¡Oh, prostituta suave y
rubicunda!
Dime cuánto cuesta la vida.
No regatees tus palabras.
Deja estregar tu piel sobre
mi piel.
Tu piel olorosa:
no a perfume barato,
no a sudores trasnochados;
sino a jabón humilde y
primoroso.
¡Oh, prostituta virginal de
la mañana!
Fría ante mi cuerpo tembloroso.
Escucha: vengo de aquel
país,
de donde tú viniste un día,
donde el tráfago y el ruido
y la seriedad de la vida
golpearon, desvirgaron tu
corazón.
Y la desidia o la
voluptuosidad
te trajeron a este cuarto
que en los corcovos de la
copulación
colmas de fragancia obscena.
Yo vine aquí por ráfagas
crecientes
de ansiedad que me
martillan.
Tu piel bañada me recuerda
a la pulcritud de un hogar
amoroso
ya perdido para siempre.
¡Oh, prostituta, quién
pudiera escribir tu tristeza!
Tu desnudez rutinaria se
despliega.
Nada en rededor parece digno
de tu piel.
La virtud y el cielo están
desconchabados
en las paredes desportillas
del cuarto
y en la madera astillada de
la cama.
Nada parece ser para ti.
Las sábanas de colores
indefinidos,
cosidas de retazos de tela
sobrante
de las pasiones de los
peores días.
Todo contrasta con tu piel,
tu piel que brilla al color
de la miel sin destilar.
¡Oh, prostituta, amiga mía!
Beso las correas de tu
calzado.
Descorro la cortina ligera
de tu vestido
y tu intimidad se resiste:
‒El
brasier, por favor…
‒¡Cien
pesos más!…
La suela de tu calzado aún te
preserva
del suelo manchado de vicio
y salpicado de agrios amores
insatisfechos.
¡Oh, prostituta graciosa y
reticente!
Grácil como una chiva
despavorida.
Tienes los ojos del animal
que ventea su propio
sacrificio.
¡Oh, prostituta, amiga mía!
Soy yo el menesteroso, el
infeliz
que, apenas saliendo de este
lugar,
se perderá en las orillas de
la noche.
Sin ropa eres chiquita e
indefensa,
como una gallina desvalida;
sin embargo eres más que yo…
Yo necesito de ti:
recorrer tu piel con mis
últimos torbellinos de salacidad.
Tu piel no es rasposa ni está maltratada.
Tu piel es aurora de mi día aciago.
Tu piel no es rasposa ni está maltratada.
Tu piel es aurora de mi día aciago.
¡Oh, prostituta cara de chiva
desbanda!
Comprensiva con mis
balbuceos
Silenciosa de mi locura
Indiferente de mis
adulaciones.
Prefieres hablar de otras
cosas.
Por ejemplo:
de esa verruga caída en tu
vientre.
yo te digo: es costura de
cesárea,
de ese hijo que anda por
ahí…
criado por una abuela que de
repente
se pone pensativa, temerosa
por el futuro del niño…
De ese hijo que es un dolor
que no se acaba…
Tranquila, dices que es de
la vesícula.
Yo te digo: eres muy chica
de edad para tamañas cosas.
¡Oh, prostituta hermosa!
Será tarde para mí,
pero un día se sabrá tu
vida.
Cuando se escriba la
historia de las familias.
Entonces se sabrá tu nombre.
Ni Karla, ni Alexa, ni Katy…
Simplemente la muchacha más bonita
de la calle.
Se sabrán las primeras
palabras que pronunciaste.
El hombre es sus palabras.
Los huesos del hombre son
sus palabras.
Tu cuerpo y tu alma pasarán
ante los ojos del mundo
ya sin cargar tristezas
ya sin sentir los
alfilerazos de la ignominia,
y se verán los intrincados
hilos
y los caminos de rosas maltrechas
y pisoteadas
que te trajeron a este
lupanar.