agosto 25, 2018

Vanitas vanitatum omnia vanitas


Obeth de la Paz. Tlalchapa 2018.



Mi buena estrella se quedó por ahí…
Triste y desperdigada en mi camino.
La última vez que la vi yacía
macilenta… Yo creí, pobre de mí,
que refulgente subiría al cielo.
Que todavía me quedaba gracia.
Desde entonces, con mirada torva,
muestro mi puño a los viandantes.
Y ellos, después de una risita, dicen:
“¡Ándale, gandul, atente a tu santo!”
Destilo savia de resentimiento.
Con mi savia curo la disipela.
Soy un hombre fuerte, de buena cara.
Vago callado, atento a las palabras…
Comienzo a platicar conmigo mismo:
El fracaso se ha adueñado de mí.
Fue derecho a mis mejores facciones.
Usurpó la brisa de mis rubores.
El mohín y mis gestos no son míos.
Yo no soy yo. ¿Quién, si no él, puede ser?
El fracaso, amigos, me ha inventado.
Al fracaso también le muestro el puño.
Me aparto de los vicios, gana el tiempo…
Bendigo en este valle de lágrimas
al hombre trabajador, brilla el afán.
El trabajo es una idea, un instante.
El trabajo es todos los hombres muertos.
Trabajo es un susurro de billetes.
El trabajo es poner la cara perro.
El trabajo es humillarse al fracaso.
La luz, la libertad se oyen afuera…
Salgo a la calle para descubrirme
más mísero y necesitado que antes.
Vanitas vanitatum omnia vanitas.
Futuro mío: pisé mala hierba.
Embaucador impulso de alegría
hace crecer diablescas esperanzas.
Y mi destino duro y despiadado
hechiza mi vida con sueños de oro.
Entonces imagino la mañana:
las nueve, hora en que llega la alegría,
espejismo feliz evanescente.
Envilecido voy por mi camino.
Callo. ¿Dónde quedó mi buena estrella?
Desperdigada por ahí, por ahí…
en briznas refulgentes de agonía.

 
Obeth de la Paz. Tlalchapa 2018.