Hay
pueblos que desaparecen y, acaso, queda algún registro para recordarlo. La
palabra escrita, mediante la historia, está para conservar la memoria de los
pueblos. La literatura está para embellecer (relatando el sufrimiento, los
sucesos y los destinos más crueles) la vida y la memoria. La poesía se dirige a
otro punto inasible, pero no desconoce de aquello. Todos nos encaminamos hacia
la extinción y el olvido. Hay pueblos que desaparecen escandalosamente; otros,
calladamente se van sin dejar huella. Cuando visitamos una ciudad luego solemos
preguntar: ¿Qué es de su historia? ¿Hay algún registro de sus inicios y de la
traza de su gente? Comburindio y Huetamo tienen con el libro: Native León, un hombre de Comburindio (2015)
un artefacto que se las jugará con los futuros aires del olvido que vengan a
asolar a esta región.
Ángel
Ramírez Ortuño (San Marcos, Guerrero; 1948) parte de la muerte del personaje cuyo
nombre da el título al libro para dejarnos un registro de la cultura
terracalenteña (gentilicio que es del gusto del autor) en las nociones más
vastas de la antropología. En este libro confluyen la historia, la vida
cotidiana, las costumbres y, claro está, la vida del personaje que fue muerto
en el jardín de Huetamo el 19 de febrero de 1982 cuando contaba apenas cuarenta
años. La vida y el entorno de este hombre de caballo, de pial y mangana,
prototipo del ranchero de la segunda mitad del xx, es la imagen que Ángel
Ramírez requiere para sus digresiones y de este modo nos hable de Fray Juan
Bautista Moya, el agustino fundador de los pueblos de Tierra Caliente, la
Independencia, la Reforma, la Revolución, que en estos pueblos llegó para
derrotar al ejército de Victoriano Huerta; hasta las visitas del General Lázaro
Cárdenas, de quien no escatima para incluir una cita que critica, contra la
versión popular, que fue un error su decisión de expropiar el petróleo y los
ferrocarriles.
Ángel
Ramírez ha sido un huésped distinguido de Huetamo. Es cronista oficial de la
ciudad y, lo que más le vale, escritor de notas excelentísimas en los diarios
donde ha publicado. He sabido de personas que compraban el periódico Despertar
del Sur con la uncioncita de encontrar alguna de sus crónicas. Jovial e inquieto,
predispuesto a la charla y al asombro, llegó a la ciudad de Huetamo a observar
y a investigar, a hurgar el paso de los días para sacarle a la cotidianidad las
palabras que alienten la memoria. Esto porque sabe que a los pueblos nada más
les sobreviven algunos edificios y unas cuantas páginas.
A
partir de la vida de Natividad León, el malogrado hombre de Comburindio, el
autor ha compaginado un caleidoscopio de la historia y el presente, de la vida
del campo y la urbana. Aparecen referencias de la cultura popular, el deporte,
la cocina, oficios y todo lo que atañe al atraso y el desarrollo de la Tierra
Caliente. En las crónicas y entrevistas que incluye el libro, el autor traslada
su experiencia del trato con distintos personajes, su paso por los ranchos más
apartados de la cabecera. Es notable la narración que hace del viaje en carro
que Elías, hermano del muerto, emprende luego de enterarse del suceso aciago.
Amante de Michoacán, hace gala de su conocimiento del Estado y de sus
personajes históricos. También, al caer la tarde solferina de la región del
Balsas, hace la descripción de sus caminos y brechas y el contraste de las
tonalidades de los paisajes de secas y aguas, trasfondo del contraste y
desigualdad de la gente de estos rumbos.
Acucioso,
refiere el duelo, los magníficos funerales, los ritos que no son otra cosa que
ese diálogo que se hace con fin de encaminar el alma al eterno reposo y para
que tome su asiento en los lugares más vivos de la memoria. Muestra la
contraparte de la asechante venganza, muy requerida por aquellos años, donde
para salvar el honor o porque la sangre de un muerto clamaba más sangre, se
acababan familias enteras. La venganza no sucedió, pienso yo, porque la muerte
de Native León fue un mal movimiento de ese juego de cartas que es la vida, es
decir, murió antes de la hora porque ese día la muerte no era para él, y sin
embargo, por un movimiento en falso en una fracción de segundo yacía muerto en
el jardín de la ciudad de Huetamo.
El
libro se empezó a escribir en 2001, por el tiempo en que los pueblos de la
Tierra Caliente bullían por el regreso de los emigrantes que vivían en los
Estados Unidos. Atento a la realidad, Ángel Ramírez deja ese testimonio de
fiesta y desparpajo. Tal movimiento se acabó después del derrumbe de las Torres
Gemelas y más aún por la violencia impuesta por los capos.
La
vida de los pueblos y las ciudades transcurre en sus plazas y jardines. No por
otra cosa Ángel empieza el libro con un recuento histórico de la plaza de
armas, después jardín de Huetamo. Ahí donde bajo un lejano y misterioso
tamarindo finisecular se ve el espectro de Vicente Riva Palacio escribiendo los
versos del “Gusto Federal”.
Yo
no sabía, este libro está lleno de cosas curiosas que llaman al estudio, que en
Charácuaro, en el lugar que le llaman “Loma del Encanto”, quedó sepultado
“Characu”, un descendiente de un Rey purépecha, y que en ese promontorio, una
Yácata, “aparecen con frecuencia grandes vasijas de barro, cuentas de piedras
tipo esmeraldas, hachas de jade y otros fragmentos diversos de pedernal.”
A
Ángel Ramírez lo imagino “en las charlas junto al fogón donde se calienta el
café y se escuchan bellas narraciones”. Yo lo conocí a fines del 2006. Había
dado una charla en la Unidad de la Universidad Michoacana con sede en Huetamo.
Después lo vi departiendo en el restaurante Casa Vieja. Muy amable y cordial.
Yo dije, recuerdo: “Este señor pudo haber sido boxeador, tabernero, pescador,
corredor y vendedor de caballos; pudo haber tenido cualquier oficio, y sin
embargo, los hubiera abandonado para ser cronista de Huetamo.
Native León: un hombre de Comburindio. Ángel Ramírez Ortuño. Oro, Lirio, 2015. Págs. 207.