Salvador Alvear Herrera, 2014. 165 pp |
Quien nació en un lugar
con personajes pintorescos, con una fuerte tradición oral, un lugar apartado de
las grandes ciudades donde se escuchan palabras que en ningún otro lado se oyen;
más aún quien creció en un entorno de mucha actividad como son los trabajos de
la ganadería y la agricultura, y, además, trae en la sangre la predisposición
de relatar esas historias, tarde o temprano aflorará el narrador del tiempo que
le tocó descubrir en la infancia.
Lo hará de manera oral, durante el curso de sus días. Por eso luego nos encontramos excelentes conversadores, personas que sin presunción y con la carga de sus años, más bien, por esa capacidad conque nacieron y han cultivado, suelen decir: bien podría escribir un libro. Otros no se conforman y quieren trascender sus anécdotas e historias y se ponen es escribir. Es el caso de Salvador Alvear Herrera (La Calera, 1970), quien sorprendido por las historias que escuchó de niño, encantado por las personas pintorescas conque creció, que a la postre derivarían en sus personajes, hace tiempo venía escribiendo y traía la espinita hasta que publicó Husma del ayer.
Lo hará de manera oral, durante el curso de sus días. Por eso luego nos encontramos excelentes conversadores, personas que sin presunción y con la carga de sus años, más bien, por esa capacidad conque nacieron y han cultivado, suelen decir: bien podría escribir un libro. Otros no se conforman y quieren trascender sus anécdotas e historias y se ponen es escribir. Es el caso de Salvador Alvear Herrera (La Calera, 1970), quien sorprendido por las historias que escuchó de niño, encantado por las personas pintorescas conque creció, que a la postre derivarían en sus personajes, hace tiempo venía escribiendo y traía la espinita hasta que publicó Husma del ayer.
No
es vano detenernos y decir que en la década de los setentas la vida de nuestros
pueblos de Tierra Caliente era muy distinta a la de ahora. Años en que las actividades
productivas eran principalmente los trabajos del campo. Hay que decirlo, años
en que el progreso a penas se avistaba. Años que como la infancia del autor son
imposibles de recuperar. Alvear Herrera creció, dejó el terruño, la nostalgia
hizo de las suyas, y lejos de su tierra se puso escribir sus relatos.
Es
un libro que constó de un tiraje de 300 ejemplares, distribuidos entre su
familia y sus amistades. Hay pocos lectores, siempre ha habido pocos lectores,
y pareciera que las nuevas generaciones se retiran más de la lectura y los
libros. Quién sabe qué temblor de tierra hará que los hombres se acerquen a los
libros. Alvear Herrera hizo su parte y nos ofrece este libro dividido en cinco
capítulos, cuyos primeros cuatro contienen 24 relatos y, en el último, décimas
y rimas.
Hay
en estos relatos la idea de trasladar a los personajes con todos sus
regionalismos. Para quienes somos de estas tierras es grato encontrar
palabras que ya están al filo del desuso. Nuestros regionalismos han sido
motivo de orgullo, de idiosincrasia y también para escribir. Más cuando salimos
de nuestra región y poco a poco nos vamos dando cuenta que hay palabras que
nada más aquí decimos. De hecho esa es la apuesta del autor quien dedica el
libro a “aquellas personas ávidas por conocer la idiosincrasia,
regionalismos…”. A pesar que esa es la intención del autor me parece que su
apuesta por trasladar y describir con nuestros regionalismos lo hace descuidar
otros aspectos de sus relatos, por ejemplo, los personajes. En “Lito”, un
personaje de su pueblo, con las primeras pinceladas lo encasilla, no hay
evolución en el personaje, es un pasaje de anécdotas que le queda deber a la
historia. Aquí tengo que decir que en este relato el autor nos muestra una gran
capacidad, un fino oído de riguroso onomatopeyista cuando nos dice que Lito cantaba la tortolita acompañándose
con un redoble que producía pegándose en el cachete derecho teniéndolo
esponjado: “Pu, pu ru pu rum bu pu/ pu ru, pu rum pu/ pu ru pu rum bu pu/ pu ru,
pu rum bu bu”. Y así con otras canciones.
El
trasladar el habla tal cual tiene sus riesgos. Esto pasa con “Santo milagroso”,
es un relato que no se sostiene. Ahí el autor pone a hablar a los personajes
con descripciones pobres y hoscas. Hasta él mismo llega a decir banalidades: “Su mal vivir
era más por flojera que por falta de oportunidades en la vida”. A lo largo de
los relatos encontramos frases bien logradas, como “Agua zarca”, pero también
expresiones pobres: “una pausa sepulcral”.
“Husma”,
que da el título a la obra es un relato donde el autor trata de pagar su deuda
de amor por el campo y el terruño. Con un lirismo que el autor cultivará mejor
en otros relatos, nos habla de una pareja de ancianos que están en el umbral de
la muerte. Buen relato que nos habla de la vejez y de la tristeza. Pero también
de la pobreza. Un relato que puede leerse como alegoría del abandono del campo.
La “husma”, consistía en una práctica piadosa de los agricultores que después
de la pizca dejaban a los pobres a entrar a sus sembradíos a buscar molquites y
mazorcas que sobraban.
La
nostalgia del campo se vislumbra a lo largo de los relatos. Del niño que
llevaba la comida a los campesinos, de la escarda con la tarecua, de los bosques de pindínicua,
del zacate de cuche. Del campesino
que en la ciudad anda en coche y que extraña la vida campirana y se siente
agobiado, cuando se le descompone el coche, por la vida que lidia con “fierros
viejos” (pág 31).
Los
relatos mejor logrados son “Ordeñando vacas” y “Velando la noche” porque aquí
el autor se suelta en un lirismo sin temor. Es su mejor voz como narrador, en
los dos relatos es la voz del recuerdo, un guache
que por un lado nos habla de sus actividades diarias en el campo y, por otro,
de una fiesta de fin de año, con todo el colorido, baile y bulla que se
acostumbra por estas tierras. ~
@Noeisraelb