ser una premonición fatal para sus últimas horas de vida. No les queda
decir a los trabajadores de la salud ese sonsonete trivial de “se les dijo.” No
les queda porque la problemática de años de corrupción, y la decisión del actual
gobierno que muy ufano rebajó el presupuesto del sector salud; los trasciende. No
les queda porque los que se enferman no son precisamente las personas que
desatienden las indicaciones. Toño fue una persona que acató las recomendaciones
y más aún les dio difusión en los espacios que tenía a su alcance… A nadie le
queda decir, a modo de apóstrofe, ese sonsonete de “te lo dije” porque nadie
sabe cómo la enfermedad y la desgracia llega para ensañarse con las personas. El
coronavirus es una marejada que viene a arrasar con nuestro deficiente sistema
hospitalario. ¡Ojalá!