Una dirigencia teñida
de recalcitrantes cacicazgos, de imposición vertical y a capricho de candidatos
que chocaba con la meritocracia
porque ahora eran varios los que alzaban la mano para las candidaturas; una
administración municipal opaca, con obras de relumbrón que eran aprovechadas
para el discurso vano y demagógico; la corrupción, ya secular como el partido
emanado de la Revolución (la corrupción no es un mal cultural ni histórico de
los mexicanos, los liberales de la Reforma “no robaron ni un centavo” y
“Porfirio Díaz se retiró con su sueldo de militar”) [Enrique Krauze, Por la justicia, contra la corrupción.
Reforma, 23-11-2014]; el descrédito de la clase política que cada día imponía
un muro sordo entre ella y la sociedad civil, exceptuando al genuflexo que en
cada administración acompaña a los presidentes; un edil dipsómano que dejó el cargo
por ausentismo y por recomendación, tal vez coerción de su superior. Ante todo
esto una palabra tomó fuerza y sentido como nunca: hartazgo.
Era
el año de 1996, la dirigencia priista, después de fintas y retracciones, se
decide por Rodrigo Borja García para que sea candidato por la presidencia
municipal de Pungarabato. Doctor exitoso, grandilocuente, desde un principio se
autoproclama candidato y sostiene que está listo para gobernar su pueblo. Siempre
en automóvil, se vuelve peatón para emprender su campaña casa por casa. Esta
soltura y audacia no le parece a los dirigentes priistas, y lo reconvienen. Se
habla de retirarle la candidatura. Varios alzan la mano, la dirigencia
reconsidera y por fin se la dejan a Rodrigo Borja. Sin embargo, varios
aspirantes se retiran resentidos con sus huestes. Fue una razón de su derrota,
nacida en el seno de su partido. Otra fue su peculio que se avino mal con el
hartazgo que la gente sentía por el priismo. La última administración bien
podía resumir los vicios y lastres del priismo. En mi cuadra vi a personas que
nunca antes hablaban de política, y hablaron para coincidir en salir a votar en
contra del PRI.
Empezaban
los mejores tiempos del PRD. Otro médico, Víctor Mojica Wences, era el
candidato a la presidencia por este partido, pero no había candidato a diputado
local. Aún corre la anécdota que ninguno de los iniciadores del PRD en
Pungarabato quería esta candidatura. Se pensaba en la derrota, los candidatos
del PRI ya estaban definidos: Rodrigo Borja García y Antonio Vargas “la Parota”. De este último se esperaba un
arrase por su supuesta popularidad. Finalmente los perredistas eligieron a Manuel
Fernández, personaje que apenas figuraba en el partido y, se dice en la
anécdota, se vio obligado a aceptar la candidatura. Sea verdadera o falsa esta
anécdota, bien refleja cómo el descontento social, y no un plan político,
tronchó el engranaje de una maquinaria pesada, que por lo demás se veía ya resquebrajarse.
Víctor Mojica Wences apenas iniciaba su carrera política. Su aspiración fue
tomada por la voluntad popular para acabar con la ignominia y cinismo de los
gobiernos priistas.
Dieciocho
años después el nuevo PRI, encabezado
por Reynel Rodríguez Muñoz, gobierna Pungarabato y Víctor Mojica Wences, ahora
político experimentado, con muchas simpatías que lo han hecho ganar dos veces
las elecciones municipales, pero también gastado por el cargo público y
fracturado por su separación del PRD quiere repetir aquella hazaña donde su
pertinencia política y su carisma fueron depositarias del hartazgo por el viejo
sistema priista. La situación política no es muy diferente, al contrario, se ha
agravado: el mismo discurso demagógico con cariz de cinismo, una administración
de frivolidades y apariencias, la sempiterna corrupción, cada día más descarada
como ominosa; una administración que se ve como el gran negocio de la vida, la
entrega de la seguridad pública a los capos y, finalmente, el muro sordo e
hiriente que se sigue levantando entre la clase política y la sociedad civil. Ahora
no es hartazgo por un partido hegemónico, sino inconformidad por el sistema que
bien se refleja en el desdén de muchos ciudadanos por la partidocracia. Víctor
Mojica Wences irá por MORENA, el partido de Andrés Manuel López Obrador. Seguidor
incondicional de este, Mojica Wences es de las personas que apostarían todo por
este personaje soberbio, maniqueo, y que se me hace tan desconfiable como
cualquier pez gordo de los otros partidos políticos. Su sombra populista ha
empañado el horizonte de una izquierda razonada, autocrítica, estudiosa y
analítica. MORENA no traerá ninguna diferencia porque desde su propia fundación
avala al Estado fallido, obstinado a no implantar el Estado de Derecho y a dar
seguridad y justicia a sus ciudadanos.
Javier
Sicilia, corazón de poeta desgajado por esta década de violencia, llama al “boicot
electoral”, no asistir a la farsa de las urnas, crear un “comité de salvación
nacional que convoque y organice un nuevo Constituyente que refunde la vida
política de la nación”. (Proceso, 1988). Difícil y duro trabajo, pero contemplar
esta idea es un bálsamo esperanzador en medio de la ignominia y simulación de
los gobernantes de todos los escalafones.
En
Pungarabato, un punto casi nada de nuestra República, a Víctor Mojica Wences tal
vez le alcance su carisma y su capital político para ganar con MORENA, pero a
este partido no le alcanzará con nada, porque salta del mismo cuño que los otros
partidos, para derrumbar el muro sordo y envilecido que divide y aleja a la
sociedad civil de la clase política. ̴
@noeisraelb