marzo 06, 2018

Pasante



¿Por qué deja de sonreír?
¿Por qué ha mudado su rostro?
Yo lo tengo por alegre.
Algo ha pasado con usted.
Diga, cuente qué es eso
que atraviesa su corazón.
Mire que apachurrarse así,
así por así. Nada más
de repente, cuente usted…
Ya me está poniendo a pensar.
Díganos si usted ya sabe,
si ya dio con su tristeza,
si ya el tal remordimiento
lo deja hablar, diga, cuente…

No hay tristeza, no la siento.
Tampoco remordimiento.
Hablaré un rato nada más.
Me inspira confianza ¿sabe?
Aunque debo decírselo:
Muchos ya saben mis cosas.
En principio no decía
ninguna palabra. Pico
cerrado, como quien dice.
Mas toda gravedad pasa.
Y nos queda el vacío, sí,
el vacío que es más triste
que toda la tristeza, sí,
que todo el remordimiento…
Confesión de desdichado:
No soy ningún licenciado.
Por eso me ve como me ve:
universitario pobre.
Soy pasante, fui pasante.
Mi título se apolilló,
se rompió en lejanos
sueños suaves, frugales
de una caminata por la
Costera. Sueño de mar.
Sueño de oro. Sueño del
joven de diecisiete años.
Ahora bien, yo no acostumbro
a decirme licenciado.
Pero aquí me hicieron decir.
Preguntan, dígame, señor:
¿Último grado de estudios?
Mentiras no puedo decir.
Licenciatura les dije,
pero de pasante nada.
Por descuido o por lisonja
alguien dijo licenciado.
A ahí me traen, viéndome
de pies a cabeza, como
queriendo adivinar, medir
mi camino de infortunio.
Y usted pide mi cédula.
Y yo callo. Siento llegar
el vértigo del vacío.
Eso siento, por eso callo.
Su cédula es reluciente.
Dice que le comentaron
que con ella ganaría
dinero, mucho dinero…
Ya me imagino a sus padres.
Ellos estarán conformes.

Titúlese, no se pierda.
Es usted desperdiciado.
La soledad lo conforta.
El sueño azul del ensueño
lo mantiene vivo, feliz.
Pero prepárese a morir
lleno, sin mortificación.
Con su cédula consigue
trabajo, también prestigio.
¡Mire sus zapatos rotos!
¡Levántese! No se pierda.
Hágalo por su familia.
Deje de arriesgar su vida.
Lo azul es inalcanzable.
¡A quién no el mordimiento,
la tristeza luego llega!
Pero usted se está perdiendo
por una cosa que es nada.

Es tarde para mí, joven.
Antes el remordimiento
enterrábame su estaca
porque en mí, como marea,
iba y venía mi sueño
áureo, terrestre, feliz.
Depósito de esperanzas
había dentro de mí,
seco ahora, ya olvidado.
No más el puro vacío
se remueve, me consume.
Y cuando oye de títulos
estrújame las vísceras.
He podido replegarlo
con trabajos de ocasión,
con pérdidas y congojas
que empujan a uno a la vida
a sufrir junto al hombre.
He conjurado el vacío
con algunos cuantos libros.
Una hora leo, y ya después
observo, platico, escucho
al hombre, inmenso misterio.
Una tarde, niño, sentí
miedo, perseguidor  miedo
porque supe del desastre:
año cruel que despide
la edad de oro y da comienzo
la temible edad de hierro.
Unos libros, mi ventana
con vista al azul del cielo
han detenido mi miedo,
han refutado al vacío.
Sin embargo, soy infeliz.
Sin título ni prestigio
paso desapercibido.
La desdicha y la amargura
antes me daban guantadas
y mi rostro lo sufría.
Pero ahora se desvanecen
cuando se llegan a mi cuerpo
sin violencia ni alteración.
Piérdense en la misma cosa:
la primigenia fuente gris.