No comete el error de
tomarse en serio. Es capaz de reírse de sí mismo y, por lo tanto, son pocas las
personas que pueden decir que lo han visto de mal humor. Ante cualquier adversidad,
su rostro predispuesto a la afabilidad está cerca de la sonrisa auténtica, esa
que brota de la vena del corazón. Es una persona leal, y esto puede sonar
trivial, pero no lo es en una persona con dinero y capacidad para echar andar
una empresa. Un empresario, un patrón que es leal antes de buscar lealtad.
Es
pródigo y espontáneo pero nada más lejos de alguien que gasta con desparpajo. Siempre
trae un papelito para anotar los gastos mínimos e inesperados, desde una
propina hasta alguna “ayuda” de las que acostumbra dar. Le gusta tener todo en
orden. Es de los que para trabajar necesita tener su escritorio despejado. Sin perder
el hilo sonriente del buen humor, ahí se vuelve serio, escucha con atención, es
analítico. Todas sus decisiones, así la menos relevante que parezca, pasa por
el análisis y sus reflexiones.
Un
patrón con la bonhomía de Fausto Araujo parece venir de un país extraño. Primero
porque hay una tendencia natural (a veces muy pervertida) en los patrones por
quedarse con la totalidad de la ganancia sin tomar en cuenta al trabajador; es
una tendencia de la naturaleza de los hombres, y muchos hacen fortuna y
acrecientan sus cuentas no libres de tristes hazañas de estas pobrezas de
espíritu. Y, segundo, porque los empresarios que quieren hacer las cosas a las
derechas, se encuentran con el fardo de las cargas fiscales y, en los últimos
años, con las cuotas que piden los capos que andan libres. Esto último ya va
siendo menos. El año pasado los comerciantes que pagaron “el derecho de piso”
tuvieron considerables descuentos con respecto a los años anteriores. Dígase lo
que se diga, el desgaste de los capos es notorio; ya por la presión de arriba, ya
porque ellos mismos deben de estar cansados de tanto ir y venir. No hay mal que
dure…
A
pesar de los anteriores puntos, Fausto no cayó en la desesperación y se mantuvo
invicto como buen patrón. No hay en él ese sentimiento infame de desencarnar al
trabajador en un salario mínimo. Guarda serenidad y sobrelleva sus
responsabilidades fiscales. No es partidario de componendas, muy comunes en los
despachos contables, para evadir Hacienda y agraviar a los trabajadores. Y
respecto a la inseguridad, enfrentó el problema con sensatez y precaución. Después
del secuestro de su suegro decidió emigrar a otra ciudad junto con su familia. Dejó
la finca que tantos sueños y dedicación le había dedicado. Con desfachatez de
paisano despistado, un mediodía radiante, se fue echando frases de buen humor.
Hace
diez años entró en el mundo empresarial como franquicitario de una marca de
préstamos por prendas de oro. Los Bancos siempre vieron con menosprecio, o por
lo menos nunca le entraron, a los créditos chiquitos. Préstamos de 500, de 1000
pesos; tan necesarios para que la cotidianidad siga su marcha, para
microempresarios y trabajadores independientes que requieren de liquidez sin
tardanza ni trámites. En nuestra región, digamos hasta la década de los
noventa, se conseguían alhajas con relativa facilidad. De casas de adobe, humildes,
salían lindas muchachas luciendo sus prendas de oro. Ciudad Altamirano tenía
fama de lugar por excelencia para mercar oro, y esa fama, al igual que en otras
ciudades de Tierra Caliente, no era tan infundada. Camilo Peñaloza me ha hecho
ver que hasta en los ochenta, ser oficial de orfebrería, al igual que de
huarachería, era uno de los oficios mejor pagados y aun reputados. Así es que
como no había un servicio formal en préstamos por oro, los resultados para el
nuevo empresario fueron en todo caso insospechados.
No
faltó quien pusiera el grito en el cielo y murmurara que se estaba robando a la
gente. A esas personas se les escapa o ignoran que los pobres también producen.
Y que si consiguen un capital para echar andar la rueda, el motor de sus
micronegocios es porque saben que pueden producir para pagar el capital más
interés. A diferencia de tantas asociaciones que son incapaces de pagar ya no
digamos tasas de interés alto sino créditos blandos. ¿Quién produce más, un
microempresario que paga interés más capital, o una institución que requiere de
subsidios del gobierno y créditos blandos o de fondo perdido?
En
el apogeo, Fausto abrió otras sucursales, y como todo ha de estar en un
constante movimiento y nada es eterno, ya empezó el repliegue. Las causas mucho
se han platicado: la violencia que desterró a mucha gente, y que acabó con el
emporio comercial de esta ciudad; el agotamiento del oro, ya no hay orfebres y
se acabó la relativa facilidad con que se conseguía oro; y la competencia, la
entrada en el mercado de los préstamos del gigante Elektra. Es idea que los
gigantes comerciales llegan a los mercados locales a reventar la competencia
local, para después quedarse solos y dominantes, y ya sin competencia, hacen y
deshacen. No creo que pase esto al pie de la letra pero Elektra está haciendo
todo lo posible para lograrlo.
Tuve
el privilegio de trabajar para Fausto Araujo. No hace mucho, por cierto, desde
fines de 2010. Por esos días yo era independiente y especulaba en la avenida
comercial. Desde que lo conocí me impresionó lo buena gente que destila y la
buena fama que tenía entre sus trabajadores, y aun, entre otra gente.
Una
mañana, mientras caminaba por la avenida, me salió al paso Edgardo Martínez, su
entrañable trabajador, y me preguntó que si no me interesaba un puesto de
valuador, que habían pensado en mí y que en caso de aceptar me tendría que ir
un tiempo para Huetamo. Por esos días, en la avenida, no se hablaba de otra
cosa más que de las “cuotas por derecho a piso”. Los capos explotaban la veta
de la extorsión. Personas que como yo, ocupaban un lugar en la avenida, tenían
que pagar diez mil pesos. Dinero que para mí era imposible pagar. Así es que no
tardé mucho en aceptar la propuesta de Edgardo Martínez.
Hoy
he quedado sin trabajo, libre, y al decir esta última palabra, siento una
extraña felicidad.
Adenda
Al
otro día que dejé de trabajar, caminando por una calle desierta, pardeando la
tarde, vi sentado en una banqueta al Cuervo,
un vagabundo en andrajos, de piel negra por humo de llantas y mugre. Al verme,
se levantó y con ademanes fraternales y voz quejumbrosa, se dirigió a mí:
−¡Hijo
mío!, ahora ¿a qué te dedicarás?
Me
detuve para contestarle, observé que la calle, poco antes vacía, empezaba a
llenarse de gente. Miré al Cuervo que
esperaba una respuesta mía con los brazos abiertos y sus ojos de luna de noche
triste. “Tranquilo, Cuervo, me
encerraré en mi covacha a leer”. Esto pensé en contestarle, pero de pronto me
vi a dos pasos del Cuervo, rodeados
los dos de una multitud de personas listas para el escarnio. Con creciente
incertidumbre apenas pude murmurar:
−A
caminar… a caminar… ¡carajo!, Cuervo,
¡parece que no sabes!
Y
a empellones salí de aquella rueda de gente que empezaba a lanzar sus risas insolentes.
Cuando me vi libre, apreté carrera.̴
30 de abril de
2014