Ese es el bebedor loable, el hombre de buen juicio, el que evita la borrachera porque intuye o tal vez sabe por experiencia que de ahí se resbala a la barranca del anochecer de la memoria y del sueño, donde no hay nada de dónde agarrarse hasta caer en el precipicio del sueño tranquilizador. La paga del borracho: la euforia, el éxtasis y la noche inocente de dulce sueño. Tal vez esto sea lo deleitable de la borrachera que hace volver a cual más. Aunque se reniegue de ella, aunque las haya espantosas, de amargos recuerdos o de recuerdos en blanco de las lagunas mentales.
Al abstemio, aunque La Caponera de Roberto Gavaldón diga que no se puede fiar de un hombre sin vicios, dejémosle tranquilo. ¡Ya tendrá su propio drama!. El hombre de buen juicio que puede tomar sin resbalarse al barranco pardo de la inconciencia y del sueño, merece de todas las mejores palabras para admirar su templanza. Pero también dejémosle, que ¡también tendrá su propio drama!. Y nos quedamos con el borracho. El que bebe hasta el desfiguro y la vergüenza. Nada bueno le espera, pierde tiempo y dinero; y, sin embargo, en el momento del éxtasis, vuelve a caer en el error de creer en una tierra ilusoria que vanamente piensa que sustituirá el aburrimiento cotidiano, cuando no, ya metido en el círculo vicioso, la agobiante y cruel realidad. Lo que hallará acaso es un extenso desierto para revivir sus remordimientos y sentir los reveses del infortunio. ¿Por qué el hombre, sabiendo de los problemas que le trae el beber en demasía, sigue bebiendo, cae en la trampa?
El sabor rico de las bebidas alcohólicas. En sus distintas modalidades y variedades. Desde bebidas rústicas como Los Calientes (infusiones y tés con un piquete de alcohol) hasta los vinos más reputados, pasando por la popularísima cerveza (“líquido de oro en paredes de cristal”, como la presentaron a los habitantes de Tierra Caliente cuando la trajeron). Para amar y beber solo basta la primera vez. Ya con el calor del primer trago, empieza la conversación. La lengua se destraba y los pensamientos fluyen y de pronto aparece la buena charla. En esas charlas he escuchado historias que en ningún otro modo se platicarían con simpatía y naturalidad, como la del hombre que en sueños vio y platicó con Dios. El gusto y la sabrosa conversación preparan el escenario para pensar que con unas cuantas copas más se alcanzará el sosiego, la tierra ilusoria, otra realidad que olvide la realidad que se vive. Ahí está tendida la trampa, y por consecuente, la caída. Después de otras tantas copas más está el desastre y la tragedia.
Se cuenta que cuando Dioniso, hijo natural de Zeus, descubrió la forma de hacer el vino, Hera, mujer legítima de Zeus, resentida, hizo que Dioniso se volviera loco y vagara por diversas partes de la tierra. Pero, Cibeles, diosa de Frigia, lo curó y Dioniso empezó a enseñar a la gente el cultivo de la vid.
No hay mejor alegoría del borracho que este pasaje del mismo dios del vino. Los hombres descubren el placer del vino. Llegan al exceso y de ahí parten a la vagancia y el frenesí. Unos se curan, se retiran o llegan al equilibrio (he visto pequeñas pero pacientes Cibeles que han despertado a sus borrachos de la locura a la mitad de la parranda); y otros siguen su camino de errantes hasta que el halo divino de Dioniso los abandona.
En la pintura “Los borrachos o el triunfo de Baco” de Diego Velázquez de 1629, Baco, así llamaron los romanos a Dioniso, aparece en una juerga de siete borrachines, acompañado de otro personaje divino, coronando a uno de ellos que para tal ritual está de rodillas, una figura casi nada que se pierde ante el dios Baco que resalta por su piel clara, luminoso como debe ser una aparición. Son siete bebedores, y todos ellos, en contraste con el porte y la luz de Baco, visten ropas desgastadas, lucen desaliñados y avejentados. A parte del personaje que no da el rostro porque está de rodillas, hay otros dos de aspecto pardo, borrosos ¿estarían cayendo al precipicio de la inconciencia, olvidados de su triste realidad? Los otros cuatro hombres, en cambio, están jubilosos, dispuestos a invitar al espectador para que se agregue al grupo. Ellos rodean la ceremonia de la coronación, y sus rostros se ven iluminados con el resplandor que se desprende del cuerpo de Baco ¿estarían en la euforia, en el momento en que se siente que el dios está con uno, cuando se cree que al traspasar el muro con unos tragos más se encontrará la tierra feliz, la tierra ilusoria?. Así parece por sus rostros refulgentes, alegres, de éxtasis del borracho que se siente feliz y seguro de todo pero que nada más le hace falta dar un paso para caer al precipicio, para que su rostro se torne pardo y borroso.
Por último quiero citar dos ideas que fueron en parte las motivantes para este artículo. La primera es de Vicente Riva Palacio que en su libro “calvario y Tabor” (1868) dice el siguiente axioma: “Nadie tiene más gana de trabajar que el flojo”. Y luego explica: “Cuando digo gana, se entiende deseo ardiente algunas veces, deseo que atormenta, que punza, pero nada más deseo: nada más. ¿Pues por qué no trabaja? La contestación es natural, pero nos encierra en un círculo vicioso; no trabaja, porque le sobra el deseo y le falta resolución, la fuerza de voluntad, la acción; en fin, porque es perezoso”.
Así podemos decir del borracho: Nadie tiene más gana de dejar de beber que el borracho ¿pues por qué no lo hace? Porque le sobra el deseo y le falta la resolución, la fuerza de voluntad, la acción; en fin, porque es un borracho.
La otra idea es de Giovanni Papini que leí en su libro “El Diablo” (1953). La humanidad triunfará sobre el enemigo redimiéndolo por medio del amor. Sobra decir que el mundo del borracho, su desdicha, su tragedia parece estar inspirado por el diablo. Aún suena la macabra historia de que el diablo concurre a las reuniones de borrachos y que mete en sus copas de vino las cerdas de su cola para instigarlos a la discordia y desgracia. Pero también hay que apuntar lo que se corre entre borrachos: hay un aura que los protege ¿acaso será el aura de Dioniso que los asiste y que se contrapone a la fatalidad cuando el borracho se encuentra sin sentido y vulnerable.
Con el temor de que esta breve disertación termine en sacrilegio, parafraseo a la madre Teresa de Calcuta cuando se refirió a los pobres; yo, aquí digo: No se trata de hacernos borrachos. Aprender de ellos y comprometerse con ellos es el camino para solucionar los problemas…~
31 de julio de 2014