Altamirano
es un valle redondo de calor. El circo de cerros y montañas dejó este valle
para que el calor llegara en grandes oleadas. Y llega de inmediato como el
rumor, los chismes, las murmuraciones, las verdades que se platican a bajita
voz porque ahí todo mundo se conoce o por lo menos todos saben algo de los
troncos familiares de donde descienden las nuevas generaciones.
El
calor llega al movimiento suave de las hojas de los árboles. Llega para mortificación
de la gente. Y la gente sucumbe, su pensamiento se vuelve obtuso. Y no tiente
de otra que entretener el aire caliente que envuelve todos los cuerpos en el
sopor de las dos de la tarde en adelante. La gente de ahí es disparatera y se
ufana de ello. A grito pelado, a todas horas dicen disparates; y se divierten,
se ríen con una risita que les dura toda la tarde y que rompe la monotonía del
acechante calor. Pareciera que esas risitas hicieran más llevadera la vida en
aquel valle de resolanas y reverberante calor.
Altamirano
es un valle angustiante que, sin embargo, todos los días se puede tocar con las
yemas de los dedos el alba cargada de esperanza. Se puede ver ahí, en los días
de grande calor, cómo el sol se despliega con su disfraz de azafrán. Hay que
levantarse temprano para ver cómo riega su luz recalcitrante. El sol, que nos
atraviesa como alfil, en diagonal, quiere enseñarles el rumbo a los alacranes,
al poniente, sin embargo, ellos se aferran en su rincón de mortificante calor.
Ahí
todo es parejo para la vida y el comercio, para el billete y los negocios.
Antes se oía de lomas y promontorios, pero el crecimiento de la población
aplanó todo, excepto los montículos de la ignominia.
Altamirano
es un pueblo próspero. El valle lo sabe, pero su gente lo ha olvidado. La
gente, muy entretenida por escalar en el reino de los grandes comerciantes, ha
olvidado los dos ríos que circundan al valle, que corren todos los días para no
acabar con la fe y la esperanza. El Cutzamala, ya de cauce raquítico y contaminado;
el Balsas, aun con los dagazos que le dan los ribereños, impetuoso e
irreverente (en 2013 nos recordó su inconcebible cauce natural). Los dos como
dioses: misteriosos, sabios, humildes y proveedores; y que no ignoran de las
carreras que pegan los lugareños nada más para no perder la fe del fin de los
tiempos. Esa gente ha olvidado las cosas
sencillas; por ejemplo, buscar alivio de las dolencias de la vida en las aguas
del río, ha olvidado ir al río para aplacar el instinto que los encamina al
peligro y la perdición. El calor puede contra todo, menos con los ríos, ahí se
deshace y se convierte en un haz lleno de esperanza que fructifica la tierra.
Les
decía que después de las dos de la tarde la gente es contumaz y retobada. Es
gente difícil para hacerla entrar en entendederas. En todos los lugares hay
gente necia y testaruda como la de aquí, en otros lugares no sé de donde les
venga; aquí les viene por la gota espesa y pegajosa que se resiste a resbalar
de la frente.