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Obeth de la Paz. Tlalchapa 2018. |
Mi buena estrella se quedó
por ahí…
Triste y desperdigada en mi
camino.
La última vez que la vi
yacía
macilenta… Yo creí, pobre de
mí,
que refulgente subiría al
cielo.
Que todavía me quedaba
gracia.
Desde entonces, con mirada
torva,
muestro mi puño a los
viandantes.
Y ellos, después de una
risita, dicen:
“¡Ándale, gandul, atente a
tu santo!”
Destilo savia de
resentimiento.
Con mi savia curo la
disipela.
Soy un hombre fuerte, de
buena cara.
Vago callado, atento a las
palabras…
Comienzo a platicar conmigo
mismo:
El fracaso se ha adueñado de
mí.
Fue derecho a mis mejores
facciones.
Usurpó la brisa de mis
rubores.
El mohín y mis gestos no son
míos.
Yo no soy yo. ¿Quién, si no
él, puede ser?
El fracaso, amigos, me ha
inventado.
Al fracaso también le muestro
el puño.
Me aparto de los vicios,
gana el tiempo…
Bendigo en este valle de
lágrimas
al hombre trabajador, brilla
el afán.
El trabajo es una idea, un
instante.
El trabajo es todos los
hombres muertos.
Trabajo es un susurro de
billetes.
El trabajo es poner la cara
perro.
El trabajo es humillarse al
fracaso.
La luz, la libertad se oyen
afuera…
Salgo a la calle para
descubrirme
más mísero y necesitado que
antes.
Vanitas
vanitatum omnia vanitas.
Futuro mío: pisé mala
hierba.
Embaucador impulso de
alegría
hace crecer diablescas
esperanzas.
Y mi destino duro y
despiadado
hechiza mi vida con sueños
de oro.
Entonces imagino la mañana:
las nueve, hora en que llega
la alegría,
espejismo feliz evanescente.
Envilecido voy por mi
camino.
Callo. ¿Dónde quedó mi buena
estrella?
Desperdigada por ahí, por
ahí…
en briznas refulgentes de
agonía.