Todo
comenzó entre 1420 y 1440, cuando los Mechhuaca, Phorhépechas o Tarascos, al
mando de Hiripan, Tangaxoan y Hiquingaje, consolidan el imperio que llega hasta
la Tierra Caliente. “Es la Tierra Caliente penosísima (…) porque, fuera de ser
el calor demasiado, es muy enferma y llena de malas sabandijas”, escribiría,
dos siglos después, el Visitador Diocesano Francisco Arnoldo de Yssasi Mier.
Además de indicar que en sus ríos caudalosos hay “muchos caimanes y lagartos
feroces que despedazan y se tragan a los hombres”. Pero fue por aquellos años,
que los phorépechas colonizaron y repoblaron el ancestral: Phunguari-huato,
Pungaravato, Pungarahuato, “como se le conoció e identificó en el transcurso de
los siglos”. La expansión del imperio, no sobra decirlo, tenía “la intención de
asentarse permanentemente en el sitio, de practicar su cultura, de hablar su
lengua y de adorar sus deidades, destacando Punguarancha”, Dios de la guerra, y
que el doctor Carlos Arias Castillo (Altamirano, 1957) sostiene que de tal
nombre se desprende el topónimo de Pungarabato.
Esta
es una de las primeras propuestas que pueden desconcertar al enteredo
acostumbrado a oír o leer que Pungarabato significa: “Cerro de plumajes”. Pero
es lo que se propone el autor: construir la historia de su pueblo, con pasión
pero sin perder el rigor que arrojan las fuentes históricas y arqueológicas. Apuntes para la historia antigua y colonial
de Phunguari-huato (Pungaravato-Cd. Altamirano), del doctor Carlos Arias
Castillo, es un regalo excepcional para la memoria escrita de su tierra natal.
Mientras leía el libro, me llegué a preguntar por qué Arias Castillo había
escrito este libro. No fue un libro de encargo, que aunque esto se escuche feo,
los hay en cuestión de monografías y microhistorias de los pueblos; no fue por
vanidad ni por necesidad, tiene las mejores cartas credenciales, no fue por
aquello de que escribir un libro es la tercera cosa que todo hombre debe de
hacer. Mientras leía y constataba su acuciosidad, su rigor para confrontar y
confrontarse, para separar la leyenda de lo sustentado en hechos históricos,
aparecía la misma pregunta. Entonces lo vi solo en la ciudad de Guanajuato,
pensando su pueblo, leyendo todo lo relacionado a la historia del viejo “Pungaravato”,
como él le gusta pronunciarlo, leyendo los libros que de vez en cuando salen
sobre la región, y ahí pude imaginármelo alarmado de que no se saliera de los
mismos tópicos y trazos. Entonces, sabedor de que la vida es corta, se puso a
escribir este libro en sus tiempos libres, en sus noches de recuerdos y de
insomnios. El estudioso siempre se hará de tiempo para hacer sus cosas. Y el
resultado son estas poco más de doscientas páginas de dos épocas que se
acostumbraban tocar como de pasada: ¿qué hay de nuestro pueblo antes de la
llegado de los españoles?, y, la otra, ¿qué hay de nuestro Pungarabato durante
la marcha lenta y penosa de la Colonia?
Su
intención es rescatar la memoria histórica del actual Altamirano para que no
sea arrasada como lo fue la lengua aborigen. La incuria y la desidia todos los
días nos arrastran con sus asechanzas. De pronto, pareciera que saber la
historia de nuestros pueblos no sirve para nada, sin embargo, después de la
ofuscación tenemos la necesidad de ir tras los restos de nuestra identidad.
Leamos antes de que sea tarde. Eduquémonos para leer Historia, y no es campaña
ni pretensión de lector, leer la historia de nuestros pueblos es prolongar y
enriquecer la conversación. Este trabajo, sintetizador, propositivo y
provocador es un aporte muy valioso que aporta luz a pasajes pocos
esclarecidos. Un libro que demuestra que este pueblo tiene importancia, porque
además de su historia, sus hijos, como Arias Castillo, han amado la patria
chica, el pueblo donde nacieron.
El
autor escribe Pungarabato, como “cerro de plumajes”, hay que tomarlo con
cautela porque carece de historicidad. Es una traducción literal y el estudioso
propone retomar a los informantes aborígenes que le señalaron a Diego Garcés,
corregidor de Ajuchitlán, en 1579, que el pueblo se llamaba así “por la
existencia antigua del ídolo Punguarancha, “deidad de suma importancia en los
ritos y ceremonias del pueblo phurhé”. Y cuyo significado literal es “señor
emplumado”.
El
autor nace de la academia, se debe a la academia, pero sus inquietudes nacieron
fuera de ahí. Su inquietud nació en la querencia de su Altamirano, entonces,
conscientemente, y esto hay que agradecérselo, lo escribió para llegar al
lector común. Pasó por las aulas del doctorado para agenciarse lo mejor del
método científico. Libro de informaciones extras como los cuadros que nos
presentan síntesis históricas de mucha importancia, mapas, fotografías, no
atiborra páginas de citas o informaciones que suelen matar el ánimo del lector.
Las citas, las que el autor hace, son muy ilustrativas y su lectura merece
especial interés. Hay libros que se vacían en notas y expedientes. El
historiador debe deglutir y digerir todas sus fuentes y luego sentarse a
escribir atenido a su puño y la musa Clío.
Llevando
el estandarte del rigor y la comparación, el autor no deja de señalar que le
parece una desproporción que Cutzamala llegó a tener 10,000 guerreros
asentados, tal como lo señala Alfredo Mundo Fernández en su libro Crónicas de
Tierra Caliente. Además de que descarta que Cutzamala haya sido la única
guarnición para defender y ensanchar el señorío Phorhé.
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Carlos Arias Castillo |
Y como la historia suele repetirse, circular y secular en este caso, todo volvió a comenzar cuando Fray Juan Bautista Moya llegó a Tierra Caliente en 1552, 30 años después de la conquista pacífica que se hizo en estos pueblos. Antes habían venido religiosos franciscanos y agustinos que hicieron grandes incursiones para predicar y convertir a los aborígenes, que si bien no habían opuesto resistencia a la invasión de sus territorios, sí opusieron para convertirse al cristianismo: “Cuando el Padre Fray Juan Bautista hizo la primera entrada en estas tierras remotas e incultas (…), estaban los indios de ellas tan rudos, tan montaraces y brutales, que no solo huían de las gentes, pero estaban todavía en las quebradas y montes sin querer bajar a los llanos”, escribió el cronista agustino Fray Juan González de la Puente.
Fray
Juan Bautista Moya congregó a los indios y con sus propias manos, junto con
ellos, retomó la construcción del templo. Dio el trazo al pueblo primigenio. Y
este trabajo lo llevó a los otros pueblos teniendo como centro de operaciones
el pueblo “San Juan Bautista Pungaravato”. ¿Qué hizo que este religioso se
quedara en este pueblo? Tal vez por ser lugar estratégico para desplazarse. Tal
vez algo más, su carácter de hombre de visión, cuatro siglos después otro
hombre soñó cosas grandes para estos pueblos, el general Lázaro Cárdenas, quien
puso empeño y trabajo para el progreso de esta ciudad y de toda la región. Esta
región crecería, en agricultura, creía el general, más que la Tierra Caliente
de Michoacán.
Pero
volviendo al fundador de nuestros pueblos, el autor, reticente en ensalzar al
terruño, propone que el día de la fundación fue el 24 de junio de 1552, ve con
beneplácito la creencia de que el báculo de Fray Juan Bautista Moya está
enterrado bajo La Cruz de Mayo del atrio de la iglesia. Sin embargo, no dice
nada, acaso lo menciona en una línea, sobre el prodigio del padre agustino para
pasar los ríos sobre los lomos de un caimán. No estaré yo para imaginaciones en
este espacio. Pero creo que el caimán era un símbolo de poder místico para los
habitantes de aquel tiempo y por eso lo relacionaron con aquel inconmensurable
hombre.
Es
de reconocerse la rica bibliografía que el autor ha consultado y las fuentes
donde ha hurgado. Es un libro que lo estaba esperando a él. Todo libro tiene a
su autor predestinado. Parte de esa majestuosa “Relación de Michoacán”, obra de
gran valor literario como histórico. Pero también de informes parroquiales,
informes obispales, documentos dispersos, que como él señala, las autoridades
de ese tiempo, no los hacían con mucho agrado. Aun así, el autor navegó en la
aridez de las informaciones de la colonia. Se ve la mano del historiador, del
apasionado en la búsqueda de la información. Yo siempre dije que tenía que
aparecer un libro de estas características, que atendiera la época prehispánica
y la Colonia del pueblo donde nací.
En
los párrafos que le dedica a los pleitos por las encomiendas se puede entrever
la explotación y la ignominia que sufrieron los indios de Tierra Caliente.
Leamos y aprovechemos la libertad para emprender cosas que beneficien a nuestra
sociedad. Si bien somos un pueblo multiétnico, el eco de la cultura phorépecha
nos llega por sus palabras y una serie de creencias que perduran. Nuestras
palabras del purépecha, están más vivas que nunca.
Yo
le puedo decir, que al leer los pasajes de su libro, se puede entender mejor el
rostro y las líneas de las caras de los altamiranenses. Y no la de los de
antes, los habitantes de aquella tierra llena de malos caminos y repleta de
sabandijas, sino la de los de ahora, tierra inhóspita igual que la de antes.
Carlos Arias Castillo, Apuntes para la Historia Antigua y Colonial
de Phunguári-Huato (Pungaravato-Cd. Altamirano). Universidad de Guanajuato,
2018. 246 Pp.
Texto leído durante la presentación
del libro antes mencionado en la preparatoria no. 8 de Ciudad Altamirano,
Guerrero.