A Charácuaro yo vengo
a contarles un corrido;
no en balde los
entretengo,
a un señor va dirigido:
don Rogaciano es su
nombre
y Dávalos su apellido.
El nació en cuna muy
pobre,
huérfano de niño quedó;
de arriba Dios la vida
obre,
aunque puro y tiesas
comió.
“Quiero que un día me
sobre”,
dijo, y del pueblo se
marchó.
Llegaba el mediodía
y no tenía qué comer.
Era cuando se decía:
“que se acabe el mundo
en pan,
para siquiera ese día,
morir lleno morir en
paz”.
En México algún trabajo,
en el Norte de bracero,
sin olvidar el atajo
porque volvía certero.
Su mujer, también sus
hijos
lo esperaban con
esmero.
Un día tal vez cansado
no volvió al extranjero;
se puso a criar su
ganado
y a cultivar su potrero.
Y sus hijos, por su
lado,
hallaron propio
sendero.
Vive tranquilo el
ranchero.
Cuando visita Huetamo,
luce su fino sombrero;
aunque una vaca parida,
según costó, yo refiero
que fue buen regalo en
vida.
Gusta tomar pero poco
con sus amigos
tranquilo.
No tiene miedo tampoco,
la vida pende de un
hilo.
Habladores valen poco,
es una verdad de a
kilo.
No habla ni se la
aperfuma,
de estos versos gusta
aprender:
“¡El cuervo con tanta
pluma!,
y no se pudo mantener;
el escribano con una
sí mantuvo novia y
mujer.
Deporte de mucha gente
fue la pelota tarasca
en toda Tierra Caliente;
en patios de charamasca
fue tirador muy potente
difícil que otro nazca.
Hace un año la
creciente
que toda su casa inundó.
Su hijo estuvo al
pendiente
y a sus padres nada
faltó.
Hoy Rogaciano presente,
platica lo que sucedió:
“Septiembre del año
trece,
el río todo se llevó.
Este río crece y crece,
hasta que las casas
cubrió.
Por poco desaparece
este pedacito de Dios”.
Vuela paloma del prado,
vuela vuela por el
llano;
si ves un perro a su
lado,
se trata de Rogaciano,
es que lleva su ganado,
es un ranchero
calentano. ̴
octubre
26 2014